miércoles, 29 de octubre de 2014

En busca de "Funes el memorioso"

¡Ay las librerías! Uno ha ido asistiendo a la apertura de algunas, muy importantes, y al lamentable cierre de muchas otras pues, al margen de otras sensibles consideraciones, no era nada raro que estuvieran atendidas por personas expertas que eran un archivo vivo y accesible. Cómo no acordarse en este sentido de la Librería Lara, de Valladolid que era propiedad o asociada de Editorial Miñón. Como librería fue, en su tiempo, la principal de esta ciudad. Me parece estar viendo al alma mater del establecimiento: una señora (encargada o dependienta se llamaban años atrás), que es posible que llevara trabajando allí toda su vida y a la que se podía pedir casi cualquier libro por su contenido, olvidado título y autor, que indefectiblemente, en una increíble exhibición de memoria y preparación, sugería el volumen de que se trataba al momento. He asistido a escenas de ese estilo. Estaba rigurosamente al corriente de los fondos y novedades de ingentes materias.

Lo recordé ayer, cuando esto se lea hará ya unos días, tal vez años del lance, es igual. El escena está situada en una de las más amplias librerías de Barcelona donde escuché, involuntariamente, cómo un cliente con su compra de libros bajo el brazo, pedía al joven empleado que le atendía –hago notar que esquivo denominarle ‘librero’– el famoso cuento de Borges “Funes el memorioso”. El vendedor lo busca con aparente solicitud mirando los lomos de los volúmenes colocados en la estantería, en la que se alineaban varios títulos del genial escritor argentino y, claro, no lo localiza. Mientras, yo observaba al peticionario de relato tan escasamente popular, hoy día. Era un hombre alto, de media edad, trajeado y con un abrigo de vestir, que hablaba castellano con un acento raro y parecía forastero; aparentaba ser uno de los asistentes a alguna la feria que se estaba celebrando en la ciudad condal; desde luego no era un turista que se hubiera perdido en aquel sitio. Bien, el empleado concluyó su inspección visual y, en tono amable, le dijo al cliente tras una última mirada al ordenador

–Pues, no. No lo tenemos. Está agotado… –respuesta contundente y disuasoria que, por cierto, suele ser cada día más habitual entre el gremio de dependientes de determinadas librerías cuando no pueden satisfacer algún pedido concreto.

A ver… Dicen que está agotado, cuando lo propio hubiera sido contestar con un “nosotros no lo tenemos”. Obtener como excusa que “está agotado” me ha ocurrido varias veces y, un rato después, he encontrado el libro que me interesaba, sin ningún problema, en otra librería menos monumental pero acaso más eficiente en el manejo del fondo editorial.

Del mismo modo en que no pude evitar escuchar aquel trozo de conversación, tampoco pude resistirme a coger de la estantería que teníamos delante el ejemplar borgeano de “Ficciones”, echar un vistazo al índice para comprobar que allí seguía “Funes”, y mostrárselo a los interesados por si les podía servir “el memorioso” en un mismo volumen junto con otros relatos no menos admirables. Claro que al cliente le interesaba “Funes el memorioso”:

“Lo recuerdo (y no tengo derecho a pronunciar ese verbo sagrado, sólo un hombre en la tierra tuvo derecho y ese hombre ha muerto) con una oscura pasionaria en la mano, viéndola como nadie la ha visto, aunque la mirara desde el crepúsculo del día hasta el de la noche, toda una vida entera. […] Nosotros, de un vistazo, percibimos tres copas en una mesa; Funes, todos los vástagos y racimos y frutos que comprende una parra. […] Podía reconstruir todos los sueños, todos los entresueños. Dos o tres veces había reconstruido un día entero; no había dudado nunca, pero cada reconstrucción había requerido un día entero.”

(“Funes el memorioso”.- Jorge L. Borges.- “Ficciones”.- Alianza Emece.- 1986)

No obstante era demasiado pedir que quien atendía al comprador supiera algo de Borges y de sus cuentos, de cómo se editan; darse cuenta de que le estaban solicitando un relato corto, de menos de una docena de páginas, y que estaría, en un mismo volumen junto con otros compañeros de creación, en uno de aquellos libros que teníamos ante nuestros ojos. Dominar esas cosas ya no se estila.

En aquella gran tienda de libros sucede lo que en otras similares. Su personal vende libros como podía vender cualquier cosa que no sea preciso conocer, intrínsecamente, su contenido ni al artesano que lo elaboró. Sólo tienen que percatarse de los surtidos de que disponen y del lugar que ocupan en la tienda, para lo que suelen valerse de un sistema informático casi infalible que les dice, además, los ejemplares que quedan, salvo error más frecuente de lo que desearían. Y lo que no consta en el ordenador, no existe o si aparece en pantalla, pero no está en su lugar de la estantería, estará (está) agotado… Porque no necesitan ninguna cultura libresca.

En esos vastos establecimientos nadie conversa con los clientes y lectores, no se cambian impresiones sobre tal o cual obra; he visto pasar distinguidos personajes locales de las letras, guardar turno para pagar y luego marcharse sin ser reconocidos por empleado alguno, ni cambiar palabra con ellos, salvo las obligadas a la hora de hacer efectiva la compra. Salvo en casos aislados no me he encontrado escritores en despaciosa visita a sus anaqueles, tampoco hablando en alguna esquina o rincón con los empleados, que están a “lo suyo”. Quizá estos grandes establecimientos no son lugar adecuado para conversar con calma sobre libros, de lo que opina tal autor sobre aquello que escribió aquél otro, lo que dijo aquí mismo, el otro día, en un coloquio promocional el profesor Fulanito, posiblemente tampoco se entretienen por allí los representantes de las editoriales para comentar con los dependientes lo que llevan en sus “catálogos electrónicos”, etc. Posiblemente no es adecuado hablar de libros entre la notable concurrencia de visitantes, que buscan, rodean montañas de ejemplares colocados en las encrucijadas de paso, van y vienen, preguntan, interrumpen…

Es una pena que hayan desaparecido librerías de Valladolid como Lara, Rayuela o Relieve, la histórica de libros de viejo y lugar de tertulias de narradores y poetas (ya sé que el dueño de Relieve no se da, todavía, por vencido) o las barcelonesas "Catalònia", "Áncora y Delfín" y la "Librería Francesa", más lejos en el tiempo, o la famosa "Antonio Machado" de Sevilla y tantas otras. ¿Qué las llevó a cerrar?, porque también se abren nuevas librerías como he apuntado al principio. Se dice que se compran menos libros, que la crisis, que las descargas de internet… Pero hace ya años que algunas, como Lara o la "Librería Francesa", cerraron; quizás fuera cosa de los caros alquileres de los locales. Asimismo ¿podría ser debido a que el mercado haya cambiado? ¿Que se han impuesto las “grandes superficies” de libros? ¿Que las librerías especializadas en superventas han anulado a las tradicionales de fondo editorial? No lo sé, pero por mi parte añoro aquellas en las que podías hablar con un librero o librera que gustaba, entendía y parecían conocer el contenido de cada libro que vendían. De estas me quedan un par –y no discuto que pueda haber muchas más que no conozco– una es la "Documenta" de Barcelona, en riesgo de desaparecer; la otra es la "Librería Margen" en Valladolid, por la que hace algún tiempo que no paso; su maduro librero, accesible, a pie de mostrador, es un admirable pozo de conocimientos literarios, siempre dispuesto, que puede regalar un rato de conversación de altura. O si es caso, verle y escucharle a través de Internet. Hoy mismo.

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