jueves, 1 de julio de 2010

"El túnel", de Ernesto Sábato (Argentina, 1911)

(Comentarios a una lectura)

Para leer a Sábato (quien por cierto, el día de San Juan de 2010 cumplió 99 años) conviene tener en cuenta la generación literaria que se desarrolló en Argentina entre 1940 y 1965; con él la formaban Bioy Casares, Julio Cortázar y Mújica Laínez. Son los tiempos literarios de un nuevo realismo donde se recrea la cruda realidad en todas sus facetas para no omitir la esencia histórica. Se busca al hombre en “su circunstancia” más próxima: las calles de Buenos Aires, sus parques, sus edificios, la vida en el campo... Y, siempre, el centro de atención, el foco, puesto en el hombre, en su individualidad, con la angustia de su soledad, de su aislamiento del medio.

El relato cuenta la historia de un pintor que enloquece, debido a la imposibilidad de comunicarse, incluso con la única mujer que había llegado a comprenderle a través de la pintura: María Iribarne. Lo explica, en primera persona, Juan Pablo Castel desde la cárcel donde se encuentra después de haber matado al único ser humano que había entendido el mensaje de desolación expresado en uno de sus cuadros. Desde el presidio organiza sus recuerdos a partir de cuando conoció a la mujer que cambió su vida. Su intención es, según dice, manifestar qué relaciones hubo entre ellos y cómo fue haciéndose a la idea de matar a María. Lo hace con la esperanza de que alguien llegue a entenderle. “AUNQUE SEA UNA SOLA PERSONA”. Ya no estaría solo.

“El túnel” es una historia de amor y muerte en la que se evidencia la soledad del individuo, a través de una trama de intriga y “suspense” donde no faltan la locura y las increíbles reflexiones del protagonista. Nos exhibe, pues, una perfecta radiografía de un alma inestable, sin duda enferma y atormentada; la aventura amorosa, de un ser humano que da testimonio de un asesinato, con su memoria culpable y haciendo gala de profunda capacidad de introspección.

Se aprecia, fácilmente, que el problema psicológico de base de Juan Pablo Castell deriva del aislamiento y la incomunicación que le convierten en un ser resentido contra todo. Es indudable que, en el flujo de sus pensamientos y en su conducta, se detecta algo patológico (¿paranoia?). Hay celos, principalmente; una desconfianza enfermiza, orgullo, fijación de ideas, falsedad de juicio, ausencia de autocrítica, agresividad, advirtiéndose, a la vez, una gran coherencia y lucidez de raciocinio, que no desmienten lo patológico.

Su celosa desconfianza y agresividad podemos distinguirla en la persecución a María. Empieza como una necesidad inocente, más tarde se convierte en una persecución, primero controlada y luego incapaz de contenerla, con el amor y una relación como precario telón de fondo. Al mismo tiempo, su carácter va evolucionando a peor, se mantiene su extraña lucidez y su perseverancia en las ideas, dando lugar al máximo rigor en su investigación y deducciones, entre breves chispazos de felicidad, presagio de nuevas fases de melancolía y renovadas sospechas, como en un círculo vicioso del que no puede escapar. De cualquier modo, es la crónica de un hombre mentalmente enfermo, convincente y fascinante en su paranoia (no quita lo uno para lo otro)

El propio Sábato, en su libro de ensayos “Heterodoxia” (1953), ha escrito acerca de El túnel: “Mientras escribía esta novela, arrastrado por sentimientos confusos e impulsos inconscientes, muchas veces me detenía perplejo a juzgar lo que estaba saliendo, tan distinto de lo que había previsto (...) Las ideas metafísicas se convierten así en problemas psicológicos, la soledad metafísica se transforma en el aislamiento de un hombre concreto en una ciudad concreta, la desesperación metafísica se transforma en celos, y el cuento que parecía destinado a ilustrar un problema metafísico se convierte en una novela de pasión y crimen".

Puede decirse que la “psique” y las emociones forman la estructura evidente, “visible” de la novela de Sábato en la cual el protagonista y narrador relata, la historia del asesinato que ha cometido. Castel nos desvela el argumento en la primera frase de la novela: «Bastará decir que soy Juan Pablo Castel, el pintor que mató a María Iribarne.» (Pág. 61). Luego, sus emociones, sus monólogos nos transmiten su sentir, nos va dando a conocer los pasos que le llevaron al crimen así como los motivos subjetivos que le movieron a ello. “Nadie sabe cómo la conocí, qué relaciones hubo exactamente entre nosotros y cómo fui haciéndome a la idea de matarla. Trataré de relatar todo imparcialmente...” (Pág. 64)

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Entre los aspectos destacables de la novela debemos resaltar, en primer lugar, que se lee con agrado pues su texto, ameno y ágil parece el relato estricto, preciso, de la investigación policial de un crimen, destacando por su prosa sencilla, escueta, sin frases construidas buscando la belleza estética, sin deleites retóricos que lo aparten del contenido. Siendo muy valorable la “forma”, con sus oportunas digresiones, predomina el interés del “fondo”.

Desgrana los complejos y minuciosos interrogantes que asaltan al narrador-protagonista, con descripciones y supuestos metódicamente analizados hasta los más exagerados límites del razonamiento especulativo. Uno queda atrapado enseguida en las deducciones que, la enfermiza mente de Castel, va desarrollando a lo largo de todo el relato, dotándole de un ritmo, una tensión e incluso un “suspense”, como ya he señalado, que interesa al lector.

La estructura de la novela es lineal (si consideramos que, salvo el inicio, la narración sigue una progresión continua) aunque también, con todo el derecho, puede etiquetarse esa estructura de circular (no porque se vuelva al comienzo sino porque nos avanza el desenlace final). Arranca con la frase “Soy... el pintor que mató a María Iribarne”, y se propone –dice– darnos a conocer las relaciones que hubo entre ellos. Cómo fue el amor que los unió y, sobre todo, realiza un pormenorizado análisis de sus sentimientos, dudas enfermizas, sus temores, su desprecio a los hombres, a los críticos de arte, a los soberbios. En su narración-reflexión, insiste en que lo cuenta con la mayor ponderación posible, desde su superioridad, su egocentrismo, perceptible en todo el relato.

María, de la que apenas sabemos nada, es la única persona que pareció comprenderle (a él y a su pintura). Su rostro, tampoco se nos describe en ningún momento. Lo más que alcanza el lector a atisbar de ella, fugazmente, es cuando Juan Pablo enciende cerillas para verla, tratando de sorprender su expresión; “sonreía pero ya no sonreía”.

Creo que es preciso subrayarlo: el relato enfocado desde la mente de Castel, en primera persona, rigurosamente, (él sabe más que los lectores) no nos permite adentrarnos en la personalidad de María (ni a la de ningún otro personaje). Sólo la conocemos a través de la percepción de Castel, de lo que quiere contarnos de ella, de lo que piensa de ella, de lo que siente en cada momento, a través de la multitud de preguntas que se hace. Pero nada más. Es lo mismo que nos pasa con Allende, el ciego, o con el primo de María, Hunter. Ni sabemos otra cosa ni tenemos respuestas a las preguntas que se hace.

Sábato en “El túnel” consigue un clima denso, saturado desde mi punto de vista. La minuciosidad narrativa es uno de sus características sobresalientes. Castel nos sitúa dentro de la historia, hasta el tuétano de su introspección. Nos hace partícipes de sus dudas, nos lanza sus preguntas a decenas, sus sospechas, advertimos sus celos, sus manías, su desesperación, su ansiedad, su soledad, su falta de esperanza y sus deseos por conseguir la felicidad que le esquiva, vivimos como lectores sus reacciones a todo este confuso conglomerado psicológico; en suma, asistimos a su deterioro mental casi desde dentro.
El final, no es nada prometedor. Sigue intentando razonar, analizar la palabra insensato que le dedicó Allende. Mientras, sigue pintando, sin esperanza, y sólo.

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Nota.- Las páginas citadas, corresponden a la edición de Cátedra- Letras Hispánicas, undécima edición de 1985.