jueves, 4 de febrero de 2010

La magdalena de Marcel Proust

Con cierta frecuencia, si se considera lo minoritario de la cuestión, uno se va tropezando con referencias (verbales o escritas) a la “magdalena de Proust”. Es decir, cuando la oportunidad literaria lo trae al pelo, hay quien se lanza a citar el episodio en el que el narrador de “En busca del tiempo perdido”, de Marcel Proust rememora la extraordinaria sensación de felicidad percibida al llevarse a la boca un trozo de magdalena añadido a una cucharada del té que estaba tomando.

Hace unos días he asistido de nuevo, en una amigable tertulia, a unos comentarios donde varios espontáneos, supongo que seguros de su bagaje cultural, trataban de aproximarse a la cita en cuestión todo lo que les permitían sus capacidades retentivas, que no daban para mucho. El desliz tiene su origen en que el lector mediano (la inmensa mayoría) “tocan de oído” cuado se refieren a algunos aspectos de la literatura y sus obras más significativas. Me da la sensación, estoy casi seguro, de que hablan por referencias de terceros, sin haber bebido directamente de la fuente. O sea que, en este caso, les falta leer, una parte al menos, de "En busca del tiempo perdido" con ese mínimo de aplicación que requiere una novela tan exigente con el lector. O puede ser que tengan pendiente una re-lectura reposada, si no es que deban mejorar su concentración o retentiva. Entro en materia.

Para empezar, deberían hacer memoria de que el Narrador divide sus recuerdos sobre la magdalena en dos secuencias; circunstancia que no suele tenerse en cuenta. Estamos en el “Capítulo Uno” de “Por el camino de Swann” el primer libro de los siete que integran “En busca del tiempo…”. El narrador-protagonista evoca una tarde de invierno en Cambray, cuando al regresar a casa con su madre, ésta le propuso tomar una taza de té para combatir el frío, añadiendo una magdalena a la refección.

“[…] abrumado por el triste día que había pasado y por la perspectiva de otro tan melancólico por venir, me llevé a los labios una cucharada de té en el que había echado un trozo de magdalena. Pero en el mismo instante en que aquel trago, con las migas de bollo, tocó mi paladar, me estremecí, fija mi atención en algo extraordinario que ocurría en mi interior. Un placer delicioso me invadió, me aisló, sin noción de lo que le causaba. Y él me convirtió las vicisitudes de la vida en indiferentes, sus desastres en inofensivos y su brevedad en ilusoria, todo del mismo modo que opera el amor, llenándose de una esencia preciosa; pero, mejor dicho, esa esencia no es que estuviera en mí, es que era yo mismo. Dejé de sentirme mediocre, contingente y mortal. ¿De dónde podría venirme aquella alegría tan fuerte? Me daba cuenta de que iba unida al sabor del té y del bollo, pero le excedía en mucho, y no debía de ser de la misma naturaleza […]”

A las inexplicables sensaciones percibidas por el Narrador, siguen una serie de reflexiones tratando de identificar qué cosas o sucesos eran capaces de despertar en él aquella alegría y el placer que le suscitó. ¿Por qué aquel sabor fue capaz de transportarle de ese modo? Siguió bebiendo a pequeños sorbos la infusión con el bollo pero ya no se repitió el éxtasis inicial. Llegó a la conclusión de que el placer experimentado procedía de un reflejo de algo más hondo que el té y la magdalena. Hizo esfuerzos por buscar a qué podía asociar lo que le había sucedido, por determinar la raiz de esa conmoción. Hasta que después de un rato sus especulaciones y ensimismamiento se vieron compensados

[…] Y de pronto el recuerdo surge. Ese sabor es el que tenía el pedazo de magdalena que mi tía Leoncia me ofrecía, después de mojado en su infusión de té o de tila, los domingos por la mañana en Combray (porque los domingos yo no salía hasta la hora de misa) cuando iba a darle los buenos días a su cuarto. Ver la magdalena no me había recordado nada, antes de que la probara; quizá porque como había visto muchas, sin comerlas, en las pastelerías, su imagen se había separado de aquellos días de Combray para enlazarse a otros más recientes, ¡quizá porque de esos recuerdos por tanto tiempo abandonados fuera de la memoria, no sobrevive nada y todo se va disgregando! […]

Quienes se refieren a este pasaje de la novela de Proust suelen omitir en qué consistía, en concreto, la causa de la emoción que le había inspirado al Narrador el gusto del té con la magdalena. Cuando reconoció la resonancia íntima de ese sabor brotaron sus gozosos recuerdos infantiles asociados (su tía Leoncia, el paseo dominguero, su jardín, el parque, las buenas gentes de Combray, la iglesia, el pueblo y sus alrededores) emergiendo “de mi taza de té”. Sus recuerdos fueron…

[…] convirtiéndose en flores, en casas, en personajes consistentes y cognoscibles, así ahora todas las flores de nuestro jardín y las del parque del señor Swann y las ninfeas del Vivonne y las buenas gentes del pueblo y sus viviendas chiquitas y la iglesia y Combray entero y sus alrededores, todo eso, pueblo y jardines, que va tomando forma y consistencia, sale de mi taza de té. (Fin del Capítulo Uno)

Los que hablan superficialmente de la “magdalena de Proust” ignoran o callan su inmenso significado y lo que ocurre en el ánima del personaje: la explosión de felicidad la convierten así en una anécdota insustancial, incomprensible si no llegan a profundizar lo suficiente, con lo que se pierden una de las grandes páginas de la literatura universal. Lo que está asociado a aquel sabor a magdalena con té o tila eran emociones ya perdidas, olvidadas, sólo accesibles a través de imágenes, colores, olores, afectos, inocencia infantil… Se trataba, en suma, de alcanzar, rescatar de entre el tiempo perdido los singulares momentos de deleite y felicidad de un ser humano, para volverlos a vivir, mucho después, a través del recuerdo.

Nota.- El texto en cursiva procede de Por el camino de Swann (I).- Marcel Proust. Traducción de Pedro Salinas.- Páginas 60-64 de Ediciones Orbis y Editorial Origen. 1982.

3 comentarios:

  1. Me parece un poco Petulante el señor Antonio Rodríguez ...

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  2. No lo es Anonimo. Al contrario, sin falsa modestia señala a quienes citan un texto sin haber comprendido su significado y lo arruinan para sus interlocutores. Eso si es petulancia. Estas personas que citan de oidas, son como aquellas personas que te "spoilean" una película solo porque tuvieron la oportunidad de que los invitaran a la "premier" y clásico, te cuentan el final, pero no tienen gracia siquiera para contarla cronológicamente, mucho menos para hacer un análisis de la misma.

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  3. Excelente, muchas gracias Antonio!

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