domingo, 19 de noviembre de 2017

Sobre Cervantes y don Quijote

Cuando apareció la novela “Al morir don Quijote” (2004), del cervantista Andrés Trapiello, lo primero que tuvo que hacer su autor fue defenderse de las críticas a que dio lugar su idea, justificándola por el interés de los personajes a los que Trapiello da más larga vida que lo hiciera Cervantes: el Ama (a la que, ahora, asignó un nombre), la Sobrina, Sansón Carrasco, etcétera; y está escrita con un lenguaje moderno para que resulte más inteligible, aunque cuidando de no desentonar del empleado en el texto primigenio.

Esta de la lengua es una de las dificultades –en opinión de Trapiello–, con que se tropiezan la mayoría de lectores del Quijote, lo que hace que sea un libro exigente para quien accede a sus páginas, que requiera un cierto esfuerzo a lo que no favorece que la primera parte tenga una estructura "un poco descacharrada". Son trabas que hacen desistir a gran número de lectores, recomendando empezar la lectura por la segunda parte que está mejor “organizada”.

Cervantes, como es sabido, tuvo que superar un buen número de contrariedades en su existencia; fue un auténtico “perdedor” en sus oficios, en sus obras literarias que, o bien fracasaron o no tuvieron la acogida que cabría esperar en unos tiempos donde el teatro era lo que primaba. Fue poco afortunado con sus hermanas dedicadas a la vida galante para sobrevivir, además de un reiterado perdedor en lo tocante a su libertad: cautiverio en Argel, prisión en Sevilla por deudas y, aún, en Valladolid por un asunto vecinal. Igualmente le tocó perder en la gran batalla naval de Lepanto cuya victoria épica apenas disfrutó tras recibir tres arcabuzazos que le inutilizaron la mano izquierda.

Podría pues, Cervantes haber sido un hombre amargado y quizás lo fuera, pero no lo trasladó a sus obras. Al contrario, todos los personajes del Quijote son bondadosos, simples, cándidos, bromistas si se quiere, pero nunca “mala gente”. Este, es un hecho relevante por el que los cervantistas llaman a resistir la tentación de rellenar los huecos que ofrece trayectoria vital de Cervantes con aspectos de la historia de aquel hidalgo de complexión recia, seco de carnes y enjuto de rostro. Al Quijote no se le puede otorgar un sentido autobiográfico que no es sostenible, según lo que hoy conocemos.

Existe una cierta corriente de opinión entre acreditados especialistas que consideran que la primera parte del libro, quizás, ya le habría resultado a su autor un poco "ligera" por lo que hubo de añadir y "coser" otros relatos inéditos para aumentar el tamaño de la edición (El curioso impertinente y El cautivo, son dos buenos ejemplos). Es patente que no tienen nada que ver con la ficción principal que nos narra, y colaboran a que se “desenganchen” de sus páginas lectores poco pacientes.

De la segunda parte del Quijote cervantino, –escrita con prisas ante la aparición del de Avellaneda– hay que subrayar la chabacanería de esta edición apócrifa, muy lejos del estilo de Cervantes, aunque a éste se le pueda censurar la larga secuencia de los duques en sus páginas (II, Cap. XXX y ss.) (duques a los que, por cierto, no puso nombre). Esta aristocracia necesitada de distracciones da lugar a episodios acaso crueles por sus bromas, sí, pero sin que el relato supusiera una crítica a la nobleza (como alguien ha dicho). Con tales estamentos de abolengo, Cervantes siempre mantuvo una relación de dependencia a cuyo amparo se hubo de acoger varias veces en su vida. No parece, pues, que esas aventuras tuvieran por objeto ejercer cualquier tipo de reproche a sus protectores.

Y ¡cómo no!, hay que detenerse un momento en las últimas páginas del Quijote en la que se describe la estancia del Caballero de la Triste Figura en Barcelona. A estas alturas sigue siendo discutible que Cervantes hubiera estado nunca en Barcelona (aspecto que algunos defienden con calor). Las aventuras aquí escenificadas (con los mismos mimbres) podrían haberse situado en cualquier otra población costera. La Barcelona que plasma en su obra es bastante ambigua y poco detallada: una ciudad descrita con vaguedad, mención de una imprenta que podía conocer sin haber estado jamás allí, una playa sin detalles de identificación, un mar, unas galeras…

No obstante es obvio que en el Quijote se narran las andanzas de unos personajes llanos, sencillos, del pueblo, iletrados como Sancho; dispuestos –por contagio– a luchar contra la injusticia, en favor del débil, de los desheredados de la fortuna. Gente sin historia, secundarios como los personajes con los que siguió adelante Andrés Trapiello en "Al morir D. Quijote".

Cervantes escribía en el castellano arcaico que se hablaba entonces (principios del siglo XVII), y así se ha seguido editando, tal cual, sin adaptarlo al lenguaje moderno de cada tiempo (mientras las traducciones a otros idiomas sí que lo han trasladado al léxico actualizado de los respectivos países donde se ha ido publicando).

De ahí su celebridad internacional. Lo pueden leer, han podido hacerlo siempre, en sus lenguas vernáculas contemporáneas, asequibles, sin palabras que precisen recurrir con frecuencia al diccionario para entender su significado. Los castellanoparlantes, por el contrario, hemos conocido al Ingenioso Hidalgo por temprana tradición oral, de oídas, en lecturas escolares mínimas, en frases sueltas, a través de los popularizados refranes de Sancho y en los reiterados intentos de leerlo sin conseguirlo casi nunca, o a veces, fraccionado “en parcelas”; en menos ocasiones de principio a fin, “de un tirón”.

Y una reflexión final en la que deseo hacer hincapié: El Quijote vive como loco, no puede ser de otra manera; muere cuando recobra la salud mental. Podemos escoger, entre un Quijote vivo y loco o un Quijote cuerdo, pero muerto.

-------------

Nota.- Andrés Trapiello es natural de Manzaneda de Torío (León) y desde 1975 reside en Madrid. Es autor de una amplia obra que abarca la poesía, el ensayo, la novela y los diarios. “Al morir don Quijote” está editado por Ancora y Delfín en Barcelona en 2004.

No hay comentarios:

Publicar un comentario