jueves, 2 de septiembre de 2010

Sándor Márai. "El último encuentro"

Kassa [Hungría] 1900 – San Diego [EE.UU.] 1989)

(Comentarios a una lectura)

Los datos biográficos de Sándor Márai son poco conocidos, quizás por las vicisitudes que hubo de pasar y lo amargo de su existencia literaria. Vivió exiliado en Europa en los años treinta y más tarde se afincó en Estados Unidos. Su obra fue ignorada y prohibida en su país (Hungría) durante décadas, aunque ya estaba considerado como uno de los escritores más importantes de Centroeuropa, equiparable a Thomas Mann y Stefan Zweig. Tuvo que manifestarse el declinar del comunismo para que este escritor se viera reconocido en su país y, de paso, universalmente. Se quitó la vida en San Diego en 1989.

Entre sus novelas, que son poco conocidas en España, deben destacarse, además de “El último encuentro” (1999), “La herencia de Eszter” (2000), “Divorcio en Buda” (2001) “Confesiones de un burgués” (2004) y “La mujer justa” (2005). En la actualidad están traducidas al castellano 13 de sus creaciones literarias.

“El último encuentro”, es una novela que, en primer término, llama la atención por lo bien estructurada que está, ya que va poniendo en escena una historia, con milimétrica precisión, paso a paso, manteniendo la tensión del lector, en intriga creciente hasta la última página. Entonces, próximo el final, es cuando se desvela el enigma que ha construido Márai sobre la amistad y relaciones de sus personajes; entre el general, su amigo Konrád y Krisztina, la esposa del primero.

Amigos íntimos desde la lejana la infancia, Henrik (el general) y Konrád, han dejado pasar 41 años hasta que vuelven a encontrarse, ya ancianos, en la mansión de Henrik, cuando Konrád le hace una visita, largamente esperada. Cenan juntos con sus recuerdos y los sentimientos acumulados en sus vidas. Es el general el que lleva el peso del relato, y no tarda en rememorar el descubrimiento, en su día, de la fuga repentina de Konrád. Ahora, quiere hablar de la verdad, de toda la verdad, de la amistad sin contrapartidas y de la infidelidad de éste como amigo y de los motivos que tuvo para marcharse sin avisar. Confiesa que se dio cuenta de todo en la cacería donde Konrad levantó el arma a sus espaldas pero que, de aquél lance, no contó nada a nadie. Aquél día fue la última vez que el matrimonio cenó en compañía de su amigo.

Entre las muchas cosas a destacar en la novela, merece subrayarse el uso de un narrador en tercera persona omnisciente, pero que no entra en el mundo interior de los personajes. Cuenta los sucesos, presenta a los protagonistas, los sitúa en el escenario y en el tiempo, describe sus reacciones y comportamiento y, además, nos muestra la decadencia de la época de esplendor de la sociedad aristocrática centroeuropea, en tono nostálgico.

El meollo de la cuestión, lo que atrapa al lector, es el paulatino descubrimiento (a partir de la segunda mitad del libro) del enigma que se esconde en las vidas de los dos amigos (Henrik y Konrád) y el papel que desempeñó Krisztina en sus relaciones. Para el general la búsqueda de la verdad significa el último acto para pacificar su espíritu, aunque no es un asunto trascendental, que pueda influir ya en su vida a estas alturas de su existencia, casi consumida. Pero sus deducciones le han ocupado y servido como soporte durante largos años. El lector asiste a reiteradas dudas, interrogantes y afirmaciones sobre la amistad verdadera, el sentido de la vida, el valor, la sinceridad, la traición, el engaño, el silencio, la infidelidad. El punto débil de la narración, y a la vez su sólido engarce, es que el lector ha de esperar al final para conocer el desenlace de la historia que, morosamente, vamos conociendo a través de la conversación y recuerdos de los dos viejos.

La fase crítica de la novela se inicia cuando el general aborda el conocimiento de la “verdad” y de la “amistad sin contrapartidas” y la posible infidelidad de Konrád como amigo, así como los “motivos” que tuvo para irse. “¿A qué has sido fiel? ¿qué has tenido en común conmigo?”. Le preguntó sin esperar respuestas. El general repite que fue en la última cacería celebrada en sus propias tierras cuando se enteró de todo. Konrád apuntó el arma –a él, y al ciervo que estaba lejos, en la trayectoria– y no llegó a disparar. Estaba la amistad. Se han matado entre sí variados sentimientos y cualidades, pero siguen siendo amigos de acuerdo con una vieja ley. “No disparaste. Has fallado, te dije” y le recuerda Henrik. Él, al día siguiente, fue a casa de Konrád en la ciudad; quería preguntarle aunque no sabía bien qué y qué valor podrían tener las respuestas posibles; pero le informaron de que se había ido súbitamente para no volver, lo que ratificó su idea de que había querido matarle, máxime cuando inesperadamente llegó, también, su mujer, sorprendida de la fuga: “ha huido; era un cobarde” dijo ésta antes de marcharse como había llegado, sin añadir nada más; en teoría era su primera visita a aquel piso pero demostró conocerlo bien.

“Cuando te fuiste, creímos durante un tiempo que volverías. Todos te estuvimos esperando. Todos éramos tus amigos. Perdóname pero tú eras una persona bastante peculiar. Te disculpábamos, porque sabíamos que la música es más importante para ti que cualquier otra cosa. No comprendíamos por qué te habías ido, pero lo aceptamos porque sabíamos, que tendrías tus razones […]. Muchos lo pensábamos así, yo también, te lo confieso. Krisztina también.”

Henrik plantea muchas preguntas que él mismo se va contestando ¿Me has engañado tú y me ha engañado ella? Le explica que aquel día esperó a su mujer para matarla, pero como no llegaba se fue a la casa del bosque. Nunca volvió a hablar con ella y sólo regresó a su mansión cuando le avisaron de que Krisztina había muerto, ocho años después. La gran pregunta que tenía que hacerle a Konrád, que lleva gestando durante los 41 años transcurridos, es “si ella sabía que ibas a matarme”. Su amigo, suavemente, se niega a responder, y tampoco quiere abrir el diario, lacrado aún, de Krisztina que le ofrece su anfitrión y donde podría estar la respuesta “¿No quieres, o no te atreves?”. De común acuerdo deciden echarlo al fuego. Todavía el general reflexiona sobre “si esa penosa atracción por una mujer que ha muerto no habrá sido el verdadero contenido de nuestras vidas”. La pasión les pudo. Están de acuerdo y se despiden ceremoniosamente con un apretón de manos.

El estilo literario exhibido por Márai en “El último encuentro” parece ser su forma de contar, mantenido (que sepamos) en “La mujer justa”, de años después. Es una prosa limpia, rica, fluida, exacta, asequible, con una gran dosis de tensión narrativa, quizá abundando en la minuciosidad de las descripciones o en la morosidad de los monólogos que, de ningún modo, van en detrimento del suspense que rodea la cita de los viejos amigos.

En resumen, una novela de calidad, bien construida, de prosa selecta, de intriga magistralmente administrada, cuyo autor no quiso darnos a conocer el sentido que tuvo para los personajes, en su momento, los hechos sucedidos. Lo sabemos después, con sus vidas ya gastadas, cuando nada importa casi, salvo confirmar lo que se sospechaba.