jueves, 26 de noviembre de 2009

Antonio Machado, profesor

Un viejo amigo de mi familia, exalumno de Antonio Machado cuando el poeta era catedrático de lengua francesa y literatura española en el instituto de enseñanza secundaria (Instituto General y Técnico) de Segovia, nos contaba con una mezcla de nostalgia y remordimiento tardío, cómo había conseguido, tramposamente, que Don Antonio le aprobara la literatura, materia a la que el estudiante apenas había dedicado atención.
Este amigo recordaba al poeta que, allá por los años previos a la segunda República (alrededor de 1927), era un dechado de benevolencia con los alumnos y vivía un tanto ausente de lo que no fuera poesía, teatro y la política envenenada que se respiraba entonces. Refiriéndose al atuendo personal del catedrático hablaba de su clásico desaliño en el vestir como muestra del abandono con que arrastraba su pena por la muerte de su esposa Leonor Izquierdo, ocurrida en 1912 a la temprana edad de 18 años.
El engaño con que burló a Machado en la prueba de Literatura, motivo de la contrición del antiguo escolar, lo solía contar con detalle. Don Antonio se le dirigió para que sacara, de una bolsa, dos números del temario de la materia a examinar. De estos dos números, luego, el alumno escogía libremente el que mejor le parecía y sobre esa disciplina versaba el escrutinio. Como apuntaba anteriormente, nuestro amigo sólo había estudiado un pequeño porcentaje de los temas de la asignatura y no dominaba bien más allá de tres o cuatro. Extrajo las dos bolitas correspondientes que no eran nada buenas para él así que, tras dedicarlas un vistazo, las retornó a las profundidades de donde las había sacado, sin dar tiempo a que las viera nadie más. Don Antonio se quedó sorprendido y reprendió sin acritud a tan “despistado” alumno. “No, hombre, no; no las tenía que haber devuelto, debía habérmelas enseñado a mí”. “Vamos a ver, ¿recuerda Vd. de qué números se trataba?”, preguntó bondadosamente, tratando de solventar aquel pequeño incidente.
Claro que el alumno los recordaba pero, con picardía y aplomo, mencionó los correspondientes a dos de las asignaturas que mejor se sabía y luego escogió, de acuerdo con las reglas, la opción preferida para su examen que, lógicamente, superó sin problemas.

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