domingo, 19 de noviembre de 2017

Sobre Cervantes y don Quijote

Cuando apareció la novela “Al morir don Quijote” (2004), del cervantista Andrés Trapiello, lo primero que tuvo que hacer su autor fue defenderse de las críticas a que dio lugar su idea, justificándola por el interés de los personajes a los que Trapiello da más larga vida que lo hiciera Cervantes: el Ama (a la que, ahora, asignó un nombre), la Sobrina, Sansón Carrasco, etcétera; y está escrita con un lenguaje moderno para que resulte más inteligible, aunque cuidando de no desentonar del empleado en el texto primigenio.

Esta de la lengua es una de las dificultades –en opinión de Trapiello–, con que se tropiezan la mayoría de lectores del Quijote, lo que hace que sea un libro exigente para quien accede a sus páginas, que requiera un cierto esfuerzo a lo que no favorece que la primera parte tenga una estructura "un poco descacharrada". Son trabas que hacen desistir a gran número de lectores, recomendando empezar la lectura por la segunda parte que está mejor “organizada”.

Cervantes, como es sabido, tuvo que superar un buen número de contrariedades en su existencia; fue un auténtico “perdedor” en sus oficios, en sus obras literarias que, o bien fracasaron o no tuvieron la acogida que cabría esperar en unos tiempos donde el teatro era lo que primaba. Fue poco afortunado con sus hermanas dedicadas a la vida galante para sobrevivir, además de un reiterado perdedor en lo tocante a su libertad: cautiverio en Argel, prisión en Sevilla por deudas y, aún, en Valladolid por un asunto vecinal. Igualmente le tocó perder en la gran batalla naval de Lepanto cuya victoria épica apenas disfrutó tras recibir tres arcabuzazos que le inutilizaron la mano izquierda.

Podría pues, Cervantes haber sido un hombre amargado y quizás lo fuera, pero no lo trasladó a sus obras. Al contrario, todos los personajes del Quijote son bondadosos, simples, cándidos, bromistas si se quiere, pero nunca “mala gente”. Este, es un hecho relevante por el que los cervantistas llaman a resistir la tentación de rellenar los huecos que ofrece trayectoria vital de Cervantes con aspectos de la historia de aquel hidalgo de complexión recia, seco de carnes y enjuto de rostro. Al Quijote no se le puede otorgar un sentido autobiográfico que no es sostenible, según lo que hoy conocemos.

Existe una cierta corriente de opinión entre acreditados especialistas que consideran que la primera parte del libro, quizás, ya le habría resultado a su autor un poco "ligera" por lo que hubo de añadir y "coser" otros relatos inéditos para aumentar el tamaño de la edición (El curioso impertinente y El cautivo, son dos buenos ejemplos). Es patente que no tienen nada que ver con la ficción principal que nos narra, y colaboran a que se “desenganchen” de sus páginas lectores poco pacientes.

De la segunda parte del Quijote cervantino, –escrita con prisas ante la aparición del de Avellaneda– hay que subrayar la chabacanería de esta edición apócrifa, muy lejos del estilo de Cervantes, aunque a éste se le pueda censurar la larga secuencia de los duques en sus páginas (II, Cap. XXX y ss.) (duques a los que, por cierto, no puso nombre). Esta aristocracia necesitada de distracciones da lugar a episodios acaso crueles por sus bromas, sí, pero sin que el relato supusiera una crítica a la nobleza (como alguien ha dicho). Con tales estamentos de abolengo, Cervantes siempre mantuvo una relación de dependencia a cuyo amparo se hubo de acoger varias veces en su vida. No parece, pues, que esas aventuras tuvieran por objeto ejercer cualquier tipo de reproche a sus protectores.

Y ¡cómo no!, hay que detenerse un momento en las últimas páginas del Quijote en la que se describe la estancia del Caballero de la Triste Figura en Barcelona. A estas alturas sigue siendo discutible que Cervantes hubiera estado nunca en Barcelona (aspecto que algunos defienden con calor). Las aventuras aquí escenificadas (con los mismos mimbres) podrían haberse situado en cualquier otra población costera. La Barcelona que plasma en su obra es bastante ambigua y poco detallada: una ciudad descrita con vaguedad, mención de una imprenta que podía conocer sin haber estado jamás allí, una playa sin detalles de identificación, un mar, unas galeras…

No obstante es obvio que en el Quijote se narran las andanzas de unos personajes llanos, sencillos, del pueblo, iletrados como Sancho; dispuestos –por contagio– a luchar contra la injusticia, en favor del débil, de los desheredados de la fortuna. Gente sin historia, secundarios como los personajes con los que siguió adelante Andrés Trapiello en "Al morir D. Quijote".

Cervantes escribía en el castellano arcaico que se hablaba entonces (principios del siglo XVII), y así se ha seguido editando, tal cual, sin adaptarlo al lenguaje moderno de cada tiempo (mientras las traducciones a otros idiomas sí que lo han trasladado al léxico actualizado de los respectivos países donde se ha ido publicando).

De ahí su celebridad internacional. Lo pueden leer, han podido hacerlo siempre, en sus lenguas vernáculas contemporáneas, asequibles, sin palabras que precisen recurrir con frecuencia al diccionario para entender su significado. Los castellanoparlantes, por el contrario, hemos conocido al Ingenioso Hidalgo por temprana tradición oral, de oídas, en lecturas escolares mínimas, en frases sueltas, a través de los popularizados refranes de Sancho y en los reiterados intentos de leerlo sin conseguirlo casi nunca, o a veces, fraccionado “en parcelas”; en menos ocasiones de principio a fin, “de un tirón”.

Y una reflexión final en la que deseo hacer hincapié: El Quijote vive como loco, no puede ser de otra manera; muere cuando recobra la salud mental. Podemos escoger, entre un Quijote vivo y loco o un Quijote cuerdo, pero muerto.

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Nota.- Andrés Trapiello es natural de Manzaneda de Torío (León) y desde 1975 reside en Madrid. Es autor de una amplia obra que abarca la poesía, el ensayo, la novela y los diarios. “Al morir don Quijote” está editado por Ancora y Delfín en Barcelona en 2004.

sábado, 11 de noviembre de 2017

"La dama del perrito", de Antón Chéjov (1860-1904)

“La dama del perrito” se publicó en 1899, cinco años antes de morir Chéjov víctima de la tuberculosis que le habían contagiado sus enfermos, en el ejercicio de la Medicina, cuando aún era un joven facultativo. Falleció a los 44 años.

Fue uno de los grandes cuentistas de la literatura universal junto con Edgard Allan Poe, Maupassant, Borges y Leopoldo Alas (Clarín). La lista de sus cuentos más notables la encabeza "La dama del perrito", se dice que el mejor que saliera de su pluma, aunque la fama de su obra no se extendió hasta después de la Primera Guerra Mundial.

Dividido en cuatro breves capítulos, este cuento, o relato breve, se distingue por la cadencia rítmica de sus frases elegidas, parece que con especial escrúpulo, casi para poder ser declamadas tanto como leídas o habladas coloquialmente. Esto es también mérito del traductor que en esta edición de las obras completas que manejo (O.C. - RBA, Barcelona, 2005) es Víctor Gallego Ballestero (especialista en la traducción de los maestros rusos).

“Al atardecer, cuando el viento se calmó un poco, se dirigieron al muelle para contemplar la llegada del vapor. En el embarcadero había muchos transeúntes; habían ido a recibir a alguien y llevaban flores en las manos. En ese lugar saltaban a la vista dos peculiaridades de la sociedad elegante de Yalta: las damas maduras iban vestidas como las jóvenes y había muchos generales.”

Obsérvese –además de la adecuada distribución del ritmo, de la acentuación y proporción de las pausas–, el pequeño giro con que finaliza el último párrafo: la presencia de “damas maduras” se detalla hasta en cómo iban vestidas, pero se remata con un simple “y había muchos generales”, sin más datos; Chéjov pareció considerar que no necesitaba otros pormenores para describir a los militares de aquella escena. Ni rastro de lo que cabía esperar sobre los uniformes, condecoraciones, su buen aire o marcialidad. Nada más. Estos giros en la estructura de las frases se repiten en varios pasajes del cuento y, supongo, no son patrimonio del traductor.

“La dama del perrito” comienza de forma repentina, como si nos subiéramos a un tren en marcha acoplándonos enseguida a aquel mundo al que accedemos. También se podría decir que no tiene principio –los antecedentes se explican en cuatro palabras–, lo mismo que no tiene un final. Digámoslo sin rodeos; en su estructura no existe el clásico planteamiento, nudo y desenlace que, desde Aristóteles, vertebran cualquier relato. En este caso es como si hubiéramos acotado un trozo de una historia, la parte central por así decirlo, obviando el principio y el final. Dimitri ya estaba allí, en Yalta, cuando da comienzo la narración

“Había corrido la especie de que en el malecón había aparecido un personaje nuevo: una dama con un perrito. Dimitri Dimitrich Gúrov que llevaba ya dos semanas en Yalta y había adquirido las costumbres del lugar, también había empezado a interesarse por las caras nuevas. Sentado en la terraza del Vernet, vio pasar por el malecón a una joven dama, rubia y de pequeña talla, tocada con una boina; tras ella correteaba un lulú blanco de Pomerania.”

Pronto intenta Gúrov (que ha dejado a su esposa con los niños en Moscú) un cauteloso acercamiento hacia la solitaria dama del perrito –Anna Serguéievna, cuyo marido también se había quedado en casa–. Las primeras palabras cruzadas entre ellos especulan con lo aburrido del lugar, explican sus soledades, describen levemente sus respectivas situaciones familiares y, tras la comida en el hotel, dan un paseo por los alrededores antes de retirarse a sus habitaciones. Es el primer capítulo y las cosas se deslizan dentro de la natural reserva, no exenta de los agradables recuerdos de las horas pasadas juntos que evoca Dimitri una vez en su aposento.

Luego, siguieron los paseos, acercarse a esperar la llegada del vapor y los besos furtivos. Y una semana después de conocerse, la primera visita a la habitación de Anna –“vamos a su cuarto…”– había susurrado él. Fue la primera vez. A la que siguieron largas jornadas de felicidad en sus aposentos del hotel, los remordimientos y los itinerarios diarios por el malecón, por los jardines, hasta que una noche ella hubo de preparar el retorno a toda prisa por el recado de una enfermedad de su marido.

Dimitri, triste, la acompañó a la estación y le quedó la idea de que aquella mujer no había sido del todo feliz en su compañía.

“Ya es hora de que yo también vuelva al norte –pensaba Gúrov mientras abandonaba el andén–. Ya es hora.”

Pero en Moscú Dimitri no olvida a Anna como esperaba, y hubiera sido lo normal para él; sumergido al máximo en la vida moscovita, no encontraba consuelo en su ámbito familiar ni con sus amigos de más agrado y confianza. Tomó la decisión inmediata de viajar hasta S. (la lejana población donde residía su amada) ignorando él mismo con qué intenciones realizaba aquella escapada.

Llegó una mañana y, desde el mismo hotel, no le fue difícil localizar el domicilio de Anna y su cónyuge para, a partir de ese momento, merodear por los alrededores de su casa con la esperanza de verla, lo que no pudo ser hasta que, recordando sus aficiones, logró coincidir con el matrimonio en un estreno teatral. Aprovechando que el marido se levantó a fumar en el entreacto, se presentó ante ella que, sorprendida y espantada, escapó de la sala y recorrió nerviosa los pasillos y escaleras con Dimitri siguiendo sus pasos; por fin, discretamente, pudieron hablar un momento y escuchar la promesa de Anna.

“Váyase ahora mismo, váyase cuanto antes […] Le juro que iré a Moscú.”

“Y Anna Serguéievna empezó a visitarle en Moscú”. Encontraron buen acomodo en el hotel Slavianski Bazar y se veían dos o tres veces al mes. Un día Anna pálida y angustiada se echó a llorar en sus brazos; sollozaba por su situación, preguntándose si no estarían “destrozando sus vidas”. Habían pasado algunos años desde su primer encuentro y en ellos nada había cambiado, se querían “como marido y mujer” y no entendían que estuvieran casados con otras personas. Permanecieron largo rato buscando soluciones a su situación, para dejar de ocultarse y fingir. Pero ¿Cómo? ¿Cómo? ¿Cómo?, no dejaban de preguntarse.

“A Dimitri le parecía que no tardaría en encontrar una respuesta y que entonces se iniciaría una vida nueva y hermosa; pero ambos sabían muy bien que ese final aún quedaba muy lejano y que lo más complicado y difícil acababa de empezar.

Aquí acaba el cuento. Un trozo de una historia trivial, carente de novedades; como hemos dicho, sin un planteamiento o exposición inicial, ni un nudo o conflicto (todo se desliza sin mayores sobresaltos), y no existe un desenlace o solución de nada. Los personajes mantienen los hábitos adquiridos aunque se prometen buscar alguna salida.

En este punto llega el momento de preguntarse algunas cosas. ¿Por qué una historia de tan escaso interés argumental, con unos protagonistas tan poco relevantes, se sigue leyendo un siglo después de su publicación? ¿Por qué atrae precisamente a los amantes de la buena literatura? Emulando a Harold Bloom: ¿Por qué leer, hoy, un pequeño relato como “La dama del perrito”?. Trataré de contestar estas preguntas.

En primer lugar, recordaré algo que dije al principio de esta nota: la musicalidad de su prosa, el ritmo y equilibrio de sus frases, trabajadas y adornadas de algunos contrastes engarzados con primor aquí y allá, como sin querer, hacen al cuento delicioso. Con aquél bonito pasaje al comienzo:

“En ese lugar saltaban a la vista dos particularidades de la sociedad elegante de Yalta: las damas maduras iban vestidas como las jóvenes y había muchos generales.”

Otra transición se produce la primera vez que están juntos en la habitación de Anna, que reacciona a su entrega confusa y triste; abatida piensa que ahora Dimitri no la respetará como antes. Y entonces se produce el giro realista en contraposición con el romanticismo de las escenas anteriores. Hay una sandía sobre la mesa y

“Gúrov cortó una rodaja y empezó a comer sin prisas. Pasaron al menos media hora en silencio”

Se nos dice que Anna “estaba conmovedora, desprendía esa aurea de pureza de las mujeres honradas, ingenuas y poco conocedoras de la vida…”. Y Gúrov, como contrapunto, comiendo sandía. Verdadera literatura y del mejor cuño.

Por eso estas obras, breves o extensas, atraen a los buenos lectores. No importa sólo el argumento ni la metáfora, que en este caso no existen. Han sido sustituidas por la forma, la estética, la magia, la sonoridad, el ritmo y cadencia expresiva. Por esto hay que leer, diría degustar, “La dama del perrito”. Por esto y porque la historia está contada en un lenguaje despacioso, seleccionando con genial escrúpulo cada frase, cada párrafo, cada efecto, sin chirridos desagradables y a la velocidad justa.

viernes, 10 de noviembre de 2017

"Un día en la vida de Iván Denisovich", de Alexandr Solzhenitsyn (1918-2008)

Alexandr Solzhenitsyn autor de “Un día en la vida de Iván Denísovich” fue condenado a ocho años de trabajos forzados, en el Gulag, por opiniones anti estalinistas expresadas en una carta enviada a un amigo desde el frente, condena que le permitió conocer in situ ese tipo de horror y escribir este relato, el primero de su producción literaria y testimonial, dando a conocer al mundo la existencia de los “campos de trabajo” en la Unión Soviética.

En la URSS la aparición del libro sobre cómo era la vida y la muerte de los presos en los “campos”, editado en un principio con la autorización de Nikita Jrushchov (*), gozó de un éxito total. La gente hacía colas para adquirirlo y el interés que despertó llegó al extremo de provocar un amplio debate sobre el régimen estalinista haciendo que, poco más tarde, aquella revelación escrita fuera prohibida.

¿A qué se debió su gran impacto popular? ¿A la divulgación de la escandalosa existencia de campos de trabajos forzados en la URSS? ¿Para enterarse de las penurias y castigos que sufrían los reclusos? ¿Era la calidad literaria de la novela el atractivo? ¿El estilo, diarístico, sin florituras? ¿Es posible que el interés radicara en la atmósfera opresiva del relato combinada con espacio tan sombrío? ¿La pericia del narrador y el suspense fue lo que sedujo a los lectores? ¿O la descripción de la capacidad humana para adaptarse, sobrevivir e, incluso, ser felices en las peores condiciones de vida? Es evidente que se dio un poco de todo.

José Stalin (1878-1953), fue, el leitmotiv, el creador e impulsor de aquella aniquilación masiva llamada Gulag. Estuvo entre los bolcheviques que espolearon la Revolución de Octubre de 1917 en Rusia y, unos años después (en 1922), logró el puesto de Secretario General del Partido Comunista de la Unión Soviética que mantuvo hasta 1952 [30 años], cuando el cargo se suprimió. Este cometido lo simultaneó con el de Presidente del Consejo de Ministros (desde 1941 a 1953).

La Secretaría General del partido le sirvió para conseguir mayor poder tras la muerte de Lenin en 1924, y para reprimir los grupos opositores dentro del Partido Comunista, incluyendo al teórico y motor de la Revolución: León Trotski (1879-1940), asesinado en México por Ramón Mercader. Trotski fue el principal censor y opositor de Stalin desde dentro del régimen y había sido desterrado en 1929.

Por su parte, el narrador maneja y organiza las peripecias, la información, las reacciones de los personajes, su comportamiento y el lenguaje interior, además de los recuerdos del protagonista que ayudan a la comprensión de la historia, completándola con gran verosimilitud. Este narrador, parece, que se propuso evitar los inconvenientes de describir coléricamente la tragedia inhumana del Gulag y recurrió a la sobriedad en la forma, a la descripción de lo rutinario, en una especie de realismo literario europeo y ruso de los años veinte (Chéjov y Tolstoi sirvan de ejemplo en este último caso).

Lo hace de modo semejante a como un científico estudia un fenómeno, valiéndose de la experiencia adquirida, la introspección, la observación de acontecimientos, la variedad de personajes, las vicisitudes del trabajo de los prisioneros, el ingenioso bricolaje adaptado a la lucha contra el frío... Sin que por ello, omitiera el sufrimiento infligido con carácter habitual y reglamentario. Es lo que denuncia, y pese a lo que escandalizó en su día, hoy, en 2014, ningún lector se sorprendería demasiado de que aquellas cosas sucedieran –a diferencia de lo pasó cuando se publicó el libro en 1951–. ¿Es que, vistos (o escritos) a distancia los sucesos, por terribles que sean, se atenúan?

Si se me permite un breve inciso diré que, hace pocos meses, he accedido a informaciones, poco conocidas, acerca de que entre trescientos y cuatrocientos españoles republicanos (pilotos, marinos y “niños de la guerra” ya adultos) sufrieron, también, el castigo del Gulag y su estigmatización como traidores, sin que la entonces poderosa cúpula del PC español (Dolores Ibárruri, Carrillo, Fernando Claudín y Vicente Uribe), hicieran nada en su favor, según cita Rafael Núñez Florencio en su artículo de EL CULTURAL (18-24 de Julio de 2014). En esa reseña se analiza y comenta la recién publicada tesis doctoral de la profesora Luiza Iordache (Rumanía, 1981), con prólogo de Ángel Viñas. (RBA. 672 páginas. Barcelona, 2014.); un texto que significa “la más exhaustiva investigación de la presencia española en la URRS entre 1937 y 1960”.

El argumento de "Un día en la vida de...", en principio, trata de hacer saber, de denunciar las atrocidades e infamias capaces de cometer un conjunto de individuos, ocupen el cargo que ocupen en la escala social o política, que mostraron el camino a los campos de exterminio de la Alemania nazi y prolongó el funcionamiento del “invento” durante décadas. No ofrece ninguna duda y, de paso, pone el acento en otros aspectos interesantes para saber un poco más del poder de adaptación que posee la naturaleza humana.

Alexandr Solzhenitsyn (1918-2008) había estado recluido en el Gulag entre 1953 y 1956, sin embargo “Un día en la vida de Iván Desínovich” (1962) es una denuncia en forma de novela, no un relato autobiográfico, que hubiera sido igual de oportuno. Él lo vivió “en sus carnes”, pero la historia de Iván Desínovich no es la suya, aunque fuera similar; es una ficción de la que puede hacerse una lectura parcial o incompleta si nos limitamos a cuanto existe de descubrimiento y acusación pública en el texto. Llevar a cabo cualquier escrutinio serio de la obra exigirá atender las otras facetas del contenido: la denuncia acusadora, sí claro, es lo primordial, sin perder de vista la parte histórica que se insinúa (el desarrollo industrial del país, cualquiera que sea el precio a pagar) y los recursos literarios utilizados en la construcción novelesca que, por su calidad, enriquecen el conjunto.

La revelación de Solzhenitsyn tiene particular valor porque “el Gulag”, institución nacida en 1930 (a partir de una reforma de los campos de trabajo del Imperio zarista y funcionando desde 1918), había sido “reinventada” por Stalin, el adalid de la libertad para muchos, que tantas simpatías cosechara en ciudadanos occidentales de cualquier rango y entre muchos intelectuales “políticamente comprometidos”; más de un centenar de famosos pensadores, poetas y artistas. Entre ellos Sartre (1905-1980), Simone de Beauvoir (1908-1986), el chileno Pablo Neruda (1904-1973), Rafael Alberti (1902-1999), o el filósofo italiano Benedetto Croce (1866-1952), fueron ejemplos destacados de su compromiso con el comunismo de Stalin y sus procedimientos implícitos, donde sobresalen los “campos de trabajos forzados y de castigo” (Gulag). Salvó el honor y la honra de la Cultura, Albert Camus (1913-1960) que fue uno de los pocos que, con su reprobación universal y bien conocida, se enfrentó a sus colegas y a una parte de la opinión pública francesa.

Estos “campos” tuvieron un dramático incremento de población reclusa en la década de 1930-40, coincidiendo con el vigoroso apogeo de la industrialización soviética. Al estalinismo se le achacan 20 millones de muertos, la mitad en los “campos de trabajos forzados” y el resto por hambre, destierros y privaciones (aclaro que, en 1960, la entonces URSS tenía 215 millones de habitantes). Estos hechos y sus circunstancias aparecidos a la luz pública, de forma restringida eran, son, el tema principal de “Un día en la vida de Iván Denísovich”.

Otra cuestión es que Stalin, hasta su muerte, dirigiera –eficaz, con mano de hierro– la mencionada industrialización del país, la reconstrucción de la postguerra, el desarrollo nuclear soviético y el programa espacial. Y si bien su régimen ha sido condenado con dureza, incluso por su sucesor, Jrushchov, sigue teniendo apoyos; incluso en 1945 y 1948 fue propuesto para el Premio Nobel de la Paz.

Siguiendo con la perspectiva literaria para completar el cuadro, podemos observar que el tiempo cronológico está concentrado en un solo día, lo que otorga al relato un ritmo y una tensión que favorece, una lectura apasionada, “sin soltarlo”, como dicen que le pasó al poeta Alekxandr Tvardovski (1910-1971), editor de la revista rusa Novy Mir (Nuevo Mundo), donde se publicó por primera vez “Un día en la vida de Iván Denísovich”.

No obstante a todo lo dicho antes, pese al espanto de aquellos años vividos por el pueblo ruso, por los prisioneros en su inhumano confinamiento, el tono del relato de Solzhenitsyn parece hasta desenfadado, irónico, sin la carga de desgarrada emoción que podía esperarse y es que el protagonista está viviendo (re-viviendo) un día “bueno”, en el que puede concentrarse en el trabajo y saborear los pequeños éxitos de alguna de sus tareas y maniobras de supervivencia.

En el fondo de la narración, aparte del carácter de denuncia, late desde mi punto de vista, ya lo he señalado, la aptitud del ser humano para superar cualquier adversidad y “vivir” (y mantener un mínimo de dignidad) en unas condiciones insoportables en apariencia, entre el hambre, el frio terrible, los pavorosos castigos y las artimañas de otros compañeros de infortunio.

La estructura de la narración, en apariencia tan poco importante por la brevedad del tiempo que abarca la historia, no deja de tener sus particularidades, desde el uso de un lenguaje sencillo en exceso, a veces (de estética realista), casi infantil en alguna expresiones, hasta el desarticulado orden de exposición que no es nada lineal o cronológico, sino que el lector ha de hacer un cierto re-ensamblaje de los acontecimientos sucedidos en el día, que se rememoran con cierta reiteración.

El final es abierto. Eso, fue un día. No sabemos más.

En resumen, una novela que revela la existencia terrorífica y silenciada de los campos de trabajos forzados soviéticos –un lugar, donde la vida de los reclusos apenas valía nada–, que pone de relieve otros factores como la capacidad de resistencia y adaptación de los individuos, aparte de la utilización de unos recursos literarios que van desde la estructura del relato, hasta la forma, el argumento, la tensión narrativa y el tono y sentido de la narración. Aspectos tan notables que sitúan “Un día en la vida de Iván Denísovich” por encima de lo esperado en este tipo de obras testimoniales.

Breve semblanza biográfica de Alexandr Solzhenitsyn

Condenado a ocho años de trabajos forzados y destierro perpetuo por sus opiniones sobre Stalin, estuvo prisionero en varios campos de trabajo antes de ser internado en un centro de investigación científica para presos políticos, respaldado por sus conocimientos matemáticos (había estudiado Matemáticas y Física en la Universidad de Rostov del Don, en el suroeste de la Rusia europea, cerca de la desembocadura del río Don en el mar de Azov).

Detenido en 1945 en el frente de Prusia [que desapareció como estado en 1945, y cuyo territorio está repartido entre el sur de Lituania, el noreste de la actual Polonia y Kaliningrado (Rusia)], Solzhenitsyn fue recluido en un campo de Kazajistán, al este de la URRS, en 1950, lo que le inspiró para escribir “Un día en la vida de Iván Denísovich” que, con el apoyo de Nikita Jrushchov, se publicó en la revista literaria Nóvy Mir, ya citada. Más tarde el libro fue prohibido, como se ha dicho, pero siguió leyéndose y propagándose de forma clandestina.

Liberado y rehabilitado en 1956, fue expulsado de la Unión de Escritores Soviéticos en 1969 por denunciar que la Censura oficial le impedía publicar sus obras.

Le fue concedido el Premio Nobel de Literatura en 1970, según la Fundación Nobel “por la fuerza ética con la que ha perseguido las tradiciones indispensables de la literatura rusa”. Quizás se referían al “realismo literario” de la tradición rusa, que se aprecia en su estilo. A pesar de ello, en otros lugares, se recoge que fue “por su denuncia de las condiciones en que vivían los ciudadanos durante la Rusia estalinista”, a pesar de que todavía no había acabado “Archipiélago Gulag” cuya primera parte se editó en París, el año 1973. De cualquier modo, no acudió a recibir el galardón por temor a que las autoridades rusas le impidieran regresar de su viaje a Estocolmo, con lo que no podría concluir “Archipiélago Gulag” (redactado en 1975-1978), su obra más conocida y de mayor calado. Ese monumental ensayo-reportaje, aparecido entre 1958 y 1967, se ha publicado en tres volúmenes y consta de siete partes.

En una nota de la primera edición dice:

« […] todo tuvo lugar tal y como se describe aquí. Dedico este libro a todos los que no vivieron para contarlo, y que por favor me perdonen por no haberlo visto todo, por no recordar todo, y por no poder decirlo todo.»

En 1975 se estableció en Estados Unidos, volviendo a Rusia tras la caída del bloque soviético ocurrido a finales de 1991. Murió en su casa de Moscú en Agosto de 2008.

Otras obras de Alexandr Solzhenitsyn son: La casa de Matriona (1963), novela, Por el bien de la causa (1964), novela, Pabellón del cáncer (1968), novela, y • Archipiélago Gulag (1-2 y 3)(1973-75 y 78), ensayo-reportaje

(*)- Nikita Jrushchov se puede encontrar escrito de formas variadas. Las más frecuentes son: Nikita Jruschov y Nikita Khrushchev.