viernes, 23 de abril de 2010

La bodega

(Historias de antaño)

Mi amigo Tomás lo solía contar cuando hablábamos de curiosidades. Hubo, en los años cuarenta del siglo pasado, en una de las estrechas calles del barrio San Martín, una taberna o bodega que ostentaba un rótulo anunciando la actividad y el propietario del negocio: “Bodega - Críspulo Paredes”, rezaba. Hasta aquí nada raro o especial y nada más sabemos del establecimiento, ni siquiera de la calidad de los caldos que vendía, ni lo boyante que pudiera irle a Críspulo su comercio. Tomás, mi amigo, nunca se refería a estos extremos en su historia. Estaba más interesado en relatar la evolución de la titularidad del despacho que en otra cosa. El asunto es que Críspulo Paredes, el bodeguero, un mal día enfermó (ya era un hombre maduro), y no pudo recuperarse, dejando a su viuda la solitaria responsabilidad de sacar adelante la taberna, que era su modesto sustento. Al parecer, a la viuda no se le dio mal despachar cuartillos de vino, medidos con generosidad, y atender al mostrador donde una clientela habitual consumía, “chato” a “chato”, tintos, claretes y blancos mientras discutían, hasta donde alcanzaban, sobre lo divino y humano. La popularidad y el efectivo arraigo de la taberna no hicieron olvidar a la viuda la “marca” que supo implantar su marido, por lo que modificó ligeramente el reclamo del local, y así el negocio apareció un día rotulado como “Bodega – Viuda de Críspulo Paredes”. El probable talismán era la memoria de Críspulo Paredes y no quería tentar a la suerte renunciando a su evocación.


Aquello funcionaba bien; puede que hiciera algunos ahorrillos (parece seguro) y como estaba de buen ver a pesar de su incierta edad, no la faltaron pretendientes para volver a contraer nupcias. Al principio no quiso ni escucharlos, pero tanto va el cántaro a la fuente que terminó por desposarse con un “pico de oro” que de tonto no tenía ni un pelo, como luego demostró al tomar las riendas del establecimiento. Consiguió que su cónyuge se sacudiera el esclavo “día a día” del mostrador y disfrutara de un merecido descanso; para trabajar ya estaba él, que supo apañarse para mantener el buen rumbo de la tasca y ganar clientes. Por eso a nadie sorprendió, años después, a la inesperada muerte de la dueña (¡qué lástima!), que la pareja de su segundo enlace matrimonial heredara el establecimiento, a cuya prosperidad había contribuido, y cambiara de nuevo el anuncio de la entrada, aunque tuviera que recurrir a dos líneas de elegante caligrafía.
Decía:

Marido de la Viuda de Críspulo Paredes
BODEGA”

Durante años, negocio y letrero mantuvieron su presencia. El cartel se conservó, ya desvaído e inútil, tiempo después de que la cantina cerrara sus puertas por ruina del edificio; luego, la piqueta lo echó abajo. Del agudo sucesor de Críspulo Paredes, retirado forzoso de la actividad, se perdió la pista.

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