miércoles, 2 de diciembre de 2009

Los nombres de las calles

Los nombres de las calles merecen un poema, dijo un escritor con alma de poeta. Lo merecen porque el significado de muchas de ellas es una loa u homenaje a personas, lugares y hechos notables. Son como capítulos o páginas inanimadas de la pequeña historia local; una reserva de la memoria vecinal que el paso de los años va difuminando. Leyendo el callejero de una ciudad, aunque no la conozcamos, aunque nunca hayamos pisado sus calles y plazas, podemos hacernos una idea de su historia y de su sentir a través de los nombres que durante cientos de años han ido dando identidad a sus rúas.

De este modo, existen ciudades por la ancha geografía española en que la nominación de sus viales urbanos permiten adivinar sus inclinaciones, o las de sus mandatarios en determinado momento. Hay alguna población que ha optado por homenajear a los médicos en número anormalmente elevado, otras rememoran batallas, muchas han dado a sus avenidas y plazas los nombres de políticos, escritores y otros personajes famosos a escala nacional; poblaciones, ríos, fechas históricas y, aunque en menor número, algunos viejos oficios también se incluyen habitualmente.

No obstante, en la actualidad, los orígenes y la identidad histórica o biográfica de algunos de esas denominaciones se han perdido en la noche de los tiempos por lo que, para averiguar la intencionalidad de la dedicatoria, es preciso hacer algunas indagaciones. Sólo los rótulos situados estratégicamente en las esquinas dan fe de su terca existencia, impasibles, pero ya ni los viejos del lugar son capaces de decirnos a qué venía tal o cual apelativo, las más de las veces de inconfundible resonancia doméstica.

Por ejemplo, en Valladolid tienen la céntrica calle de Alcalleres, popular en los años 60 del siglo pasado porque allí estaban ubicadas las taquillas donde se despachaban las localidades para los toros y el fútbol. Pero, cuando pregunté, nadie supo decirme el origen de tal apelativo, aunque la solución estaba al alcance de la mano: según cualquier diccionario moderno un alcaller (palabra de ascendencia árabe) es un alfarero, lo que permite deducir que en tal calle existieron varios talleres de alcallería, (alfarería) dedicados a la fabricación de botijos, cántaros y ollas. El Quijote, (Parte II; cap. 30), nos aporta una excelente referencia: "No se puede negar, sino afirmar, que es muy hermosa mi señora Dulcinea del Toboso, pero donde menos se piensa se levanta la liebre; que yo he oído decir que esto que llaman naturaleza es como un alcaller que hace vasos de barro y el que hace un vaso hermoso también puede hacer dos, y tres y ciento […]". Cervantes, pues, nos permite situar este término en el vocabulario popular del siglo XVI-XVII. Lamentablemente no he podido encontrar ninguna información que detalle fechas de la presencia o desaparición de los alcalleres en este rincón vallisoletano.

Sin abandonar Valladolid ni los viejos oficios artesanos podemos transitar, en la parte baja del barrio de San Miguel, por la calle Guadamacileros, vocablo de musicalidad grata al oído si bien un poco trabalenguas. También es de procedencia árabe. Los guadamacileros se dedicaban a fabricar "guadamecíes" o sea, a preparar pieles curtidas, que se cocían en grandes piezas y luego se les aplicaba un fondo de plata, se doraban, pintaban y daban relieve. Su empleo más frecuente era en muebles, tapicerías, cortinajes, frontales de altares, retablos y otros muchos. Esta industria –que rivalizó con la tapicería– tuvo su mayor auge en el siglo XVI, y solía concentrarse en guetos, en zonas próximas a los ríos o corrientes de agua, pues este elemento resultaba imprescindible para los primeros tratamientos de las pieles; de aquí que en Valladolid se ubicaran en una zona ribereña de uno de los brazos del antiguo curso del río Esgueva. De nuevo El Quijote (Parte II; cap. 71) nos presta su testimonio: "Alojáronle en una sala baja, a quien servían de guadameciles unas sargas viejas pintadas como se usan en las aldeas."

Como curiosidad, cabe añadir que ni los guadamacileros ni los alcalleres tienen dedicada ninguna calle en otra capital de provincia española, con la excepción de Córdoba, donde existe una calle Guadamacil y tres de Guadamacileros, referidas cada una de éstas, con nombres y apellidos, a artesanos distintos. Alguna ciudad recoge la expresión más moderna, alfareros, para los alcalleres; pudiéndose citar así Burgos, Huesca, Granada o Zaragoza, pero nadie conserva hoy una calle dedicada al artesanal alcaller o alcalleres. Ni aún en las poblaciones que estuvieron más tiempo bajo la dominación árabe, y donde habría de suponerse que tales oficios alcanzaran mayor resonancia: Toledo, Sevilla, Granada, Málaga… todas los ignoran en sus actuales callejeros.

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