lunes, 29 de octubre de 2012

Sábado, de Ian McEwan. Notas breves


Ian McEwan, nació en Inglaterra en 1948 y ha obtenido diferentes reconocimientos y premios siendo considerado como uno de los mejores escritores de la actualidad. Más de media docena de sus novelas y relatos han sido llevados al cine destacando quizás sobre otras obras Expiación (2001).

Estoy seguro de que, entre los lectores de “Sábado” (2005), se dará una cierta unanimidad en las principales valoraciones que puedan hacerse de esta novela pero uno no duda en inclinarse por determinados aspectos.

En primer lugar cabe referirse (en lo más censurable) al uso extensivo y excesivo de descripciones técnicas relacionadas con la neurocirugía, o con actividad tan poco semejante como la práctica del squash, minuciosamente referidas en sus ejecuciones tan distintas que, no obstante, no son en mi opinión un serio obstáculo para una lectura que “engancha” desde el principio al lector y mantiene su interés a lo largo de toda la novela, sin que las largas digresiones parezcan un serio inconveniente.

Para seguir con estas breves anotaciones más o menos críticas es interesante calificar con precisión el tipo de narrador de la obra, claramente en tercera persona omnisciente, subjetivo, visto a través del protagonista (el Dr. Perowne). Con el foco desde la posición de este personaje y, por tanto muy próximo a quien relata la historia, el discurso narrativo va mezclando las voces de los demás figurantes de forma equilibrada.

La historia, de cierta levedad y con una buena carga de suspense, se va desarrollando linealmente en el espacio temporal de un solo día: el sábado. Son unas horas de la vida de un neurocirujano de éxito, bien situado social y económicamente, que se ve envuelto en un estúpido y aparentemente banal accidente de tráfico, cuando conduce su “Mercedes” camino del polideportivo, donde juega su partido semanal de squash con un colega y estrecho colaborador. A consecuencia del suceso se enfrenta físicamente al otro conductor, Baxter, un hampón que padece una enfermedad nerviosa progresiva y que, advertida de inmediato por el neurocirujano, le permite eludir hábilmente el enfrentamiento físico, que se traslada dramáticamente a los últimos capítulos de la novela. En su casa, y rodeado de su familia.

Salvo algunas evocaciones pretéritas del protagonista que dejan entrever varios episodios o pistas falsas en peripecias muy bien repartidas a lo largo del relato, se llega al clímax de máxima tensión a mitad del cuarto capítulo, cuando llega la esposa (Rosalind) para la cena familiar y lo hace acompañada e intimidada por Baxter, el sujeto con quien el doctor había tenido el incidente de tráfico unas horas antes. Les amenaza con un cuchillo ayudado por otro compinche que se incorpora a la velada inmediatamente y el pánico se adueña de toda la familia reunida en la elegante residencia del doctor.

La credibilidad o verosimilitud de la trama se resiente en algunos momentos con páginas artificiosas como el diagnóstico callejero y acelerado de la enfermedad que padecía Baxter o el ablandamiento de éste, en pleno asalto, por el contenido emocional de una composición lírica leída por Daisy la hija y poetisa de la familia.

Por último, se deben mencionar: el estilo, luminoso, donde prima la forma rotundamente por encima del fondo; la tensión del relato que sugestiona al lector a lo largo de las más de trescientas páginas de la edición de Anagrama (a pesar de los meandros a que da lugar lo prolijo del texto); y el final, abierto, que resuelve el conflicto de un modo sorprendente pero no por eso menos convencional.

Todo lo dicho sirve para acabar considerando que “Sábado” es una buena novela que pone en evidencia la fragilidad de la sociedad acomodada y lo efímero que pueden resultar el bienestar y la felicidad, por muy sólidos que parezcan.



ARC / 25-10-2012