lunes, 5 de abril de 2010

Información de segunda mano

La gente, en general, nos interesamos por asuntos de los que ya hemos oído hablar, de los que tenemos alguna referencia; los preferimos a aquellos otros de los que ignoramos todo. Esto decía el profesor Innerarity, hace unos años, en una interesante conferencia. Añadía, que los medios de comunicación nos “venden” información “de segunda mano”, sin apenas percibirnos de ello, porque alguien ha tenido que traducir (convertir, re-interpretar), desde sus fuentes originales, lo que nos cuentan y lo hacen, claro, “a su manera”. Esta es una de las claves: ¿qué “manera” es ésa?

Al parecer, nos atraen especialmente aquellas “cosas” que están ya en circulación; entiéndase: las que suelen aparecer en televisión, en la prensa escrita o en los foros de Internet. Puede tratarse de literatura (aquella “magnífica” novela); historia (asuntos traídos a la actualidad después de años o siglos de semi-olvido), acerca de horrores o banalidades de cuyo nombre prefiero no acordarme; de actualidad (lo que piensa tal o cuál personaje popular y que nos lo dice casi todos los días); o de cualquier otra inquietud social o cultural que esté en la palestra.

Y llegamos a las “maneras” que decíamos antes. Lo que ocurre “noticiable” llega a nosotros, naturalmente, a través de los “medios” que lo recogen e interpretan, y nos dicen lo que significa para los ciudadanos y lo hacen circular o no, según decidan; nos lo sirven en bandeja. Y que el receptor no tenga que discurrir mucho. El análisis y sus conclusiones lo elaboran ellos; desde su punto de vista, pero ¿podemos fiarnos? ¿Sabemos que estamos accediendo a mensajes predigeridos? No digo censurados, pero ¿por qué no? Callarse, minimizar, retrasar noticias, son formas de censura. Lo mismo que, al contrario, enfatizar su importancia es una manipulación.

Habitualmente los contenidos suelen versar, tal y como nos gusta, sobre cuestiones que no son nuevas del todo sino variaciones sobre el mismo fondo, sea en política, deportes (mucho deporte) o rifirrafes sociales y cotilleos sin trascendencia. Nos lo administran, como una medicación, de forma dosificada, repetida, fácilmente digerible y, por tanto, suelen reducir su significado a sus extremos: bueno o malo, blanco o negro, víctima o culpable, de derechas o de izquierdas, no valen los términos medios en el puro maniqueísmo. Parece claro, pues, que no nos informan de lo que pasa realmente, sino que lo que nos llega son versiones, interpretaciones que unos señores (a los que no conocemos) hacen de esos acontecimientos, como intermediarios necesarios de la realidad. Quieren participarnos lo que ha declarado Fulanito y Menganito, lo que opina X de lo que ha dicho Z. Más de lo mismo. Y nosotros creemos “estar al corriente de lo que acontece por el mundo” y de la independencia de nuestro criterio, cuando con sus opiniones y artículos nos inculcan (o intentan) lo que es inteligente examinar, lo que debemos rechazar, pero lo peor es cuando nos persuaden (si pueden) de lo que hemos de sentir. A veces, excitan o atizan pasiones viscerales y controvertidas para crear enfrentamientos y debates que provocan resentimientos y disputas. Porque el alboroto, el conflicto, permite vender más ejemplares, ganar audiencia, incrementar las visitas a sus páginas web.

Además, en los medios no se exige la verdad estricta (se aceptan aproximaciones, el rumor, la réplica furiosa, la falacia, el entretenimiento). Importa lo que pueda etiquetarse de novedad o sorpresa aunque ya vemos que si no estamos al corriente del asunto tampoco nos atrae. Es imposible el acceso a las fuentes originales porque hasta el “directo” en la televisión nos llega acompañado de comentarios sesgados, recortado si conviene, fuera de contexto, desde el ángulo escogido por alguien que no es el propio espectador, convertido en un ente pasivo, desarmado.
Pudiera ser que como el mundo es tan caótico nos da cierta aprensión y desasosiego asomarnos a él y apreciar el peligro de nuestras limitaciones; por eso necesitamos la confianza que otorga tener identificado el problema (cualquiera que sea) y que la solución está ahí, al alcance de la mano, aliviándose así nuestra ansiedad. Por ejemplo, aquél fármaco salvador que se está estudiando (por supuesto callan o disimulan que se pondrá a la venta, en el mejor de los casos, dentro de diez años).

Finalmente debemos citar el abnegado mito de determinado “periodismo de investigación”, una especie de servicio público. Son los desenmascaradores por antonomasia, que destapan, casi a diario, la realidad oculta y, si es preciso, hacen alarde de su capacidad de fabulación, que es mucha en el ramo. Vamos a ver, ¿por qué cada día, (salvo en vacaciones) la duración de los telediarios es igual? ¿Por qué el número de páginas de los periódicos, es el mismo, siempre? ¿Cómo se las arreglan los días, de calma chicha, anodinos, en que no sucede apenas nada?

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