miércoles, 27 de febrero de 2013

Sócrates (Platón). Sobre la amistad

(Una nota)

El Diccionario de la Real Academia (DRAE) define la amistad –en el plano de las relaciones individuales– como un sentimiento “puro y desinteresado, compartido con otra persona, que nace y se fortalece con el trato”. Podríamos decir que ese es el concepto actual, mientras que los testimonios y definiciones más lejanos, quizás la referencia más antigua (salvo las que aparecen en la Biblia, Samuel: 18, 19 y 20, Jacob: 2 y otras) la encontraremos en Platón (427-347 a.C.). No estoy seguro de si algún sabio o filósofo haya dejado escrito, antes, alguna cosa al respecto, pero sin duda no con la extensión y minuciosidad con que lo hizo Platón en su diálogo “Lisis”, donde trata de precisar qué es la amistad, qué es ser amigo y aquellos elementos que puedan considerarse característicos de ello; con resultados, como se verá al final, nada concluyentes.


Arranca este diálogo platónico en presencia de Lisis y un grupo de jóvenes amigos, a través de la voz dialogante de Sócrates que manifiesta, como primera reflexión, la poca confianza que puede merecer la adolescencia e inmadurez de Lisis, situando hipotéticamente el núcleo de la amistad en la afinidad de lo semejante por lo semejante. De poco le sirve a Lisis que su familia, que le quiere, tenga bienes y cosas que él no puede (o no le permiten) utilizar, que no le son confiadas dada su juventud, aunque en ello vea cortapisas a su felicidad. Nadie será amigo de alguien, ni éste será amigo nuestro, por aquellas cosas de las que no tenemos un buen conocimiento ni puedas disponer libremente de ellas con criterio y sensatez. Pero si llegas a ser entendido, maduro, “entonces todos serán amigos tuyos, todos serán próximos, porque tú, a tu vez serás provechoso y bueno; pero si no, entonces nadie te querrá…”. Esto es así, insiste Sócrates, porque lo “semejante es amigo de lo semejante” a la vez que establece que el bueno sólo es amigo del bueno mientras que el malo no trabará amistad ni con otro malo ni con el bueno o, al menos en este último supuesto, una “verdadera amistad”.

Un momento después se desdice, dudando que dos personas semejantes puedan ser recíprocamente útiles, para llegar a expresar que “no serán amigos si no llegan a valorarse mucho mutuamente” porque lo semejante, con frecuencia, es enemigo de lo semejante (puede verse en las relaciones de vecinos con vecinos, entre gentes de la misma profesión: poetas, médicos con sus respectivos colegas, etcétera, donde son habituales las rivalidades, envidias, odios entre sí…). Y se plantea, como hubiera sido un buen principio para sus reflexiones, qué es ser amigo y tras pasar por varios razonamientos sobre la salud y la enfermedad y el bien que brinda la medicina, llega a un enunciado donde afirma que el amigo es amigo de su amigo “debido a lo que se quiere y por culpa de lo que se detesta” y lo perfila unas páginas después estableciendo la connaturalidad que debe existir entre lo que uno desea del otro, siempre que no exista semejanza que es un término que ya ha sido rechazado. O sea, connatural: propio o conforme a la naturaleza de ambos respecto al alma, a su forma de ser, acorde con sus sentimientos; lo que hoy llamaríamos estar compenetrados, identificados básicamente en ideas y convicciones.

Pero no. Tampoco satisface a Sócrates este discurso ni lo argumentado anteriormente. Parece convencido de que hay que reconsiderar todo lo dicho, porque opina que no les queda nada por añadir y “no hemos sido capaces de llegar a descubrir lo que es un amigo.” Y aquí nos deja.

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