miércoles, 2 de diciembre de 2009

Ateo, agnóstico, laico

Estamos en los cálidos días del verano de 2009 y coincido en el metro con una pareja de jóvenes desconocidos que están conversando entre ellos. Son vecinos de asiento y, aunque no quiera, esa proximidad me fuerza a escuchar su diálogo, que gira en torno a la enseñanza y las oportunidades de trabajo que ofrece el sector. Resultan ser dos profesores hablando de sus cosas. Él, comenta las clases de Religión y le explica, (le va explicando) a ella que lo ideal de esta asignatura es acometerla desde la Historia de las Religiones o plantearla desde el punto de vista de la Filosofía. Luego, vuelven sobre lo del empleo asunto que, según se deduce de sus palabras, el profesorado no lo tiene fácil. Él parece que está buscando trabajo, sin duda porque el que tiene es precario o poco pagado, no lo aclaran. Pero es en ese momento cuando ella le sugiere, como si le insistiera, quizás ya lo hubieran hablado antes, que en su colegio puede haber un hueco para alguna materia de su interés; aquí calla un instante y le dice “Claro que ya sabes que es un colegio ateo” y ante el gesto raro de él, corrige rápida, “Quiero decir agnóstico” y ya a dúo, al tercer intento de la profesora, dicen entre risas “Bueno, laico”. No está mal, al tercer intento.

Cosas como éstas, la superficial formación de muchos educadores, ayudan a comprender por qué no sólo no se elimina el fracaso escolar, como se lleva intentando desde hace lustros, sino que éste se acrecienta geométricamente a la par que se deteriora el ambiente en las aulas, como es bien conocido. Pero este es un problema mucho más complejo sobre el que no me atrevo a opinar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario