jueves, 27 de mayo de 2010

El piñero

(Una estampa de antaño)

En la galería de “Vendedores Ambulantes Desaparecidos” no puede faltar "el piñero". Vendía piñas –"seis piñas un real"– por todas las calles de la ciudad y no eran pocos los que se dedicaban a este negocio. Las piñas, legalmente obtenidas, o no –parece que de todo había–, las traían directamente desde su origen: generalmente, los pinares de algunos pueblos aledaños. Se servían para ello de unos carros especialmente acondicionados con unas redes de soga de esparto que, desbordando el habitáculo original, ya previamente suplementado en altura, permitía duplicar o triplicar el volumen de carga. Las piñas abiertas, casi huecas, ocupaban mucho espacio pero pesaban poco, así que de este ingenio móvil, solían tirar dos caballerías.

Las piñas, en los años 50 y 60, eran materiales poco menos que imprescindibles para encender la lumbre de las cocinas caseras, de leña y carbón (llamadas económicas o bilbaínas), acto que necesitaba de la ayuda de un combustible inicial de fácil ignición.

El somnoliento pregón del piñero se podía oír a cualquier hora del día en cualquier calle: "El piñeeeero…", aunque también podían escucharse otras versiones de letra similar con mejor o peor musicalidad. Y desde algún balcón: "Oiga, piñero, ¿a cómo son?", "Seis un real…", "Espere, que baja el niño, pero a ver si se las da grandes…".

miércoles, 19 de mayo de 2010

Integración o convivencia

Los conflictos en el futuro ya no surgirán de las ideologías o del equilibrio de poderes. “La identidad cultural es [será] el factor fundamental que determina las asociaciones y antagonismos de un país”, escribió con rotundidad Samuel P. Huntington en su famoso libro “El choque de las civilizaciones”. Añadía, que ya no se pregunta nadie ¿De qué lado estás? sino ¿Quién eres?, quedando así identificados los (posibles) amigos o enemigos. Parece que esto es lo que está sucediendo en muchos países de Europa, y en España estamos lejos de ser una excepción. La identidad cultural está en la base subjetiva de la mayor parte de los conflictos que nos afectan y, a medida que otros factores estiran la cuerda del estado del bienestar, el riesgo de colisión se acentúa.

Antes de seguir adelante, no obstante, habría que “fijar” el término “identidad cultural”. Siguiendo al DRAE, podríamos traducirlo como el “conjunto de de rasgos propios de una persona o de una colectividad (modos de vida, tradiciones, símbolos, grado de desarrollo científico, industrial, etc.) que la caracterizan frente a los demás”. Luego estaría el debate de si antropológicamente la identidad es permanente (esencialista según los expertos) y hereditaria culturalmente, o bien algo que se elabora (constructivista), a partir de un fundamente básico y por tanto, modificable, influenciable por las circunstancias que lo rodean. Pero lo significativo de los fenómenos identitarios es que lo son en oposición, “frente a” otras identidades, tratando siempre de diferenciarse de otros grupos o culturas. Siempre los “otros”, ¿quién eres?

Con los efectos de la globalización y el éxodo que se ha producido desde algunos territorios africanos y de la Europa del este hacia países de la UE, u otros destinos con economías florecientes, estamos asistiendo a la implantación de políticas para intentar eliminar los efectos de las diferencias identitarias que se han producido en algunos países como Reino Unido, Francia y España, donde los índices de inmigración se han elevado extraordinariamente. En algunas regiones se llegan a superar porcentajes del 20 % de población extranjera. La principal política que se está implementando es la de la integración acelerada, por más que los grupos de inmigrantes residen, más o menos recluidos, en espacios y segmentos de sociedad muy vinculados a sus identidades culturales. Parece, pues, un esfuerzo baldío el intento de integración que hacen los gobernantes, que parece responder más a motivaciones políticas que humanitarias. En consecuencia, lo que se aprecia a simple vista, especialmente en algunas comunidades autonómicas de España, es que el esfuerzo integrador se vincula más al aprendizaje y utilización del idioma autóctono (impuesto por las administraciones y la escuela) que a cualquier otro factor. Incluso el efecto de diversidad y pluralidad cultural de la inmigración es invisible y los prejuicios y estereotipos (con sentimientos de racismo o xenofobia subyacentes), muestran la poca efectividad de las políticas aplicadas y el escaso sentido de pertenencia desarrollado.

Para concluir esta breve reflexión, merece la pena recoger la experiencia, altamente positiva, del Reino Unido que cuenta Hannah Collins en “La Vanguardia” (1-Mayo-2010). La clave consiste en apostar por la “convivencia” en lugar de obstinarse en la “integración”. En Londres, señala, hay escuelas donde no se habla nada de inglés y no es infrecuente encontrar personas que trabajan sin saber inglés. La inmigración, en ese caso, apuesta por encontrar un trabajo antes que por aprender el idioma, tener acceso a la enseñanza en la lengua que sea y respetar las reglas culturales y religiosas de cada grupo social. Así, sin mayores problemas.

martes, 11 de mayo de 2010

El astillero, de Juan Carlos Onetti (1909-1994)

(Comentarios a una lectura)

Creo que quienes hayamos leído “El astillero”, la mejor novela de Juan Carlos Onetti al decir de la crítica más reconocida, coincidiremos en su excelencia literaria, así como en lo complejo que resulta para el lector el ensamblaje temporal de la historia que nos refiere. Es una novela que demanda, quizás, una segunda lectura para poder disfrutarla con mayor deleite, por lo que ese repaso es muy aconsejable.

Onetti, nacido en Uruguay, vivió en España desde 1975 y, entre sus obras, cabe destacar “La vida breve” (1950), “El astillero” (1961) y “Juntacadáveres” (1965), estas dos últimas escenificadas en la imaginaria ciudad de Santa María donde el autor sitúa la acción de varias de sus novelas y cuentos. Este lugar de ficción muestra con extraordinaria originalidad un territorio marchito en el que pululan personajes solitarios y fracasados. Vargas Llosa dijo de él que fue el creador de un mundo más bien pesimista, cargado de negatividad, lo que impidió que llegase a un público más amplio.

Onetti poseía un estilo literario denso, moroso, de gran calidad estética, no exento de ironía. Influenciado, por William Faulkner, también su literatura estuvo inspirada por otros maestros, como Dostoyevski, según señala Cansinos Assens en uno de los prólogos de las obras completas del escritor ruso.

Nacionalizado español, murió en Madrid donde había residido 19 años, de los cuales, cinco, transcurrieron sin que, prácticamente, se levantara de la cama si bien, desde allí, siguió escribiendo cuentos, artículos y novelas como “Cuando ya no importe” que, publicada en 1993, se considera su testamento literario.


“El astillero”, como alguna de las narraciones más significativas de Onetti, es una novela de la decadencia, de la soledad, de la vida sin sentido, de la búsqueda de algo en lo que creer. Cuenta el regreso de Junta Larsen (Juntacadáveres) a la espectral ciudad de Santa María, de donde le expulsaron cinco años antes por ejercer actividades ilegales (proxenetismo entre otras) y donde trata, ahora, de reconstruir su vida como Gerente de un astillero en ruinas, trabajo fingido, pues hacía años que había dejado de funcionar lo que ya no eran más que unos cobertizos llenos de óxido, hierbas y cristales rotos. “Miró el par de grúas herrumbradas, el edificio gris, cúbico, excesivo en el paisaje llano, las letras enormes carcomidas, que apenas susurraban , como un gigante afónico, Jeremías Petrus & Cia […] Las puertas sin vidrios o sin maderas, de cerraduras falseadas, que no resistían un golpe indolente o la presión de un viento repentino”
El argumento es una anécdota casi superficial, y se sustenta en sucesivas capas tenues, incluidos los silencios, engarzados en la historia pasada, en la soledad y miseria de Larsen que son un espejo de la mezquina fragilidad del hombre.

Aunque pueda resultar laborioso, merece la pena seguir los hilos de la intriga que vinculan a Larsen con Petrus (el dueño del astillero), con su hija semi-idiota o loca (a la que trata de llevar a la cama para acostarse, finalmente, con la criada) y su estúpida implicación en los sórdidos negocios de los empleados (Gálvez y Kunz) últimos supervivientes de la nómina del astillero. Del mismo modo, serán difíciles de comprender los vínculos que establece con la mujer embarazada (esposa de Gálvez) a la que nuestro personaje abandonó para siempre en el momento del parto; escena atroz, en la que se narra sin edulcorantes, descarnado, el alumbramiento con su séquito de sangre y desgarrados gritos de dolor, que le hicieron huir despavorido. Estos son algunos de los individuos, desahuciados de la vida, que van y vienen, unas veces perdidos, otras esperanzados, entre el río, el astillero y la nebulosa ciudad de Santa María. “[Larsen]...sonrió a la soledad, al espacio y a la ruina. Juntó las manos a la espalda y volvió a escupir, no contra algo concreto, sino hacia todo, contra lo que estaba visible o representado, lo que podía recordarse sin necesidad de palabras o imágenes: contra el miedo, las diversas ignorancias, la miseria, el estrago, y la muerte” (pág. 47 de la edición que cito más abajo). Seguir la historia puede exigir cierta atención, como digo, pero el esfuerzo es compensado.

“El astillero”, por tanto, es la aventura de un antihéroe, de una conciencia desolada que quiere regresar al pasado, donde fue vencido y desterrado y en el que, a pesar de todo, vivió feliz; pretende explorar sus propias huellas “¿Qué pueden hacerme? Ya ni siquiera tengo enemigos, no me van a tender trampas ni manos. Ahora hasta puedo soportarlos, charlar y divertirlos” (pág. 216.) O tratar, inútilmente, de encontrar esa mano amiga, un sentido, una salida airosa para una existencia ya sin significado; una señal en lo que reconocerse aparte de trabajar en la sarcástica reorganización del ruinoso astillero, del que le habían nombrado cabeza visible.

Para subrayar lo mejor de la novela me parece oportuno traer aquí las primeras líneas del prólogo de Antonio Muñoz Molina: “Más que una historia, lo que cuenta “El astillero” es una atmósfera... la atmósfera de un invierno austral…”. Y si se quiere completar la valoración, se puede añadir el uso admirable que hace Onetti de los adjetivos y suscribir, con Muñoz Molina, cuánto hay de magistral en la creación de ese clima turbio, pesado, de paisajes, lugares y ambientes decrépitos, por donde se deslizó la sombra de un amor que pudo ser; todo ello narrado desde la sencillez, con crudeza no exenta de poesía, y un cierto calor humano.
Entre tanta calidad hay que hacer un hueco para poner en entredicho la edición de “Seix Barral, Biblioteca Onetti” (Octubre de 2002), por la extensa colección de errores recogidos en sus páginas en cuanto a acentos, comas, y erratas que, a veces, cambian el sentido de las frases o las hacen confusas si no se lee con atención.

miércoles, 5 de mayo de 2010

Textos exigentes con el lector

Rosa Montero, en una reciente artículo de “El País” (“Babelia”, de 1 de mayo de 2010), aconseja a los lectores de los clásicos que se salten, “sin prejuicios” los párrafos que les resulten aburridos, y ponía como ejemplo de prosa a evitar algunas decenas de páginas de “La montaña mágica” de Thomas Mann. Para ella, las sesudas discusiones entre Settembrini (humanista, liberal e ilustrado) y Naphta (ex-jesuíta y marxista) son “roñosas y oxidadas, ilegibles, pedantes y pelmazas…”

Uno puede aceptar la opinión que le merezca a Rosa Montero la novelística de Thomas Mann, no faltaría más. Pero se me hace cuesta arriba encontrarme con una escritora que aconseje a los lectores, en general, que desistan de su intento ante páginas de lectura más exigente o que inviten a una posible reflexión paralela al texto; desde luego, ambas cosas son incompatibles con los métodos de lectura rápida o similar. En mi opinión la literatura ligera, de cómoda digestión, sin complicaciones, que no mueve a pararse un momento, a releer algún párrafo, que no pide nada al lector, justifica las masivas ediciones de algunas insulsas novelas y, quizás, explica el bajo nivel de muchas de las obras actuales, que no es casual. Creo que existen varias literaturas y, de entre ellas, la que valoro particularmente no es, desde luego, la de lenguaje mediocre, estilo inexistente y vacía de contenido. Me parece que la Literatura (con mayúscula) es otra cosa.

martes, 4 de mayo de 2010

La condición humana

(Unas reflexiones)

Evadiéndome levemente de los asuntos puramente literarios deseo referirme, aquí y ahora, a la ligereza con que solemos los humanos tomar partido apasionado por asuntos que apenas conocemos y a los cuales no hemos dedicado ni un minuto de atención y análisis. Si se discute de Derecho todos parecemos conocer a fondo las leyes así como los procedimientos que se exigen en los tribunales de justicia; si es de Medicina, podemos parecer el mejor médico del mundo, si de Instituciones se habla nos expresaremos con pleno conocimiento de los mecanismos que los regulan y siempre, en todos estos casos y muchos más, sabemos cuál es la conducta adecuada a seguir en el supuesto de que se trate.

Transcurrido un año de la aparición de la bautizada oficialmente como “Gripe A” (gripe porcina, virus H1N1, etc), y pasada la fase inicial de temor a sus peligrosos efectos, se ha impuesto la calma entre la población, al menos de momento. Ya no se habla de “gripe A” si no es para mofa de las medidas que se pusieron en marcha con el fin de hacer frente a la pandemia, término con el que fue justamente etiquetado el proceso en Junio de 2009. A estas alturas, los ciudadanos avispados, que tanto saben de todo, hacen una jocosa crítica de la “alarma infundada” a que se dio lugar y el fracaso de la vacunación masiva que pretendieron aplicar las autoridades sanitarias internacionales.

Superado el susto, se pontifica, sobre el gran negocio de las multinacionales farmacéuticas que se tuvieron que poner a producir ingentes cantidades de antivirales para almacenarlos en los angustiados países de todo el mundo (que algunos sistemas nacionales de salud aún tardarán en pagar, si es que llegan a hacerlo*). Pero lo que me llama la atención es el desprestigio, la incredulidad que merece a la gente la vacuna creada al efecto, por vía de urgencia y cuya eficacia los personajes mediáticos más “avanzados” ponen en tela de juicio. Y ya, por extensión, qué caramba, su recelo (o incredulidad) lo extienden a todas las vacunas habidas y por haber. Como es natural, la mayoría del pueblo soberano “lo compra”; gusta esta actitud descreída; a toro pasado se critica y desconfía de la Organización Mundial de la Salud, de los organismos sanitarios estatales y del acierto de los gobiernos, en este caso. “Los fabricantes han ganado dinero a espuertas”, suelen decir los más ilustrados. Es posible; lo habrán facturado, contabilizado e incluido –como corresponde hacerlo– en sus “cuentas de resultados”. Son los apuntes contables, pero el dinero ¿ha ingresado en caja?; porque en ese sector (en España, por ejemplo) se paga con muchos, muchísimos meses de demora. Un viejo axioma dice que la venta acaba cuando se cobra.

Por mi parte, frente a alguna de estas fantasías urbanas, he tratado de que quien parecía mas enterado me explicara de donde obtenía estas informaciones tan fidedignas, en qué datos objetivos se fundaba y entonces la respuesta solía ser del tipo de “no hace falta, solo hay que pensar un poco” o “lo dicen todos…” o “el otro día habló por la tele un médico, de Nosedonde” o “¿no viste el debate con aquella monjita?”. Y ya está.

A ver… justo hace un año se detectaron casos de una nueva gripe procedente de un virus de la gripe porcina que no solía afectar al hombre. Saltó a la especie humana en Méjico, con afectados y muertes que propiciaron la alarma sanitaria mundial ante su facilidad para contagiarse y expandirse con rapidez por otros países que en aquél momento estaban en invierno. En España se trajeron casos “importados” de Latinoamérica (en pleno verano aquí) o de otros lugares de Europa; luego aparecieron los autóctonos sin aparente contacto exterior. Se temió que el virus mutara (que se volviera más agresivo) y la situación, en ese supuesto, habría convertido en una catástrofe de proporciones gigantescas. La OMS tomó las medidas y decisiones conocidas.

No obstante aún se habla de ello, ya como ejemplo de pifia, máxime ahora, al cumplirse un año de su aparición pública. Un ejemplo lo tuve hace unos días, cuando tomaba café con un grupo de personas de un nivel cultural elevado, universitarios los más, y al salir a colación este asunto todos lo tomaron a chacota, reían en tono de burla. Me sorprendió porque eran personas razonables y razonadoras, con cierto espíritu crítico bien fundamentado, por lo general. No dije nada al respecto. Para mí pensé ¿de qué se ríen? Sin duda se alegraban de que, según las últimas cifras de la OMS, la “Gripe A” “sólo” haya causado, en unos meses, unos 17.000 muertos (muy inferior a la llamada gripe estacional que afecta cada año a ancianos y pacientes con otras patologías severas previas). Bah!, total no ha sido nada. Mejor, pero qué cabe decir (pensar y sentir, también) cuando el 75 % de los decesos se han producido entre personas menores de 30 años. Vidas sin madurar, sin hacer. ¿Y en España? Pues se estiman los muertos en cerca de 300 personas, por lo general, previamente sanas, jóvenes en su mayor parte, unos cuantos niños, mujeres embarazadas, mil enfermos (más bien jóvenes) ingresados durante semanas en las unidades de cuidados intensivos de los hospitales de todas las comunidades autonómicas… Bah!, unos exagerados alarmistas.

Afortunadamente mis últimas noticias, me indican que la guardia no se ha bajado (siguen reportándose nuevos casos cada semana) ante el temor de una reactivación del virus con los primeros fríos del invierno. Esperemos que, si llega, sea leve y únicamente pueda etiquetarse de “falsa alarma” para que muchos legos en la materia puedan seguir bromeando.
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* Las Administraciones autonómicas, en el primer trimestre de 2010, han ampliado el retraso del pago de sus compras de productos sanitarios hasta un máximo de 657 días, con un promedio de 280 días. (La Vanguadia, 29-05-2010)