viernes, 22 de enero de 2010

Memorias del subsuelo, de Dostoyevski (1821-1881)

(Comentarios a una lectura)

Stefan Zweig consideraba a Dostoyevski "el mejor conocedor del alma humana de todos los tiempos" debido a que, en sus grandes novelas, exploró la psicología humana desde múltiples facetas y, particularmente, en lo que respecta a los sentimientos del pueblo ruso del siglo XIX.

Tras iniciar su vida profesional como ingeniero, Feodor M. Dostoyevski abandonó pronto su carrera para dedicarse, exclusivamente, a la literatura. Su primera novela, Pobre gente (1846), fue muy bien recibida y su simpatía por los desgraciados y oprimidos de la población rusa le llevó a intervenir en temas políticos y económicos, por lo que el zar Nicolás I le condenó a muerte si bien, justo cuando se encontraba frente al pelotón de fusilamiento, la sentencia le fue conmutada por cuatro años de prisión en Siberia. Su encierro, en penosas condiciones higiénicas y sanitarias, le llevó a enfermar de epilepsia, cuyas crisis recurrentes le acompañaron de por vida, afectando de forma muy negativa a sus relaciones personales, del mismo modo que lo hizo la pasión que sentía por el juego, otro de sus males crónicos, que le obsesionó durante muchos años, combinando frecuentes viajes a París y Wiesbaden donde esta actividad no sólo estaba permitida sino que, en aquellos tiempos, se encontraba en pleno auge.

Las pugnas entre el amor y el odio, el bien y el mal o entre la pobreza y la riqueza son conflictos que aparecen con gran frecuencia en sus novelas, reflejando sus inquietudes sociales y humanitarias a la par que su profundidad psicológica, reflejada en muchos de sus personajes.

El filósofo estadounidense Walter Kaufmann, le consideraba uno de los escritores más trascendentes de la literatura rusa apreciando, en particular, "Memorias del subsuelo" (1864), “la mejor obertura para el existencialismo jamás escrita” interpretada con la atormentada voz del anónimo “hombre subterráneo”.

Habitualmente, se le inscribe en la restringida lista de los mejores y más influyentes escritores universales, al lado de Homero, Dante, Shakespeare o Cervantes. En un canon recientemente elaborado por el Instituto Nobel y el Club del Libro Noruego, con la participación de cien escritores de 54 países para seleccionar la mejor obra literaria de la historia, a Dostoyevski se le menciona más veces que a ningún otro autor (con cuatro obras). Nietzsche, que era uno de sus admiradores, afirmó: “Dostoyevski, el único psicólogo, por cierto, del cual se podía aprender algo, es uno de los accidentes más felices de mi vida, más incluso que el descubrimiento de Stendhal”.

Entre sus mejores novelas deben citarse, aparte de “Pobre gente” y "Memorias del subsuelo": Noches blancas (1848), Humillados y ofendidos (1861), Crimen y castigo (1866), El jugador (1866), El idiota (1869), Los demonios (1872), y Los hermanos Karamazov (1880)

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De “Memorias del subsuelo” se podría pensar, en un contacto somero, que es una novela fuera de nuestro tiempo o irrelevante dentro de la colosal arquitectura literaria de Dostoyevski. Si así lo hubiéramos considerado habríamos cometido un inmenso error.

Que no está fuera de nuestro tiempo lo indican los análisis que aún genera, y cuyo último ejemplo se recoge en el artículo que le dedica la “Revista de Occidente” en su número 343, de Diciembre de 2009, donde se leen cosas como que esta novela se anticipa al Kafka de “La metamorfosis” o que “Memorias del subsuelo” “fundó una manera de narrar que marcará alguna de las mejores literaturas del siglo XX” y se citan a “El Pozo” de Onetti, “El extranjero” de Camus, y a otros autores como Hermann Hesse y Roberto Arlt, entre los distinguidos seguidores de su modelo.

“Memorias del subsuelo”, en cuanto al número de páginas, dista bastante de las monumentales dimensiones de otras novelas de Dostoyevski, como “Los hermanos Karamazov” o “Humillados y ofendidos”, pero sin esa grandiosidad, no es inferior en la substancia de su contenido.

Sin extenderme en más preámbulos, paso a comentar algunos aspectos de esta narración en cuyo prefacio Rafael Cansinos Assens nos anticipa que Dostoyevski “acaba de regresar del extranjero después de liquidar su últimas ilusiones con Polina Suslova (su amiga) y perder sus últimos cobres en la ruleta” además de que está enfermo. En tal estado físico y anímico se puso a escribir “Memorias del subsuelo”.

Empezaré refiriéndome al narrador. Su voz, en primera persona puesto que es una confesión a lo que asistimos, está dirigida al lector, al que apela directamente en varias ocasiones. Este narrador-personaje, desconocido para el lector, no tiene ni nombre, pero lleva a cabo una introspección exhaustiva de su personalidad neurótica y miserable, desconfiada, a partir de su sentimiento de inferioridad y desprecio hacia sí mismo. “Soy malo”, nos dice ya en la primera línea de la novela.

En sus auto-reconvenciones, va mostrando sus sentimientos con los que trastea en el subsuelo de su naturaleza íntima, deleitándose de forma clarividente, eso sí, con el placer que le deparan sus maldades y los pensamientos negativos que le torturan hasta que, de tanto en tanto, asoma la razón, con sus frenos y reservas, haciéndole recapacitar acerca del lado elevado y bondadoso del ser humano, aparentando con esto equilibrar sus especulaciones. El resultado, sin embargo, es poco duradero. En este sentido, llama la atención cómo alterna entre la prioridad de sus instintos (en los que, minuciosamente, se regodea) y las fases de buen juicio con un discurso donde destaca la lógica y el respeto.

Se interroga, dudoso (pero no olvidemos que se dirige al lector) “¿puede respetarse (a) quien está decidido a hallar placer en el sentimiento de su propia abyección?” (capítulo V). Al contrario, en sus momentos lúcidos, nos expone que “el hombre sólo comete bajezas porque no comprende su verdadero interés… si le abriesen los ojos… al punto se volvería bueno y generoso” (capítulo VII). En todo caso, junto con su agudeza intelectual y sin salir de su agujero, nos traslada sus dudas enfermizas y la prioridad de sus pasiones: “la razón caballeros, es una buena cosa, eso es indiscutible; pero la razón no es más que la razón, y sólo satisface a la capacidad humana de raciocinar, en tanto que el deseo es la manifestación de la vida toda…” (capítulo VIII)

La organización de la novela divide el texto en dos partes diferenciadas: En la primera, tenemos la fase confesional, reflexiva, íntima, donde nuestro personaje da a conocer sus instintos más recónditos, sus maldades y su placer al evocarlas hasta la saciedad, de modo similar a como hace con sus teorías, cuando es la razón quien toma el poder de su mente y dirige su discurso. En la segunda parte, la que pudiéramos etiquetar como “dialogada”, ocurrida 20 años antes, se sitúa dentro de su conciencia en libertad, donde aparecen frecuentes diálogos, especialmente con Liza, en cuyas relaciones se evidencian, otra vez, las discordancias de su subconsciente.

El argumento nos permite, en realidad, descubrir un antihéroe muy representativo. Su largo soliloquio exhibe su perfil psico-patológico, sin valores, sin nobleza, sin alegría, pasivo, sin afectos, pobre, frágil, sólo e invisible, confesando al lector que sus desgracias, dolores y humillaciones le producen placer, que es el aspecto más significativo de su desequilibrio mental. En la segunda parte, de estructura más coloquial, literaria o menos analítica, nos termina de describir la historia de su vida con compañeros, amigos (los que nunca tuvo) y sus relaciones episódicas con Liza donde se terminan de exhibir sus luchas internas y las inútiles relaciones personales en las que la razón no es capaz de imponer un equilibrio estable.

El punto de vista adoptado o la focalización literaria del relato, no insistiré en ello demasiado pues ha quedado expuesto más arriba, es el de la indagación en los sentimientos, pasiones e instintos más hondos del personaje, narrados desde ese “subsuelo” donde intentan penetrar, desde hace años, los psicoanalistas.
Igualmente, aunque sea de forma breve, merecen destacarse los escenarios o ambientes por los que transita la segunda parte que configuran una atmósfera triste, solitaria, depresiva, enfermiza y hasta explosiva mientras que, a ratos, (con Liza, principalmente) se convierte en acogedora y afable.

Novela de texto denso, con descripciones minuciosas, determina un ritmo necesariamente despacioso y, a veces, reiterativo. En la primera parte la acción es nula y puede exigir cierto esfuerzo sostener la concentración para seguir el hilo de las reflexiones del protagonista, especialmente cuando introduce digresiones extensas como la del capítulo I de la segunda parte. Esta novela, es evidente, tiene más carácter de obra filosófica –por su introspección y análisis de sentimientos– que de ficción literaria. De cualquier modo, el punto culminante del conflicto, el clímax, se sitúa con claridad en el final de la novela, en la crisis de nuestro hombre con Liza, en la inutilidad de la visita de ésta, en su ruptura, su partida entre la indiferencia y la desesperación del “memorialista”, “entre la nieve que caía espesa, prieta…”

Para ir concluyendo, unas palabras acerca de simbolismo y el fondo de “Memorias del subsuelo”. Se trata de un descenso a los infiernos de la personalidad a los que tan proclive se muestra Dostoyevski en buena parte de sus obras; saca a la luz los demonios que guarda el hombre en su “covacha”, las ideas, los sentimientos más profundos, los valores y miserias que explican el comportamiento humano. Creo que aquí se ha hecho un buen ejercicio para penetrar en el “hombre del subsuelo”, el subconsciente individual, quizás para ponderar su potencial filosófico, su capacidad poética a la vez que su maldad o antipatía, allá en lo hondo. Ante todo, se ha mostrado el agudo poder de observación de Dostoyevski para ayudarnos a comprender nuestra facilidad para llegar a ser “nada” a través de la experimentación placentera del dolor y la gandulería. Y su tino (qué contradicción) al afirmar que: “la mayor parte de los seres sanguinarios…fueron siempre ultracivilizados…” (capítulo VII de la primera parte). ¿O quiere decir que ante situaciones de extrema crueldad, como dijo Freud, se ponen en marcha mecanismos psíquicos de protección anímica? En todo caso, su relato, no oculta la maldad, la inclinación del hombre a flagelarse, a sufrir, como último y desesperado medio para conseguir un gramo de felicidad cuando se alivia el padecimiento.

No, no es una literatura de entretenimiento, pero a pesar de su exigencia, no es una novela que podamos catalogar de “difícil”, aunque resulte laboriosa.

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