jueves, 27 de mayo de 2010

El piñero

(Una estampa de antaño)

En la galería de “Vendedores Ambulantes Desaparecidos” no puede faltar "el piñero". Vendía piñas –"seis piñas un real"– por todas las calles de la ciudad y no eran pocos los que se dedicaban a este negocio. Las piñas, legalmente obtenidas, o no –parece que de todo había–, las traían directamente desde su origen: generalmente, los pinares de algunos pueblos aledaños. Se servían para ello de unos carros especialmente acondicionados con unas redes de soga de esparto que, desbordando el habitáculo original, ya previamente suplementado en altura, permitía duplicar o triplicar el volumen de carga. Las piñas abiertas, casi huecas, ocupaban mucho espacio pero pesaban poco, así que de este ingenio móvil, solían tirar dos caballerías.

Las piñas, en los años 50 y 60, eran materiales poco menos que imprescindibles para encender la lumbre de las cocinas caseras, de leña y carbón (llamadas económicas o bilbaínas), acto que necesitaba de la ayuda de un combustible inicial de fácil ignición.

El somnoliento pregón del piñero se podía oír a cualquier hora del día en cualquier calle: "El piñeeeero…", aunque también podían escucharse otras versiones de letra similar con mejor o peor musicalidad. Y desde algún balcón: "Oiga, piñero, ¿a cómo son?", "Seis un real…", "Espere, que baja el niño, pero a ver si se las da grandes…".

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