jueves, 10 de diciembre de 2009

Responsables de su propia cara

Según Cesare Pavese, José Camón Aznar (y algún otro escritor), a partir de los 40 años, cada hombre es responsable de su propio rostro. Parece claro que lo que quieren decir es que la vida, mientras todavía nos va moldeando, permite ofrecer una imagen que puede diferir de la realidad sobre quién y cómo somos, pero que esto se acaba al llegar a la cuarentena, donde nuestra faz ya no puede engañar a nadie; se ha convertido en el auténtico espejo de nuestros sentimientos y de nuestra forma de ser, incluyendo las cicatrices del alma que hemos ido coleccionando. O sea, quien tiene cara de inteligente después de los 40 años es que lo es, quien parece, por su expresión facial, amable lo es, el cretino no puede por tanto ocultarlo, ni el falso, ni el facineroso...

Esto viene a cuento por tropezarme estos días con varios recortes de prensa de hace unos años. Se ocupaban de un caso que llamó la atención por su triste singularidad y que suponía una monumental excepción a esa “regla” de Pavese y Camón Aznar. Por eso los tenía guardados.

Es una historia cargada de sadismo, donde se explica cómo Gary Ridgway, un chapista de Seattle (EE UU) de 52 años, reconocía que había matado a 48 mujeres (a alguna de las cuales también había violado), en una ola de crímenes que se alargó durante cerca de 20 años. Pero lo que aquí viene al caso es que Ridgway, al decir de las crónicas, "parece un hombre sencillo, delicado, con una mirada serena y aspecto de buena persona". Esta opinión pudo ser fácilmente corroborada por cualquier lector ya que la fotografía de este asesino, tan "especial", fue divulgada ampliamente por los periódicos más importantes del planeta y todavía puede verse en muchas páginas de Internet.

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