martes, 27 de abril de 2010

Nada, de Carmen Laforet (1923-2004)

(Comentarios a una lectura)

Nacida en Barcelona, Carmen Laforet se trasladó a Canarias con su familia cuando contaba dos años de edad y allí cursó el bachiller, volviendo a Barcelona a los 18 años con el fin de estudiar Filosofía y Letras y Derecho, no llegando a concluir ninguna de las dos carreras.

A los 21, se traslada de nuevo, esta vez a Madrid, comenzando su trayectoria literaria que, pronto, recibió el espaldarazo del Premio Nadal en su primera convocatoria de 1944. Con su primera novela, Nada, supero las obras de autores ya famosos que, también, habían concurrido al certamen. Nada, tuvo una gran acogida con varias reimpresiones el mismo año 1945 en que se lanzó la primera edición. Contrajo matrimonio con el escritor y periodista Manuel Cerezales, con quien tendría cinco hijos, dos de los cuales, se dedicaron a la literatura: Cristina y Agustín.

El éxito de Nada, no obstante, no agradó a su familia y a otras gentes que se vieron retratados en la obra, pero su excelente acogida le permitió consagrarse como una de las mejores narradoras de su tiempo por lo que recibió, en 1948, el Premio Fastenrath. Después de Nada publicó varias novelas más entre las que cabe destacar, "La mujer nueva", ganadora del Premio Menorca de Novela y por la que obtuvo, también, el Nacional de Literatura.

Durante varios años siguió escribiendo relatos cortos, artículos y algún libro de viajes, pero problemas de salud y su separación matrimonial, la apartaron de la vida pública y su estrella literaria se fue apagando, aunque nunca dejó de escribir (obras inconclusas en muchas ocasiones).

Nada, tiene sólidos componentes autobiográficos proyectados sobre la joven Andrea, que, llega a Barcelona, llena de ilusión y dispuesta a iniciar sus estudios universitarios. Pero sus ensueños juveniles se estrellan con el mundo gris, cargado de tristeza, crudo e intemperante, personificado en sus abuelas y sus tíos, que la admiten en casa, y la permiten vislumbrar la Barcelona de post-guerra, dominada aún por el miedo, con las heridas sin cicatrizar y en la que se puede adivinar el declive de la sociedad pequeño burguesa. Frente a todo ello, una generación de jóvenes como Andrea, la protagonista, luchan por abrirse camino y conseguir un mundo diferente.

NARRADOR. PUNTO DE VISTA

La historia, de inspiración autobiográfica como se ha apuntado, se relata en primera persona, no omnisciente, enfocada desde el punto de vista interno del personaje principal, que es quien nos explica su propia historia, “como un espejo puesto al borde del camino” recordando a Stendhal. Andrea es el espejo-testigo que trata de preservar las imágenes de aquella época reflejadas en su superficie, el espacio del piso de la calle Aribau y las calles de Barcelona. Andrea va mostrando las figuras o las escenas de su entorno, la ciudad que va conociendo a medida que los acontecimientos desfilan por delante de ella y la envuelven e implican a pesar de sus dudas y sentimientos de “chica rara”, sin modelos a los que emular.

TEMA

La novela, imagen de la Barcelona de la inmediata posguerra, muestra la situación por que atravesaban muchos hogares. De la mano de Andrea el lector va descubriendo su entorno y es, en este contexto, en el que penetramos en las circunstancias de su vida, de su familia, de la miseria, de las privaciones, de su casa, de sus amigos, de la ciudad, en contraste con el oasis que le ofrece la vida universitaria... En medio, modestos pero resueltos, afloran los esfuerzos de la joven por construir su personalidad y entender a los demás, en los espacios definidos que se la ofrecen: la Universidad (de la que nos cuenta tan poco), y el desdichado círculo familiar. Ambos en un ambiente general tenso y aparentemente irreconciliable.

ESTILO, FORMA Y FONDO

Sobre el estilo utilizado por Carmen Laforet que, principalmente, deriva de un buen dominio, y aún exhibición, del lenguaje (de valoración estética muy alta), uno ha de subrayar su fluidez y abundancia de metáforas. La narración –y esta puede ser una cuestión a debate–, excelente en su forma, no aparenta que haya profundizado todo lo que cabía esperar. Por ejemplo, del paso de Andrea por las aulas universitarias, lo encuentro bastante superficial respecto al potencial que ofrecería aquél ambiente al inicio de los años 40. La novela, poética a veces, con alegorías de vencedores y vencidos, ambiente de supervivientes y algún flash back interesante, alcanza un excelente nivel, a pesar de sus muchas idas y venidas infructuosas o irrelevantes para la progresión del relato. Aquí, también, percibo un cierto revoloteo narrativo, intrascendente o somero sobre la época a que se refiere la novela.

Al lado de su léxico tan atractivo, no obstante, se detectan errores gramaticales:“Gritó la abuela corriendo al niño...” (p. 121); mejor, “corriendo hacia el niño”. O la cacofonía de “para no escuchar al piano al que atormentaba Román...” (p. 200). Pueden ser erratas de edición, pero ahí están.

ATMÓSFERA Y ESPACIO

Estos aspectos los juzgo como los más logrados, especialmente para quienes hemos vivido (y aún recordamos) aquellos años; a pesar de que puedan parecer un tanto reiterativas las entradas y salidas del piso de la calle de Aribau (por la poca relevancia o efecto de estas acciones en el relato. A veces salía para nada o entraba para volver a salir al poco). Encuentro muy a destacar el realismo de la atmósfera de violencia que se respira tanto en la calle (el barrio chino: miseria, prostitución, juego prohibido) como en el espacio interior del piso de la familia, los muebles desvencijados, suciedad, frío, precariedad, la sombra del estraperlo...Y la guerra, cómo no, que persiste en los diferentes modo de vida y de ser de los hermanos; las actividades de Román...
Las reacciones explosivas de Juan, las encuentro un tanto exageradas (poco verosímiles en su conjunto), las palizas a su mujer... para que, luego, todo quedara en casi nada, incluso sin rencores. En este caso la actitud de Gloria, su “domesticación”, no la considero realista ni aún en 1940. En cuanto al hambre que pasa Andrea y las sensaciones físicas que sentía, si bien pueden servir para reforzar la atmósfera en que se desenvuelve la trama, las encuentro tratadas, con liviandad. Podía haberse puesto más énfasis en ello, haberse tratado con más minuciosidad sin caer en el exceso. Eran tiempos muy duros y a ningún lector le hubiera extrañado mayor protagonismo del hambre, y sus efectos orgánicos, en esos pasajes.

PERSONAJES

Igualmente he de manifestar algunas reservas acerca de los rasgos de los personajes. Los juzgo, en su mayoría, de perfil poco trabajado donde la autora vuelve a quedarse en la superficie. Profundiza poco en ellos. Román se dice en la narración que es un hombre que atrae por sus aparentes cualidades, pero no terminan de exponerse con claridad en sus páginas. Se queda en un simple boceto (sin pensamientos, sin rasgos psicológicos, a pesar de que, inicialmente, es prometedor en este sentido). Al final aflora el viejo idilio que mantuvo con la madre de Ena, poco verosímil igualmente; aparenta ser postizo este episodio. A Ena, de forma similar nos la presentan como una chica extraordinaria, pero no se la termina de encontrar qué tiene de extraordinario. ¡Qué poco hemos conocido a Ena!.

RITMO

Con la movilidad de la acción de Andrea, con su dinamismo, este factor se supera sin grandes problemas aunque, en algunos momentos, se me hizo un tanto morosa la lectura, las peripecias de los personajes (por la monotonía de su tránsito) me dejaron de interesar en algunas páginas. En general, salvo esos baches, el relato mantiene un buen nivel de tensión.

METÁFORAS

Como ya he citado anteriormente, considero que Nada es pródiga en el contenido de metáforas dotadas de un lirismo elevado, por lo que mi valoración, en este sentido, es muy positiva.

FINAL

La interpretación puede ser como dice la protagonista que “De la casa de la calle Aribau, no me llevaba nada.” Atrás, pues, quedaba un mundo ruin, miserable, pero que fue NADA. Se puede volver a empezar. Se puede poner el contador a cero y empezar a vivir. Es, indudablemente, un canto a la esperanza, al olvido, imprescindible en aquellos años amargos.

En resumen, la consideración literaria que me merece la obra (si la interpreto fielmente) es que es la primera novela de una joven escritora, con carencias lógicas, desigual en el uso de recursos, pero donde brilla con luz propia una excelente prosa.

viernes, 23 de abril de 2010

La bodega

(Historias de antaño)

Mi amigo Tomás lo solía contar cuando hablábamos de curiosidades. Hubo, en los años cuarenta del siglo pasado, en una de las estrechas calles del barrio San Martín, una taberna o bodega que ostentaba un rótulo anunciando la actividad y el propietario del negocio: “Bodega - Críspulo Paredes”, rezaba. Hasta aquí nada raro o especial y nada más sabemos del establecimiento, ni siquiera de la calidad de los caldos que vendía, ni lo boyante que pudiera irle a Críspulo su comercio. Tomás, mi amigo, nunca se refería a estos extremos en su historia. Estaba más interesado en relatar la evolución de la titularidad del despacho que en otra cosa. El asunto es que Críspulo Paredes, el bodeguero, un mal día enfermó (ya era un hombre maduro), y no pudo recuperarse, dejando a su viuda la solitaria responsabilidad de sacar adelante la taberna, que era su modesto sustento. Al parecer, a la viuda no se le dio mal despachar cuartillos de vino, medidos con generosidad, y atender al mostrador donde una clientela habitual consumía, “chato” a “chato”, tintos, claretes y blancos mientras discutían, hasta donde alcanzaban, sobre lo divino y humano. La popularidad y el efectivo arraigo de la taberna no hicieron olvidar a la viuda la “marca” que supo implantar su marido, por lo que modificó ligeramente el reclamo del local, y así el negocio apareció un día rotulado como “Bodega – Viuda de Críspulo Paredes”. El probable talismán era la memoria de Críspulo Paredes y no quería tentar a la suerte renunciando a su evocación.


Aquello funcionaba bien; puede que hiciera algunos ahorrillos (parece seguro) y como estaba de buen ver a pesar de su incierta edad, no la faltaron pretendientes para volver a contraer nupcias. Al principio no quiso ni escucharlos, pero tanto va el cántaro a la fuente que terminó por desposarse con un “pico de oro” que de tonto no tenía ni un pelo, como luego demostró al tomar las riendas del establecimiento. Consiguió que su cónyuge se sacudiera el esclavo “día a día” del mostrador y disfrutara de un merecido descanso; para trabajar ya estaba él, que supo apañarse para mantener el buen rumbo de la tasca y ganar clientes. Por eso a nadie sorprendió, años después, a la inesperada muerte de la dueña (¡qué lástima!), que la pareja de su segundo enlace matrimonial heredara el establecimiento, a cuya prosperidad había contribuido, y cambiara de nuevo el anuncio de la entrada, aunque tuviera que recurrir a dos líneas de elegante caligrafía.
Decía:

Marido de la Viuda de Críspulo Paredes
BODEGA”

Durante años, negocio y letrero mantuvieron su presencia. El cartel se conservó, ya desvaído e inútil, tiempo después de que la cantina cerrara sus puertas por ruina del edificio; luego, la piqueta lo echó abajo. Del agudo sucesor de Críspulo Paredes, retirado forzoso de la actividad, se perdió la pista.

lunes, 5 de abril de 2010

Información de segunda mano

La gente, en general, nos interesamos por asuntos de los que ya hemos oído hablar, de los que tenemos alguna referencia; los preferimos a aquellos otros de los que ignoramos todo. Esto decía el profesor Innerarity, hace unos años, en una interesante conferencia. Añadía, que los medios de comunicación nos “venden” información “de segunda mano”, sin apenas percibirnos de ello, porque alguien ha tenido que traducir (convertir, re-interpretar), desde sus fuentes originales, lo que nos cuentan y lo hacen, claro, “a su manera”. Esta es una de las claves: ¿qué “manera” es ésa?

Al parecer, nos atraen especialmente aquellas “cosas” que están ya en circulación; entiéndase: las que suelen aparecer en televisión, en la prensa escrita o en los foros de Internet. Puede tratarse de literatura (aquella “magnífica” novela); historia (asuntos traídos a la actualidad después de años o siglos de semi-olvido), acerca de horrores o banalidades de cuyo nombre prefiero no acordarme; de actualidad (lo que piensa tal o cuál personaje popular y que nos lo dice casi todos los días); o de cualquier otra inquietud social o cultural que esté en la palestra.

Y llegamos a las “maneras” que decíamos antes. Lo que ocurre “noticiable” llega a nosotros, naturalmente, a través de los “medios” que lo recogen e interpretan, y nos dicen lo que significa para los ciudadanos y lo hacen circular o no, según decidan; nos lo sirven en bandeja. Y que el receptor no tenga que discurrir mucho. El análisis y sus conclusiones lo elaboran ellos; desde su punto de vista, pero ¿podemos fiarnos? ¿Sabemos que estamos accediendo a mensajes predigeridos? No digo censurados, pero ¿por qué no? Callarse, minimizar, retrasar noticias, son formas de censura. Lo mismo que, al contrario, enfatizar su importancia es una manipulación.

Habitualmente los contenidos suelen versar, tal y como nos gusta, sobre cuestiones que no son nuevas del todo sino variaciones sobre el mismo fondo, sea en política, deportes (mucho deporte) o rifirrafes sociales y cotilleos sin trascendencia. Nos lo administran, como una medicación, de forma dosificada, repetida, fácilmente digerible y, por tanto, suelen reducir su significado a sus extremos: bueno o malo, blanco o negro, víctima o culpable, de derechas o de izquierdas, no valen los términos medios en el puro maniqueísmo. Parece claro, pues, que no nos informan de lo que pasa realmente, sino que lo que nos llega son versiones, interpretaciones que unos señores (a los que no conocemos) hacen de esos acontecimientos, como intermediarios necesarios de la realidad. Quieren participarnos lo que ha declarado Fulanito y Menganito, lo que opina X de lo que ha dicho Z. Más de lo mismo. Y nosotros creemos “estar al corriente de lo que acontece por el mundo” y de la independencia de nuestro criterio, cuando con sus opiniones y artículos nos inculcan (o intentan) lo que es inteligente examinar, lo que debemos rechazar, pero lo peor es cuando nos persuaden (si pueden) de lo que hemos de sentir. A veces, excitan o atizan pasiones viscerales y controvertidas para crear enfrentamientos y debates que provocan resentimientos y disputas. Porque el alboroto, el conflicto, permite vender más ejemplares, ganar audiencia, incrementar las visitas a sus páginas web.

Además, en los medios no se exige la verdad estricta (se aceptan aproximaciones, el rumor, la réplica furiosa, la falacia, el entretenimiento). Importa lo que pueda etiquetarse de novedad o sorpresa aunque ya vemos que si no estamos al corriente del asunto tampoco nos atrae. Es imposible el acceso a las fuentes originales porque hasta el “directo” en la televisión nos llega acompañado de comentarios sesgados, recortado si conviene, fuera de contexto, desde el ángulo escogido por alguien que no es el propio espectador, convertido en un ente pasivo, desarmado.
Pudiera ser que como el mundo es tan caótico nos da cierta aprensión y desasosiego asomarnos a él y apreciar el peligro de nuestras limitaciones; por eso necesitamos la confianza que otorga tener identificado el problema (cualquiera que sea) y que la solución está ahí, al alcance de la mano, aliviándose así nuestra ansiedad. Por ejemplo, aquél fármaco salvador que se está estudiando (por supuesto callan o disimulan que se pondrá a la venta, en el mejor de los casos, dentro de diez años).

Finalmente debemos citar el abnegado mito de determinado “periodismo de investigación”, una especie de servicio público. Son los desenmascaradores por antonomasia, que destapan, casi a diario, la realidad oculta y, si es preciso, hacen alarde de su capacidad de fabulación, que es mucha en el ramo. Vamos a ver, ¿por qué cada día, (salvo en vacaciones) la duración de los telediarios es igual? ¿Por qué el número de páginas de los periódicos, es el mismo, siempre? ¿Cómo se las arreglan los días, de calma chicha, anodinos, en que no sucede apenas nada?