domingo, 29 de noviembre de 2009

Las hijas del Cid históricas

La historia medieval está llena de mitos y los cantares de gesta o romances en que se recogían los acontecimientos o sucesos más sobresalientes de la época contribuyeron en buena medida a difundirlos y a conservar aspectos culturales de gran valor. Hoy, aquellos interesantes relatos pueden resultar también admirables, pero conviene tener presente que no son Historia (con mayúscula) fidedigna, que en ellos abundan las falsedades pues mezclan, cogidos de aquí y allá, creativamente, realidades y leyendas al gusto popular, de tal manera que pueden generar equívocos o llegar a ser manipulables ó manipuladores.

En la actualidad uno de los mitos mejor aceptado en nuestro país, es el que confunde el romance del Cantar de Mío Cid con la autenticidad biográfica de Rodrigo Díaz. Confusión ampliamente contaminante que se da “hasta en las mejores familias”, entiéndanse tales como grupos de gentes de por sí instruidas.

La fábula, leyenda, invención o tradición que quizás todo ello es el monumental “Cantar de Mío Cid”, ha sido atribuida, tras algunas dudas y vacilaciones, a un clérigo aragonés de la catedral de Roda, que lo escribió en latín entre 1082 y 1093 de cuyo original se conservan 128 versos agrupados en 32 estrofas. Es una de las piezas que merecería el primer puesto en el hipotético ranking de las canciones de gesta de la literatura hispánica, que ha pasado a la posteridad por su alto valor humano y, sin duda, por contar con un protagonista de la talla épica de Rodrigo Díaz de Vivar.

Uno de los pasajes más famosos (y legendario) del cantar es la afrenta cometida por los Infantes de Carrión –que existieron realmente, sobrinos del Conde Pedro Ansúrez– en las hijas del Cid, llamadas en el romance doña Elvira y doña Sol. Son unas estrofas muy divulgadas, incluyendo su abandono después de la infamia cometida en el robledo de Corpes:

Todos se habían ido,/ ellos cuatro solos son,/así lo habían pensado /los infantes de Carrión:/“Aquí en estos fieros bosques, /doña Elvira y doña Sol,/vais a ser escarnecidas, /no debéis dudarlo, no./Nosotros nos partiremos, /aquí quedaréis las dos;/no tendréis parte /en tierras de Carrión.” [...] (http://www.trinity.edu/)

Pero ésta no es la historia verídica, aunque su versión en romance sea mucho más conocida quizás por su morbo. Bibliografía en mano [“El Cid histórico”.- Gonzalo Martínez Díez. (Real Academia de Historia) - Editorial Planeta, 2001], el Cid se casó con Dª Jimena, hija del conde de Oviedo y sobrina del rey Alfonso, y tuvo tres hijos: Cristina, María y Diego (nada de doña Elvira y doña Sol, como hemos leído antes)

Don Diego, el único hijo varón del Cid (...ovo nombre Diago Royz (Rodríguez), et matáronlo en Consuegra los moros...) murió efectivamente en la batalla de Consuegra el 15 de Agosto de 1097 en el ejército del rey Alfonso VI. El Campeador “había mandado a su hijo de 22 años al frente de una hueste para ayudar al rey en esa batalla” (Obra citada, p. 417 y "El Cid" de M. Pidal, p. 203).

Cristina, la hija mayor, se casó con el infante navarro Ramiro Sánchez, y su hijo García Ramírez llamado El Restaurador fue proclamado rey de Navarra en 1134.

En cuanto a María Rodríguez, la hija menor del Cid, se casó con Ramón Berenguer III El Grande, Conde de Barcelona y por tanto ella adquirió el rango de Condesa de Barcelona. Aunque no se sabe la fecha de esta boda, el enlace se encuentra perfectamente avalado documentalmente, primero en el año 1103 (“Els grans comtes de Barcelona”, S. Sobrequés y Vidal.- Barcelona 1969, pág.161-163) y, más tarde, el 4 de agosto de 1104, por otro documento, expedido conjuntamente con su marido el conde Ramón Berenguer III.
María Rodríguez debió morir en 1105.

Por otro lado, Ramón Menéndez Pidal divulgador del Cantar de Mío Cid e historiador riguroso corrobora lo anterior y amplía algunos detalles. Sus investigaciones le permiten afirmar que el cantar “fluye en sus episodios entre personajes que realmente han existido y que han vivido, poco más o menos, como el poema dice” no obstante, en la parte referente a los matrimonios afirma, como es conocido, que el poema del Cid, “se aparta francamente de la realidad verdadera...” (“El Cid Campeador”.- Ramón Menéndez Pidal.- Colección Austral, nº 1000; 7ª Edición, 1973.- Páginas 217 y 218).

Objetividad en los artículos de opinión

Como lector asiduo de “prensa de papel y tinta” deseo expresar mi insatisfacción por los contenidos de determinados artículos de opinión que se asoman casi a diario a las páginas de algunos periódicos, denominados independientes, aunque no parezcan cumplir tal condición. Con demasiada frecuencia, las opiniones que manifiestan las encuentro parciales, sesgadas y carentes de objetividad, aunque ésta última sea “un cuento chino”, según dijo John Carlin (Londres, 1956) en la inauguración de la 23ª edición del máster UAM/EL PAÍS, palabras recogidas por este último medio el 12-02-2009. Carlin añadió que la objetividad “es un signo de arrogancia” y que se trata de “un atributo divino o propio de un robot”.

Y sí, entiendo que quien escribe tenga sus convicciones e intereses, como cualquier ciudadano, pero preferiría que sus análisis nos llegaran desprovistos de esas influencias, así como de otros ropajes más o menos afines a ideologías o “tomas de posición”, sean del signo que sean.

El “opinador” está ahí –deduzco, o me gustaría– por su equilibrada capacidad de raciocinio y no como promotor de ninguna causa ni credo, al contrario que el lector, que sí puede tener los intereses que guste, es muy libre. Naturalmente, es importante que el columnista exprese sus conceptos de forma “eficaz, documentada, original y clara”, como ha escrito recientemente Francesc-Marc Álvaro en La Vanguardia, pero sin escamotearnos el examen desde otras perspectivas que completen el planteamiento inicial; atreviéndose a tratar las materias desde puntos de vista que quizás gusten poco a quien escribe y no sean del agrado de determinados lectores, pero esa conducta periodística me parece irrenunciable. Ha de esforzarse en dejar en el cajón las anteojeras de sus dogmas (simplemente por elegancia o compromiso intelectual) y no ceder a la tentación de condicionar sus ideas a las creencias en las que esté instalado, como diría Ortega.

jueves, 26 de noviembre de 2009

Antonio Machado, profesor

Un viejo amigo de mi familia, exalumno de Antonio Machado cuando el poeta era catedrático de lengua francesa y literatura española en el instituto de enseñanza secundaria (Instituto General y Técnico) de Segovia, nos contaba con una mezcla de nostalgia y remordimiento tardío, cómo había conseguido, tramposamente, que Don Antonio le aprobara la literatura, materia a la que el estudiante apenas había dedicado atención.
Este amigo recordaba al poeta que, allá por los años previos a la segunda República (alrededor de 1927), era un dechado de benevolencia con los alumnos y vivía un tanto ausente de lo que no fuera poesía, teatro y la política envenenada que se respiraba entonces. Refiriéndose al atuendo personal del catedrático hablaba de su clásico desaliño en el vestir como muestra del abandono con que arrastraba su pena por la muerte de su esposa Leonor Izquierdo, ocurrida en 1912 a la temprana edad de 18 años.
El engaño con que burló a Machado en la prueba de Literatura, motivo de la contrición del antiguo escolar, lo solía contar con detalle. Don Antonio se le dirigió para que sacara, de una bolsa, dos números del temario de la materia a examinar. De estos dos números, luego, el alumno escogía libremente el que mejor le parecía y sobre esa disciplina versaba el escrutinio. Como apuntaba anteriormente, nuestro amigo sólo había estudiado un pequeño porcentaje de los temas de la asignatura y no dominaba bien más allá de tres o cuatro. Extrajo las dos bolitas correspondientes que no eran nada buenas para él así que, tras dedicarlas un vistazo, las retornó a las profundidades de donde las había sacado, sin dar tiempo a que las viera nadie más. Don Antonio se quedó sorprendido y reprendió sin acritud a tan “despistado” alumno. “No, hombre, no; no las tenía que haber devuelto, debía habérmelas enseñado a mí”. “Vamos a ver, ¿recuerda Vd. de qué números se trataba?”, preguntó bondadosamente, tratando de solventar aquel pequeño incidente.
Claro que el alumno los recordaba pero, con picardía y aplomo, mencionó los correspondientes a dos de las asignaturas que mejor se sabía y luego escogió, de acuerdo con las reglas, la opción preferida para su examen que, lógicamente, superó sin problemas.

Experiencia y experimental

Escribía Albert Camus, en Mayo de 1935 (Carnets,1), sobre la vanidad de la palabra “experiencia”. Decía que la experiencia no es “experimental”, esto es, no se sirve del peso de la prueba que sería lo experimental, lo basado en operaciones intencionales para descubrir o comprobar determinados fenómenos. La experiencia es el conocimiento que se va adquiriendo, sin premeditación, como sin querer, y cuyo coste no debe ser elevado porque no se le busca, “se le sufre”, de aquí lo de no pagar por él un alto precio. “Más que experiencia es, pues, paciencia”. Añadía Camus que “al salir de la experiencia no se es sabio, se es experto.” Qué importante matiz. No sabio, sino práctico, simplemente más preparado para afrontar situaciones.

miércoles, 25 de noviembre de 2009

Luces de bohemia, de Valle-Inclán (1866-1936)

(A modo de reseña)

Dramaturgo, poeta y novelista español nacido en Villanueva de Arosa, formó parte de la corriente literaria denominada en España "modernismo", estando próximo, en sus últimos textos, al espíritu de la Generación del 98.
Tras realizar un viaje por México y Cuba, en 1896 se instala en Madrid, adoptando por entonces su particular indumentaria: capa, chalina, sombrero, y lo más significativo, sus largas y características “barbas de chivo” calificativo que acuñó Rubén Darío en un poema que le dedicó. Valle-Inclán acude a varias tertulias literarias y conoce a figuras destacadas de la época como Pío y Ricardo Baroja, Azorín, Benavente, Villaespesa, etc. siendo entonces cuando comienza a publicar y a estrenar teatro, amén de colaborar en revistas, lo que no le impide vivir la vida bohemia intensamente, con tantas estrecheces económicas que le obligan a habitar en unos cuartuchos alquilados de un patio de viviendas, sin apenas mobiliario, en los suburbios de Madrid. Por entonces, en un altercado público, le hiere en un brazo el periodista Manuel Bueno, herida que termina gangrenándose y hace necesaria su amputación.

Entre sus obras cabe destacar las “Sonatas” (de otoño, de estío, de primavera y de invierno, en las que aparece por primera vez su personaje el marqués de Bradomín), Romance de Lobos, El Marqués de Bradomín, El resplandor de la hoguera, Flor de santidad, Gerifaltes de antaño, Voces de gesta, La marquesa Rosalinda, Tirano banderas (narración muy celebrada), La corte de los milagros, Viva mi dueño, Baza de espadas, etc. En síntesis, se puede afirmar que Valle es considerado uno de los autores clave de la literatura española del siglo XX, alguna de cuyas obras sigue siendo objeto de estudio, como “Luces de bohemia” con la que introduce el esperpento, una nueva forma literaria de ver el mundo desfigurando o distorsionando la realidad.

Argumento

En Luces de bohemia, Max Estrella (poeta ciego) sale por la tarde (al crepúsculo) de su casa con Don Latino para ir a la librería de Zaratustra a reclamar que le paguen más por un un atadijo de libros de Max que había llevado a vender su amigo. No consiguen deshacer el trato con el librero y terminan emborrachándose en la taberna de Pica-Lagartos, donde empeña su capa para comprar un décimo de lotería. Horas más tarde lo detiene la policía por armar escándalo con un grupo de jóvenes modernistas y lo llevan a la cárcel donde pasa el resto de la noche, hasta que consigue salir gracias a la intervención del redactor jefe de un periódico al que han movilizado los jóvenes que estaban con él. Cuando es puesto en libertad, va a reclamar al ministro de Gobernación, antiguo compañero de estudios, que le da algún dinero y le promete una pensión usando los fondos reservados (fondos de reptiles) de que puede disponer. Desde allí, siempre con Don Latino como lazarillo, se van a un café donde Max le invita a cenar en compañía de Rubén Darío con quienes, más tarde, deambula por las calles hasta el amanecer, entre furcias y altercados. En compañía de Don Latino regresan a la casa del poeta mientras Max se siente muy enfermo, está delirando, semiinconsciente y tiene frío sin la capa que empeñó. Acurrucado en el quicio, muere sólo porque su amigo le abandona tras robarle la cartera. En la última escena, después del entierro, Don Latino está borracho en la taberna de Pica-Lagartos, tiene el dinero que ha cobrado por el décimo de lotería que salió premiado y, a través de un periódico, se sabe que la mujer y la hija de Max han muerto intoxicadas por el tufo de un brasero ¿suicidio?, ¿accidente?.

Visión crítica de Valle-Inclán

La idea central de Luces de bohemia, es la crítica de la sociedad española de aquél tiempo, y en particular la de Madrid, la vida madrileña, donde no encuentra acomodo el talento ni se puede vivir del fruto exclusivo del trabajo honrado. Únicamente se prospera por medio del favoritismo, la corrupción, la infamia y la injusticia que llevan al malvivir, y como consecuencia, al descontento general donde los disturbios callejeros están a la orden del día. Observado a distancia, como lo hacen algunos personajes, son los signos de la degradación y decadencia que anunciaban los autores de la generación del 98.

El esperpento

Él mismo define el esperpento, al margen de que afirmara que el esperpento lo inventó Goya: Los héroes clásicos han ido a pasearse en el Callejón del Gato. Los héroes clásicos reflejados en los espejos cóncavos dan el esperpento. Las imágenes más bellas, en un espejo cóncavo, son absurdas. (escena doce) El esperpento define pues, lo feo, lo ridículo, lo grotesco y, según Zamora Vicente, “esta bohemia literaria interpretada por Valle-Inclán me atrevo a decir que es un fenómeno exclusivamente madrileño”.

“Este estilo nuevo teatral –según recoge Wikipedia– partió de un famoso bar situado en el madrileño "callejón del gato", situado a las traseras de Sol, aproximadamente. Valle Inclán era un gran asiduo al mismo, cuya característica más llamativa era la fachada, donde se hallaban unos espejos cócavos y otros convexos que deformaban la figura de todo aquel que frente a ellos posase. Esto, que se convirtió en un entretenimiento de la época, sería utilizado por Valle-Inclán como inspiración. La deformación de la realidad bien podía ser divertida, como de hecho lo era para los transeúntes, pero podía convertirse en algo más: en un espejo social, en una crítica, en una deformación de la realidad exagerada, delicia para un escritor rebelde como lo era Valle-Inclán”.

Luces de bohemia fue publicada por entregas, en el semanario “España”, en 1920 y en forma de libro en 1924, al que añadió tres nuevas escenas: la escena II (la visita a la librería de Zaratustra), la escena VI (en la prisión donde conoce al revolucionario catalán) y la escena XI (donde acaece la muerte de un niño y se cuenta en intento de fuga de un preso).

La obra

Dividida en 15 escenas en lugar de los 3 ó 4 actos habituales, parece sugerir que estaba más orientada a ser leída que representada en un escenario. En cualquier caso llaman la atención las descripciones de la escenografía (al principio de cada escena) o algunas acotaciones intercaladas para definir, con mayor precisión, situaciones ó sentimientos de los personajes. Sorprenden esos textos por su gran valor literario y estilístico (la forma de narrar, de crear imágenes), destacando el uso de adjetivos, metáforas, comparaciones, etc.

[…] Encogido en el roto pelote de una silla enana, con los pies entrapados y cepones en la tarima del brasero, guarda la tienda. Un ratón saca el hocico intrigante por un agujero. (Escena Segunda, en la librería de Zaratustra)

Un café que prolongan empañados espejos. Mesas de mármol. Divanes rojos. El mostrador en el fondo, y detrás un vejete rubiales, destacado el busto sobre la diversa botillería. El café tiene piano y violín. Las sombras y la música flotan en el vaho de humo, y en el lívido temblor de los arcos voltaicos. Los espejos multiplicadores están llenos de un interés folletinesco. En su fondo, con una geometría absurda, extravasa el café. El compás canalla de la música, las luces en el fondo de los espejos, el vaho del humo […] (Escena Novena, el café Colón)

Como se ha señalado en el argumento, Luces de bohemia, escenifica las andanzas de Max Estrella durante una noche. Max, poeta menesteroso, frustrado y ciego, guiado por su amigo Don Latino de Hispalis, transitan por un amplio muestrario de la vida madrileña de aquellos tiempos, empezando por la librería de Zaratustra (abichado y giboso) hasta finalizar el periplo muriendo, solitario, a la puerta de su casa. Entre ambos episodios visitan tabernas, la cárcel, el Ministerio de la Gobernación, jardines y calles donde se dan cita la prostitución y sus macarras, cafés… para darnos a conocer una angustiosa y deplorable verdad a través de la sátira de la política, la religión y la sociedad carentes de ética: que, en aquel Madrid, no hay espacio para el intelectual preparado ni para el trabajador ya que su lugar ha sido ocupado por la indecencia de una chusma perversa más o menos acomodada y corrompida.

Los personajes

El principal personaje de Luces de bohemia, Max Estrella poeta sin éxito, casi en la indigencia, es la contrafigura, está inspirado con gran fidelidad, en los últimos años de la vida de Alejandro Sawa (1862-1909) escritor y periodista español que se quedó ciego y finalmente perdió la razón. Con motivo de su muerte Valle-Inclán escribió a Rubén Darío una carta donde le decía que había llorado delante del muerto “por él, por mí y por todos los poetas […] Tuvo el fin de un rey de tragedia: murió loco, ciego y furioso”. De Sawa se pueden leer algunas obras, de una calidad estética indiscutible.

El amplio repertorio de figuras que pone en escena, enriquecen, espesan y trenzan un rico tapiz, mientras lo variado de los ambientes y, no obstante lo dispersa que parece la acción, no desdibuja la unidad de la obra y su progresión. Se sigue bien la evolución de la trama, lineal, y la vida cotidiana (a veces en breves secuencias) de los personajes (Max Estrella, Madame Collet, Claudinita, Don Latino, Zaratustra, Pica-Lagartos, La Pisa-Bien, los modernistas, Rubén Darío, el obrero catalán, etc.) porque se respeta escrupulosamente el tiempo narrativo. La tragedia se consuma desde un atardecer hasta las primeras horas de la mañana del día siguiente. Es suficiente para plasmar un cuadro general con diferentes episodios de una sociedad hambrienta, esperpéntica, por absurda; a través de una vivienda miserable, una librería de viejo, una taberna, un calabozo, unas pocas calles y varias decenas de personajes.

Los estudiosos de Valle-Inclán, y de Luces de bohemia particularmente, consideran que aparte de Rubén Darío, son reconocibles “los originales” de varias de las figuras más sobresalientes de la obra. Además de Sawa-Max Estrella citados, están los casos del famoso librero de lance y editor (1860-1913) Gregorio Pueyo en el papel de Zaratustra; Ciro Bayo, (1860-1939) (“Lazarillo español”, en ediciones Cátedra, 1996, “Guía de vagos…”, “La reina del chaco”, y otras) reconocido como Don Gay Peregrino; Dorio de Gadex un escritor que alcanzó cierta fama con ese sinónimo, de obra extensa de las que algunas fueron publicadas por Pueyo en la colección Ágora y que murió completamente ignorado en 1924; y otros, hoy, menos conocidos. En el tejido de la época, esos “héroes” conviven por alusiones con Alfonso XXIII, Unamuno, la Infanta Isabel, Maura, Rafael “El Gallo”, Francisco Villaespesa, etc. ¿Se puede pedir más?.

Las dianas de Valle

Luces de bohemia satiriza la política, la sociedad y la religión enfatizando lo caricaturesco de algunas clases sociales, su corrupción, conformismo y pedantería, como si acabaran de posar delante de los espejos deformantes. Toda la obra respira crítica social hacia arriba y hacia abajo. Pueden identificarse su ironía y sarcasmo en las citas de:

-La vida española e internacional que sirve de marco a la trama de la obra (Revolución rusa (p.219), las colonias en su fase final, los políticos, sean de uno u otro signo, Alfonso XIII y García Prieto (escena séptima), Maura, Castelar, Ministerio de la “Desgobernación”).

-La Cruz Roja (cruz colorada, escena tercera)

-Corrupción del ministro que usa los fondos reservados para favorecer a Max

-Represión policial, detenciones ilegales a las que asiste el lector-espectador.

-Ridiculización de algunos personajes policiales (Serafín el bonito)

-Revueltas callejeras con el hambre como trasfondo.

-Burgueses incipientes, si así se les puede denominar como Zaratustra, el librero y Pica-Lagartos de los que Valle hace mofa.

-Periodistas pedantes como el redactor Jefe D. Filiberto, Don Gay y los modernistas que aspiran a la gloria

-La Pisa-Bien, las prostitutas, la portera, “la lunares” (casi una niña), la parodia de Hamlet y los sepultureros (cargada de ironía y en defensa del quehacer de los Álvarez Quintero)

-El concepto religioso español (escena segunda), con la propuesta de El Escorial como nueva sede vaticana.

-Los aguijonazos a ilustres como Galdós (el garbancero) o a la Real Academia (escena cuarta)...

La única excepción a la “esperpentización” es, sin duda, el tratamiento que da a la muerte del niño, a la reacción de la madre y los diálogos mantenidos con el obrero catalán preso.

Sobre todo, el lenguaje

En el estilo tan personal, tan típicamente “Valleinclanesco”, de esta obra cabe destacar su repertorio de términos, que es amplísimo y recoge “perlas” del achulapado vocabulario del viejo Madrid, así como un muestrario de palabras del “calé”. Realmente, no son tan raras o incomprensibles para quienes nos hemos criado con Madrid como centro cultural de influencia. Aún hoy no nos resultan extrañas “apoquinar” por pagar, “melopea” por borrachera, “ahuecar” por marcharse o quitarse, “cate” por golpe, “camelar” por enamorar o agradar, “señá” por señora. Lo mismo se puede decir del vocabulario de origen “calé”. No me son desconocidas palabras como “gachó” por individuo, “parné” por dinero (enfatizado en una canción: “maldito parné…. No cabe duda de que el folklore y la zarzuela ha hecho mucho por conservar este tipo de terminología”), “chanelo” por hablo o entiendo, “cañí” por raza gitana, etc. Lo curioso de la obra es que al lado de este léxico aparecen palabras en latín (salutem plurimam) ó en lenguaje moderno ó frases hechas ó citas literarias de Calderón o Shakespeare, o motes (denominaciones) mordaces como El rey de Portugal, Serafín el bonito, Pica Lagartos, La Pisa bien, o llamar marquesa a una prostituta.

Descripciones y acotaciones

Aunque ya ha sido citado con anterioridad, quiero insistir en la riqueza que aportan las amplias descripciones al inicio de cada escena o entremezcladas con la acción y los diálogos. Son aportaciones del magnífico prosista que fue D. Ramón María. Se describen personajes, lugares escenográficos que van más allá de lo habitual en una obra de teatro y son de un gran valor literario, como si el lector (no así el espectador) contase con la presencia de un Narrador, que sin dar cuenta de los hechos que suceden nos asombra respecto a la descripción de lugares y acotaciones de la acción (lateralmente, como al margen, previas a los diálogos).

Para concluir

El final de la obra, después de cerrar varios de los conflictos a los que ha asistido el lector-espectador, deja abierta la última parte de la última escena. La muerte de Madame Collet y Claudinita por el tufo de un brasero ¿fue un penoso y lamentable accidente. o un no menos aflictivo suicidio?
Como comentario último sobre el valor literario de Luces de bohemia y el esperpento habría que referirse, también, a la importancia de acuñar una nueva concepción teatral de resonancia universal, (cuestionamiento de la sociedad y del ser humano), precursor del “teatro del absurdo” que más tarde materializarían Eugène Ionesco, Samuel Becket y Harold Pinter, reciente Premio Nobel de Literatura.