miércoles, 3 de febrero de 2016

"La peste", de Albert Camus (y II)

Personajes principales

En la diversidad de los personajes de la novela (bien definidos, asequibles, inteligibles) se despliegan las diferentes lacras extensibles –también– al “universo” conocido en las guerras (el egoísmo, el beneficio propio y la hipocresía, conviviendo con la honradez, la integridad, la lealtad y la solidaridad). A pesar de que la acción se sitúa en Orán, no aparecen musulmanes; el relato es para consumo doméstico, dentro de un contexto europeo, (cristiano o no, pero de su cultura).

Rieux.- Es el líder de quienes tratan de aliviar a los que enferman y los asisten en sus últimos momentos. Sincero, honesto y, por encima de todo, solidario.
Paneloux.- Es un cura y predicador intolerante. Cristiano integrista, inflexible, entiende la peste como un castigo divino.
Rambert.- Periodista en tránsito, procedente de París. Quería huir, volver con la mujer deseada que le esperaba en Francia, pero luego, tras muchas dudas, decide quedarse a combatir junto con los demás.
Cottard.- Intentó suicidarse. Está perseguido por la justicia, por lo que el aislamiento le viene bien. Cerrado al sufrimiento ajeno.
Grand.- Es un empleado del Ayuntamiento que se encarga de llevar las estadísticas de fallecidos. Bondadoso. Entregado a su trabajo. Al margen de sus preocupaciones está escribiendo un libro del que no ha pasado de una única frase que corrige y pule con constancia.
Jean Tarrou, vecino de Rieux. Rentista, amigo de los bailarines españoles. Historiador de las cosas sin historia y sobre las ratas (p. 25), toma notas de todo cuanto acontece. Es un hombre de intelecto, capaz, cuyas facultades se ponen de manifiesto en la conversación que mantiene con el Dr. Rieux con quien hace un profundo análisis de lo que sucede a su alrededor (p. 187-194).
Othón. Es Juez de Instrucción. Su hijo de pocos años muere de la peste, hecho que desencadena la respuesta de Rieux al padre Paneloux sobre “una Creación que tortura a los niños”.

El debate

“El único medio de luchar contra la peste es la honestidad” comenta Rieux en un momento determinado (p. 127) y Rambert, que al principio quería escapar de allí, responde que “como no tienen nada que perder (Rieux y Tarrou) es más fácil estar del lado bueno”.

No sorprende al lector, o no ha de hacerlo al seguir el hilo de la trama, la aparición de dos frentes opuestos de opinión. Por una parte Rieux, el médico, esencial en la lucha contra la enfermedad, piensa que si “El orden del mundo está regido por la muerte, quizás es mejor no creer en Dios y emplear todas las fuerzas contra la muerte”. En tanto que el padre Paneloux, en sentido contrario, argumenta con el anatema, la condena por el peso de la culpa según la maldición atribuida a Dios en el Antiguo Testamento; aunque, en el segundo sermón, cambia de criterio y reconoce que “el sufrimiento de un niño no se puede comprender”. Se refiere a la muerte del hijo del juez, que hizo decir a Rieux: “Rechazo la idea de una Creación en la que los niños son torturados... y yo no lucho para salvar a nadie, no voy tan lejos, es su salud lo que me interesa”.

Elementos simbólicos

Es evidente que el simbolismo tiene mucho peso en la novela. Ya lo hemos comentado. La ficción, la trama de significado distinto (subterráneo) a lo que estamos leyendo no es difícil de identificar, por ejemplo, con la alegoría, en primer término, del germen infeccioso, la bacteria causante de la enfermedad, de la peste que sin exigir una gran clarividencia lectora puede asociarse con el morbo ideológico, malsano, (sea nazismo, fascismo, oportunismo o espíritu de rapiña) que, por contagio, extienden las ratas. Es la peste que “cada uno lleva en sí mismo” (Tarrou). De modo semejante cabe reconocer las imágenes de los efectos de la guerra como flagelo y agente exterminador implacable e indiscriminado, donde “las víctimas son, a veces, verdugos.”

La "solución" propuesta por Camus es combatir el mal desde cualquiera de las estrategias posibles: haciendo frente a la guerra y la injusticia; poniéndose junto a los inocentes, en solidaridad con los ciudadanos anónimos, resistiendo con tenacidad, luchando con energía, incluso desde las letras, desde las páginas de los periódicos. Ese mal que extienden los invasores, la Alemania de Hitler, los poderosos, a veces de forma insidiosa pero que van contagiando a los débiles o menos luchadores, que terminan así haciendo de transmisores.

De dónde viene Camus

El día 21 de Agosto de 1944 se editó el primer número legal del diario Combat, hasta entonces publicación clandestina en apoyo de la Resistencia francesa, entre cuyos impulsores estaban Sartre y Albert Camus. Este último fue el autor de los editoriales sin firma (su origen era muy conocido) e invitó al entonces amigo, Sartre, a que escribiera una serie de reportajes sobre la liberación de París.

El periódico “El País” de 21 de Agosto de 1984 recuerda en un artículo de Feliciano Fidalgo, aquellos tiempos: “[…] uno de los editoriales de Combat, en una de las noches negras de la ocupación, fue literalmente masticado, comido y digerido por la actriz María Casares, compañera por entonces de Camus: los dos salían del diario, ya entrada la noche, cuando una patrulla nazi solicitó la identidad de Camus. Con anterioridad, al ver venir de frente a los alemanes, el autor de La peste, le dio a Casares el editorial de aquel día y, mientras registraban a Camus, la actriz, coruñesa de nacimiento, por miedo a su debilidad si a ella la cacheaban igualmente, se comió el papel”.

Forma y fondo

En un estilo casi periodístico, de una gran sobriedad, es fácil apreciar el mayor calado de los conceptos éticos sobre los literarios. En la novela sobresale el fondo sobre la forma lírica. Priman los pasajes que llevan al lector a la reflexión y no son escasos los monólogos o las amplias disertaciones, como la de Tarrou en la terraza del edificio donde vivía el viejo asmático que atendía el Dr. Rieux (págs. 187 a 194). El escritor-notario que registraba lo que ocurría cada día, habló con largueza sobre el horror de la justicia que él había vivido de cerca en el ejercicio de la judicatura de su padre, cuyas sentencias desencantaron y transformaron al adolescente de aquel tiempo alejándole de la persona a quien había admirado tanto. “Cada uno lleva en sí mismo la peste, porque nadie, nadie en el mundo está libre de ella […] Sólo sé que hay en este mundo plagas y víctimas y que hay que negarse tanto como le sea a uno posible a estar con las plagas (p.193).” Esta es la contribución de Tarrou (el hijo del magistrado) a la filosofía que emana de “La peste”: solidaridad con las víctimas a cambio de nada, sin esperar un futuro premio ultraterreno.

Ritmo

El relato –fácil de seguir– progresa de forma morosa, como distante, aunque cargado de tensión por la incertidumbre y gravedad de los acontecimientos que el narrador nos cuenta con minuciosidad de investigador, tanto que en muchas páginas (cuando refiere la evolución detallada del proceso que afecta a algunos enfermos) taladra, la sensibilidad del lector. Hay episodios en los que el sufrimiento de los afectados, las cuarentenas y el aislamiento impuestos a la población, añadidos a las reflexiones que la situación invoca en los personajes que luchan contra la pandemia, son una auténtica carga de profundidad. A ello se une que el lector es incapaz de atisbar o sospechar un final de la historia que dé solución literaria a la mortandad que se ha abatido sobre la ciudad y cómo podrán rehacerse los supervivientes. La sensación es que Camus ha llegado demasiado lejos para encontrar una solución fácil que, en efecto, no ofrece.

Tensión, incertidumbre, metáforas y reflexiones conducen a un final abierto, en el que el lector, el buen lector, puede proseguir sumido en la meditación, asimilando la carga filosófica de cualquiera de las posibles lecturas de “La peste”. Los que han tomado la responsabilidad de luchar contra ella ¿por qué luchan cuando les espera una muerte más que probable, cuando las esperanzas de salir con vida son nulas? ¿Por qué no han escapado de allí? Sobre todo los que no tienen fe en la existencia de algo ulterior y cuando en Orán ya no tienen a nadie que los retenga.


Nota.- Las citas y los comentarios están basados en la edición de Seix Barral S.A.1963. Traducción de Rosa Chacel.

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