jueves, 30 de octubre de 2014

¿Qué quiso decir Kafka con "La metamorfosis"?

“La metamorfosis” (1915) ha sido objeto de todo tipo de interpretaciones. Sociólogos, psicólogos, y críticos literarios han ahondado en los simbolismos de la narración a partir de que Kafka haya convertido a su personaje en un “bicho” repugnante, muy limitado en lo físico, dependiente, rechazado por todos e inútil para la sociedad que lo rodea.

“Cuando Gregor Samsa despertó una mañana de un sueño inquieto, se encontró en la cama convertido en un monstruoso insecto.” Tenía muchas patitas que se agitaban sin que él pudiera controlarlas. No soñaba. Lo estaba viendo, como veía el reloj cuyas agujas le indicaban que había perdido el tren de las cinco. Había dormido demasiado y tenía que levantarse; quizás llegaría a coger el tren siguiente.

Pero cuando intentó salir de la cama, empezaron las dificultades. Su espalda, el caparazón de su espalda, se balanceaba, pero esos movimientos no le permitían acercarse al borde. Para colmo, su madre le llamaba, al otro lado de la puerta del dormitorio, por si le ocurría algo, con lo que sus nervios se fueron alterando. También acudieron a interesarse el padre y la hermana, pero no se podía incorporar. Pasado algún tiempo, llegó el gerente de su compañía y, justo en ese momento, logró bajarse desde la cama a la alfombra. “Un momento, ya me levanto… No se preocupen…”

Así había empezado todo y más tarde, un día, de mal recuerdo, asustó a su madre, cuando cayó desde el techo del comedor encima de la mesa, y su padre que llegaba del trabajo le persiguió “bombardeándole” con manzanas ante la imposibilidad de atraparle; una de ellas le alcanzó en el caparazón y se quedó allí encajada.

Desde aquél momento las relaciones de su familia con Gregor cambiaron bruscamente. Faltos del sueldo de Gregor, todos se tuvieron que poner a trabajar; sustituyeron a la criada fija por una asistenta por horas e incluso su hermana comenzó a tratarle despectivamente, sin ningún interés, con lo que su aspecto se fue ajando: sucio, viviendo entre desechos y perseguido a escobazos, a veces, por la asistenta.

Pasado algún tiempo llegaron a la conclusión de que aquél bicho no era ya Gregor y se plantearon echarlo de casa; su hermana había manifestado que no aguantaba más. Por su parte, Gregor, debilitado, fue encerrado con llave en su habitación. Apenas comía, se encontraba muy apagado y estaba convencido de su fin. Por la mañana, la sirvienta arrastró el cadáver con la escoba.


Desde mi óptica deseo subrayar, brevemente, alguno de esas interpretaciones posibles. Comencemos por lo más obvio: el rechazo histórico de Franz Kafka por su propio padre, un ser despótico, que se burlaba de él y lo ridiculizaba siempre que podía. Así lo relata en su extensa “Carta al padre” escrita en 1919 pero que no fue publicada hasta 1953, casi treinta años después de la muerte del escritor.

Existe una gran semejanza entre el padre de Gregor Samsa y el de Kafka. Del mismo modo que existe un paralelismo de amor-sumisión-resentimiento en las relaciones entre Gregor y su padre, por un lado, y las de Kafka y su progenitor, por otro. Y, todavía, esto es más triste en el caso de Kafka. Si Gregor está sometido al exigente carácter de su padre y estrechamente vinculado a la familia (madre y hermana), Kafka, en su carta lo expone con crudeza, aunque lo haga desde su veneración y obediencia filial. Empieza, recordándole

“No hace mucho tiempo me preguntaste por qué afirmo tenerte miedo […]” (“Carta al padre”. pág. 729. RBA. Tomo II. Obras Completas)

Y sigue con comentarios dolidos

‘La ironía te parecía un medio educativo especialmente eficaz, que además resultaba perfectamente natural, dada tu superioridad sobre mí. Normalmente tus amonestaciones adoptaban la siguiente forma: “¿No puedes hacer esto así o asá? ¿Qué pasa, es demasiado para tí? Claro, no tienes tiempo, pobrecito” y cosas similares’ (ibídem, pág. 736)

Parece obvio que Kafka sentía deseos de liquidar las viejas “ataduras” que le ligaban a su progenitor.

Esta situación personal, biográfica, más sensible del escritor la transfiere a Gregor, convertido en una naturaleza inútil, condenado a la soledad y a la incomunicación con su entorno más querido. Se manifiesta especialmente cuando, transformado ya en un insecto, reflexiona sobre su vida reciente. Se queja de su profesión, sometido siempre a la tiranía de los horarios de tren, viajando constantemente por lo no puede hacer amistades estables con los clientes; las comidas, siempre en solitario, a contrarreloj y, como parte del pago, unos jefes implacables, siempre exigentes, vigilando su actividad.

Se puede, además, observar una segunda metamorfosis en Gregor Samsa. El vendedor, el hijo, el hermano era una persona sumisa, obediente, sacrificada y colaboradora, mientras que “el bicho” ya no es así. Se hace díscolo, quiere explorar sus nuevas posibilidades, caminar por paredes y techos, defiende “su cuadro” a ultranza, desafiante a veces, manifiesta las incompatibilidades con su padre, en suma, distinto al Gregor anterior.

Igualmente Gregor puede simbolizar al personaje moderno, exprimido al máximo para que, luego, sea dejado a un lado por un mundo que olvida y desprecia los servicios prestados y que se libera de las cargas con alivio. Sigue la alegoría a nivel de la sociedad (los tres huéspedes que se marchan ofendidos por presencias no gratas, Esto es, nadie quiere convivir con desgracias que le son ajenas). Lo mismo cabe decir de la empresa (a la que sólo interesan los rendimientos), o acerca del comportamiento de la familia, para quienes representa una carga… Cuando resulta herido por la manzana que le lanzó su padre, –y que le lleva a la muerte poco después–, nadie en su hogar, se preocupa de la herida y lo dejan de lado, aún más si cabe.

miércoles, 29 de octubre de 2014

En busca de "Funes el memorioso"

¡Ay las librerías! Uno ha ido asistiendo a la apertura de algunas, muy importantes, y al lamentable cierre de muchas otras pues, al margen de otras sensibles consideraciones, no era nada raro que estuvieran atendidas por personas expertas que eran un archivo vivo y accesible. Cómo no acordarse en este sentido de la Librería Lara, de Valladolid que era propiedad o asociada de Editorial Miñón. Como librería fue, en su tiempo, la principal de esta ciudad. Me parece estar viendo al alma mater del establecimiento: una señora (encargada o dependienta se llamaban años atrás), que es posible que llevara trabajando allí toda su vida y a la que se podía pedir casi cualquier libro por su contenido, olvidado título y autor, que indefectiblemente, en una increíble exhibición de memoria y preparación, sugería el volumen de que se trataba al momento. He asistido a escenas de ese estilo. Estaba rigurosamente al corriente de los fondos y novedades de ingentes materias.

Lo recordé ayer, cuando esto se lea hará ya unos días, tal vez años del lance, es igual. El escena está situada en una de las más amplias librerías de Barcelona donde escuché, involuntariamente, cómo un cliente con su compra de libros bajo el brazo, pedía al joven empleado que le atendía –hago notar que esquivo denominarle ‘librero’– el famoso cuento de Borges “Funes el memorioso”. El vendedor lo busca con aparente solicitud mirando los lomos de los volúmenes colocados en la estantería, en la que se alineaban varios títulos del genial escritor argentino y, claro, no lo localiza. Mientras, yo observaba al peticionario de relato tan escasamente popular, hoy día. Era un hombre alto, de media edad, trajeado y con un abrigo de vestir, que hablaba castellano con un acento raro y parecía forastero; aparentaba ser uno de los asistentes a alguna la feria que se estaba celebrando en la ciudad condal; desde luego no era un turista que se hubiera perdido en aquel sitio. Bien, el empleado concluyó su inspección visual y, en tono amable, le dijo al cliente tras una última mirada al ordenador

–Pues, no. No lo tenemos. Está agotado… –respuesta contundente y disuasoria que, por cierto, suele ser cada día más habitual entre el gremio de dependientes de determinadas librerías cuando no pueden satisfacer algún pedido concreto.

A ver… Dicen que está agotado, cuando lo propio hubiera sido contestar con un “nosotros no lo tenemos”. Obtener como excusa que “está agotado” me ha ocurrido varias veces y, un rato después, he encontrado el libro que me interesaba, sin ningún problema, en otra librería menos monumental pero acaso más eficiente en el manejo del fondo editorial.

Del mismo modo en que no pude evitar escuchar aquel trozo de conversación, tampoco pude resistirme a coger de la estantería que teníamos delante el ejemplar borgeano de “Ficciones”, echar un vistazo al índice para comprobar que allí seguía “Funes”, y mostrárselo a los interesados por si les podía servir “el memorioso” en un mismo volumen junto con otros relatos no menos admirables. Claro que al cliente le interesaba “Funes el memorioso”:

“Lo recuerdo (y no tengo derecho a pronunciar ese verbo sagrado, sólo un hombre en la tierra tuvo derecho y ese hombre ha muerto) con una oscura pasionaria en la mano, viéndola como nadie la ha visto, aunque la mirara desde el crepúsculo del día hasta el de la noche, toda una vida entera. […] Nosotros, de un vistazo, percibimos tres copas en una mesa; Funes, todos los vástagos y racimos y frutos que comprende una parra. […] Podía reconstruir todos los sueños, todos los entresueños. Dos o tres veces había reconstruido un día entero; no había dudado nunca, pero cada reconstrucción había requerido un día entero.”

(“Funes el memorioso”.- Jorge L. Borges.- “Ficciones”.- Alianza Emece.- 1986)

No obstante era demasiado pedir que quien atendía al comprador supiera algo de Borges y de sus cuentos, de cómo se editan; darse cuenta de que le estaban solicitando un relato corto, de menos de una docena de páginas, y que estaría, en un mismo volumen junto con otros compañeros de creación, en uno de aquellos libros que teníamos ante nuestros ojos. Dominar esas cosas ya no se estila.

En aquella gran tienda de libros sucede lo que en otras similares. Su personal vende libros como podía vender cualquier cosa que no sea preciso conocer, intrínsecamente, su contenido ni al artesano que lo elaboró. Sólo tienen que percatarse de los surtidos de que disponen y del lugar que ocupan en la tienda, para lo que suelen valerse de un sistema informático casi infalible que les dice, además, los ejemplares que quedan, salvo error más frecuente de lo que desearían. Y lo que no consta en el ordenador, no existe o si aparece en pantalla, pero no está en su lugar de la estantería, estará (está) agotado… Porque no necesitan ninguna cultura libresca.

En esos vastos establecimientos nadie conversa con los clientes y lectores, no se cambian impresiones sobre tal o cual obra; he visto pasar distinguidos personajes locales de las letras, guardar turno para pagar y luego marcharse sin ser reconocidos por empleado alguno, ni cambiar palabra con ellos, salvo las obligadas a la hora de hacer efectiva la compra. Salvo en casos aislados no me he encontrado escritores en despaciosa visita a sus anaqueles, tampoco hablando en alguna esquina o rincón con los empleados, que están a “lo suyo”. Quizá estos grandes establecimientos no son lugar adecuado para conversar con calma sobre libros, de lo que opina tal autor sobre aquello que escribió aquél otro, lo que dijo aquí mismo, el otro día, en un coloquio promocional el profesor Fulanito, posiblemente tampoco se entretienen por allí los representantes de las editoriales para comentar con los dependientes lo que llevan en sus “catálogos electrónicos”, etc. Posiblemente no es adecuado hablar de libros entre la notable concurrencia de visitantes, que buscan, rodean montañas de ejemplares colocados en las encrucijadas de paso, van y vienen, preguntan, interrumpen…

Es una pena que hayan desaparecido librerías de Valladolid como Lara, Rayuela o Relieve, la histórica de libros de viejo y lugar de tertulias de narradores y poetas (ya sé que el dueño de Relieve no se da, todavía, por vencido) o las barcelonesas "Catalònia", "Áncora y Delfín" y la "Librería Francesa", más lejos en el tiempo, o la famosa "Antonio Machado" de Sevilla y tantas otras. ¿Qué las llevó a cerrar?, porque también se abren nuevas librerías como he apuntado al principio. Se dice que se compran menos libros, que la crisis, que las descargas de internet… Pero hace ya años que algunas, como Lara o la "Librería Francesa", cerraron; quizás fuera cosa de los caros alquileres de los locales. Asimismo ¿podría ser debido a que el mercado haya cambiado? ¿Que se han impuesto las “grandes superficies” de libros? ¿Que las librerías especializadas en superventas han anulado a las tradicionales de fondo editorial? No lo sé, pero por mi parte añoro aquellas en las que podías hablar con un librero o librera que gustaba, entendía y parecían conocer el contenido de cada libro que vendían. De estas me quedan un par –y no discuto que pueda haber muchas más que no conozco– una es la "Documenta" de Barcelona, en riesgo de desaparecer; la otra es la "Librería Margen" en Valladolid, por la que hace algún tiempo que no paso; su maduro librero, accesible, a pie de mostrador, es un admirable pozo de conocimientos literarios, siempre dispuesto, que puede regalar un rato de conversación de altura. O si es caso, verle y escucharle a través de Internet. Hoy mismo.