miércoles, 3 de febrero de 2016

"La peste", de Albert Camus (I)

La novela fue publicada en 1947, poco tiempo después de celebrados los juicios de Núremberg (Noviembre de 1945 - finales de 1946), por lo que el ambiente político en Francia era muy crítico sobre algunos hechos de la guerra –la rápida capitulación del gobierno y sus efectos–, muy frescos en la memoria como para que los expedientes por crímenes y abusos cometidos en el país galo no hubieran reactivado los sentimientos. Camus, que había participado en la Resistencia durante la ocupación de Francia por las tropas alemanas, siempre había mostrado su repugnancia por la connivencia de una parte de sus compatriotas con “aquella plaga”.

En La Peste uno de los ‘blancos’ metafóricos de sus reproches lo sitúa en la tolerancia que se tuvo con el “foco infeccioso” en Francia, pero Camus también enjuicia y condena simbólicamente a los responsables que se había juzgado en Núremberg. No obstante, con más acritud, parece censurar la temprana rendición de París (Junio de 1940) “pervertida y doblegada” por la invasión alemana, que duró hasta 1944. Francia fue, con 75.000 civiles muertos por efectos directos de la guerra –después de Alemania–, el segundo país del frente occidental en número de bajas.

Otro de los principales mensajes que lanza el Nobel argelino es que las víctimas de la peste eran inocentes: como la mayoría de los caídos en una guerra; como la mayoría de los caídos en la II Guerra mundial, como muchos ciudadanos franceses seducidos o no por los ocupantes germanos.

Para él la guerra (igual que la peste) aniquila sin distinguir culpables de inocentes. Afecta a todos: buenos, malos, niños y adultos. Todos son rehenes de la situación. Los únicos libres son los que han escogido combatir, los que no se han resignado o rendido, los que se han sacrificado por sus conciudadanos.

Aquí, es sugerente evocar el comportamiento personal del autor: rechazó todo lo que pudiera parecer colaboracionismo durante la guerra, convertido en virtuoso intérprete de la resistencia activa a la peste nazi (y ante cualquier agresor de cualquier ideología). Lo hizo desde las trincheras editoriales y como director de Combat, el periódico clandestino de la resistencia francesa y, poco después, también se revolvería contra el estalinismo y a sus incondicionales como Sartre.

Sinopsis

A través de un narrador-protagonista asistimos al brote y propagación de una epidemia de peste bubónica que golpea la ciudad de Orán en tiempos más o menos contemporáneos. Siguiendo a diferentes personajes, y en particular al Dr. Rieux, uno de los médicos de la localidad, el lector es testigo de la extensión progresiva del foco inicial de la enfermedad y de las medidas de diversa índole que se van tomando desde que se detecta el primer caso. Mientras, se buscan los posibles orígenes y causas, se recaban ayudas, investigan sueros y vacunas y otros potenciales remedios, sin lograr –de ningún recurso– una respuesta favorable. El sufrimiento, la mortalidad y el terror acorralan a los habitantes de la población. Sólo unos pocos ciudadanos solidarios, que se sienten obligados a prestar apoyo, arriesgan su vida para luchar contra aquella plaga, olvidándose de sí mismos y del peligro del contagio. Tratan de ayudar a sus vecinos valorando que “hay en los hombres más cosas dignas de admiración que de desprecio.”

Narrador

El narrador que relata los sucesos de “La peste” los organiza de forma cronológica, creando unos pocos personajes que protagonizan y dan referencia, a través de sus comentarios, de los acontecimientos que les toca vivir, de las reacciones que observan, las conductas y modos de pensar que se tejen a lo largo de la novela. De ellos, de varios de esos personajes, se va sirviendo el narrador para construir la ficción –como en el caso del uso de anotaciones e informes de Tarrou– y aportar así otros puntos de vista, ajenos a los suyos propios, como cronista de los hechos a los que está asistiendo.

Este narrador es uno de los principales protagonistas (casi al final sabremos que es el Dr. Roux), testigo cualificado, y parece hablar en nombre de todos. Realiza una especie de historia de lo que va aconteciendo a veces en primera persona testimonial, otras utilizando un modo impersonal “Se nos dijo que…”, pero en ningún caso parece saber más de lo que está contando en ese momento. No demuestra tener más conocimientos que el lector. Es más, renuncia a adelantar sospechas o indicios no confirmados con el fin de “no perjudicar a sus compañeros de peste con pensamiento que no tenían por qué tener”. Por diversos medios o recursos (incorporando las voces de terceros) o por otras técnicas, la novela-crónica de “La peste” consigue una unidad –según mi criterio– en buena parte debida al distanciamiento y principios de sensatez y cordura que mantiene este narrador ante los desgarradores efectos de la enfermedad y las limitaciones de todo tipo que impone el aislamiento del exterior y las cuarentenas interiores.

Con un lenguaje escueto y directo el relato es conciso como un reporte sumarial.

La filosofía de Albert Camus

Albert Camus, el hombre rebelde, alude en “La peste” –como esbozo más arriba y veremos más en detalle–, lo que será el eje de su filosofía basada en la convicción de lo absurdo de la vida terrena. Sólo puede ayudarse a los seres humanos –opina– a través de la justicia y la solidaridad, aunque admite que siempre habrá injusticia y no se llegará a superar el absurdo del “sin sentido” (sin causa, ni motivo, ni porqué). Pero defiende que ante la muerte de inocentes se debe atenuar el mal. Su credo era el principio del porqué de las cosas; todo ha de tener una causa que lo justifique y cuando ésta “causa”, cuando el hilo de causa-efecto no aparece, se llega –lo recalca– al “sin sentido”, a que se pueda considerar absurdo el universo y recelar de los principios universales de la existencia. Entonces, únicamente cabe la elección de arrimar el hombro, socorrer, aliviar; queda el recurso del humanismo. Como en “La peste”.

Camus es un activista del absurdo, porque, para él, la vida carece de sentido en un mundo ausente de Dios, como ya hemos visto; el dolor, la violencia y la muerte se hacen incomprensibles. Sin fe, sin una esperanza ultraterrena ¿dónde está el significado de la existencia? ¿Por qué luchar? Lo único que cabe es ser feliz en la vida –en ésta–, hacer cada uno su trabajo, y ayudar.

El humanismo que adopta se ha definido como una actitud vital basada en la conciliación de los valores humanos, sin otras creencias que lo relacionen con la religión ni con Dios (o al margen de ellas). Parece que en Camus su humanismo está motivado o exacerbado por el impacto que le causó presenciar la muerte de un niño atropellado por un camión, en Argel. Ante las lágrimas y desesperación de la madre del niño muerto, Camus dijo al amigo que le acompañaba en aquél momento: “Mira, el cielo no responde”.

La muerte de un niño por la peste aparece en las páginas de la novela: es el hijo del juez Othón, suceso que desencadena el enfrentamiento verbal entre Rieux y el padre Paneloux. Éste termina aceptando algunos argumentos del médico.

PANELOUX.― El sufrimiento de un niño no se puede comprender… RIEUX.― Rechazo la idea de una Creación en la que los niños son torturados… y yo no lucho por salvar a nadie, no voy tan lejos, es su salud la que me interesa.

Porque para el protagonista si el mundo es absurdo, si Dios no existe y la peste es también el mal, cualquier sufrimiento de los inocentes carece de sentido. Pero porque queda el hombre, lo humano, siempre es posible mitigar el dolor de la enfermedad, sin entrar en espiritualidades. A pesar del absurdo de la existencia, el Dr. Rieux (el alter ego de Camus) ve preciso combatir el sufrimiento y la muerte, aunque no se fuera médico. Es la rebeldía transformada en ayuda, compañía y sacrificio por los demás; no se trata de heroísmo. Es la honradez puesta de manifiesto por el médico: “No sé lo que es la honradez en general. Pero en mi caso sé que consiste en ejercer mi oficio”

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