jueves, 3 de diciembre de 2020

Mario Benedetti y "Gracias por el fuego"

 

Nota biográfica

Mario Benedetti, el prolífico escritor uruguayo, vino al mundo en 1920, en una población de tan exótico nombre como “Paso de los Toros” lugar próximo a una zona vadeable del Río Negro que discurre por el centro del país. Inició su actividad en la redacción de varias revistas, tanto de información general como literarias, a la vez que escribía relatos cortos por los que recibió diferentes galardones. Cuando contaba 44 años se dedicó a la crítica teatral, compaginándola con colaboraciones en una revista humorística a la vez que cultivaba la crítica de cine.

Dotado de inquietudes políticas (comprometido con la filosofía de izquierdas), fundó con otros activistas, en 1971, el “Movimiento Independiente 26 de Marzo”. Participando, a la vez, en otros organismos de ideas afines, hasta ser nombrado director del Departamento de Literatura Hispanoamericana en la Universidad de la República, de Montevideo.

Tras el golpe de estado de 1973 renuncia a su cargo en la Universidad y ha de  exiliarse de Uruguay. En este tiempo recala en Argentina, Cuba y, por último, llega a España en 1978, primero a Palma de Mallorca y luego a Madrid. Huía, no sólo de su país, al principio, sino –también– de Cuba cuyo clima no le sentaba bien para su proceso asmático y porque desde allí no podía comunicarse con su familia: “Si mis padres recibían una carta de Cuba iban presos”. En Madrid residió hasta 2006 combinándolo con viajes y breves estancias en Uruguay –cuando pudo volver, a partir de 1983–, y tuvo ocasión de establecer fuertes nudos de amistad con otros exiliados en España como Cristina Peri Rossi, Eduardo Galeano o Juan Carlos Onetti; en particular con este último tuvo una buena amistad y le visitaba con frecuencia (Onetti, gran pesimista, como se recordará, pasó en cama los últimos cinco años de su vida, sin dejar de escribir y publicar). Además, Benedetti, se relacionó con otros muchos autores españoles.

Desde que llegó a Madrid había iniciado la publicación de artículos de opinión en “El País” sobre temas candentes en relación con su ideario; no obstante, según el director de cine, televisión y guionista Juan José Campanella "ciertas elites, no necesariamente de derechas, fruncían su nariz. Así Juan Goytisolo, Mario Vargas Llosa y José Ángel Valente, entre otros, escribieron duras respuestas a lo que planteaba el uruguayo". Entre otros enfrentamientos dialécticos, la causa frecuente era la defensa de Cuba que Mario exponía en sus artículos con ocasión de los choques entre el gobierno de la isla y EE UU, y que fueron publicados en “El País” por aquellos años. 

Benedetti ha sido uno de los poetas de más éxito en España, y con más fans entre los jóvenes de entonces a los que sugestionó con “letras” para cantautores como Serrat, Nacha Guevara, Víctor Manuel o Soledad Bravo, entre otros, que acertaron al interpretar y acompañar con música sus poemas.

Desde un punto de vista literario, posee una extensa obra constituida por decenas de cuentos, poesías, dramas, novelas, ensayos y creaciones discográficas, por los que a lo largo de su vida ha recibido multitud de reconocimientos y galardones. Cabe destacar entre sus novelas, “Gracias por el fuego” (1965) y “La tregua” (1960); y de entre sus cuentos merecen citarse los contenidos en el volumen “Montevideanos” (1959) y en “El porvenir de mi pasado” (2003).

Por referirnos sólo a algunos de los premios y reconocimientos recibidos por Benedetti, hay que citar su investidura como Doctor honoris causa por las Universidades de Alicante y Valladolid (1997), el XIX Premio de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo y a la concesión de la medalla de honor de dicha institución (2005). En 2007, Hugo Chávez le hizo entrega de la más alta condecoración de Venezuela (Condecoración Francisco de Miranda), por su aporte a la ciencia, la educación y el progreso de los pueblos. En 1999 le fue otorgado el VIII Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana. Aparte de los referidos, quedan sin mencionar un número ingente de galardones internacionales por sus obras, encuadradas en las diferentes facetas de su multidisciplinaria producción.

Murió, en su casa de Montevideo, en mayo de 2009 a los 88 años.

Sinopsis de la novela

Ramón Budiño es el actor principal de una obra de estilo realista, en la que lo primero que manifiesta el personaje es que más que por Ramón se le conoce como “el hijo de Edmundo Budiño”. El Doctor Edmundo Budiño, el padre, “el viejo”, acapara toda la atención, es el patriarca que eclipsa a su linaje y mucho más. Él, Ramón hijo, no tiene un nombre propio, lo que le perturba la conciencia y le altera el equilibrio nervioso a pesar de que, por ser el heredero de quien es, su existencia podría transcurrir sin preocupaciones, ni en lo económico ni en lo social. Su agencia de viajes marcha bien, está casado y tiene un hijo de 15 años y, además, compensa el aburrimiento de su matrimonio a base de esporádicos escarceos sexuales con clientas y amigas, y hasta con su cuñada.

A pesar de todo, o, por todo eso, el cariño hacia su padre había desaparecido, llegando a convertirse en rencor progresivo, y odio a medida que iba conociendo las “habilidades y métodos” de su progenitor y reconstruía los malos recuerdos de la infancia. Quizá todo empezó el día en que, siendo niño, contempló –a través de la mampara del baño– cómo su idolatrado papá maltrataba físicamente a su madre, sin que la criatura, cuya presencia había pasado inadvertida, se atreviera a intervenir. Aquella secuencia aterradora –nunca denunciada– se quedó grabada en sus retinas y fue la simiente para que, un día, Don Edmundo dejara ser su papá y se convirtiera, en adelante, en “el viejo”, menos cálido, más lejano, convertida su relación en una especie de recipiente en el que ir depositando los desprecios que le aplicaba con dureza y escarnio el gran Edmundo Budiño, el todopoderoso doctor universitario, empresario y dueño del periódico más influyente de Uruguay, desde cuyo despacho movía los hilos con que controlaba la política, la prensa, el poder. Edmundo Budiño se había convertido en una auténtica institución nacional, admirado por quienes le rodean, cerca o lejos, pero ignorantes, cómplices o encubridores de la bajeza del personaje en cuestión.

      Ramón, recuerda con frecuencia aquél niño; el maltrato infligido a su madre, asociándolo a las cosas que le acomplejaban en las relaciones con su papá, cuando todavía lo era y, luego, ya con el apelativo de “el viejo”, ir conociendo sus negocios y chantajes hasta completar su poderoso perfil que le permitía vejar, con impunidad, a quienes tenían algún tipo de filiación o sometimiento a su dominio y, en primer lugar, a la familia.

Después de las aventuras con varias féminas, que no dejan huella en su ánimo, Ramón se ha enamorado de la mujer de su hermano Hugo, de lo que se da cuenta de súbito, mientras se distancia aún más de su cónyuge. Para su desdicha su cuñada después de pasar por la cama, le dice que no está enamorada de él, que se había acostado para salir de dudas y que “aquello” no se volverá a repetir.

En última instancia, la solución que encuentra a sus sinsabores y desdichas, madura poco a poco.

Narrador

 El texto (gran literatura) de Benedetti no es nada liviano, a pesar de que la acción de la trama se reduce buscar una salida al problema que le amarga a Ramón Budiño. Éste, desde su perspectiva de narrador-personaje central, es quien nos relata los hechos que transcurren en la mayor parte de la novela mientras, en unos pocos capítulos, la historia nos la cuenta un narrador omnisciente en tercera persona y, por último, un monólogo de Dolores (Dolly) mientras conduce su vehículo, efectúa un repaso mental a sus años de infancia y pubertad, rememora a su marido, y, sobre todo, evoca su relación con Ramón.

En la novela, son frecuentes la mezcla de estilos narrativos, el discurso directo, el indirecto libre, y en especial los monólogos interiores acerca de la política, la corrupción, el dinero, la moral, la norma, los artículos editoriales del “viejo” en su periódico… o los referidos al fracaso, a la historia familiar, a Gustavo el hijo adolescente de Ramón, a la tierra, la reforma agraria que no se cree nadie, la libertad… soliloquios densos, a menudo digresivos, que exigen del lector una concentrada atención y que asuma que nada es irrelevante en el relato, incluido el primer capítulo cuya acción transcurre en Nueva York.

Estructura

            Aunque simula un texto configurado de forma lineal, si bien con frecuentes saltos temporales, se podría decir  que estamos ante un relato construido más bien mirando hacia atrás, a base de piezas retrospectivas, que van conformando el cuerpo de la novela. Son las evocaciones de Ramón las que llevan el peso que parece volver al pasado en busca de su identidad, de la circunstancia que alteró su ventura; los recuerdos de niñez y juventud (los felices y los amargos), su primera experiencia amorosa, la visita a la tienda de juguetes con su papá, el tremendo suceso en que su padre pega a su madre… Pero también aparecen las remembranzas y soliloquios de Edmundo “el viejo” y Gloria, su amante, las de Dolores (Dolly). En el contexto de la obra no conviene perder de vista que la estructura lineal de la historia es solo aparente, la organización de “Gracias por el fuego” es circular. Después del episódico primer capítulo, a continuación, Ramón monologa desde el noveno piso del edificio donde Edmundo tiene instaladas las oficinas del periódico.

“La ventana se abre a la calma chicha. Allá abajo, los plátanos. Por lo menos la mitad de las hojas están inmóviles y el movimiento de las otras es apenas un estremecimiento. Como si alguien las hiciera cosquillas. Transpiro como un condenado. El aire está tenso, pero ya sé que nada va a estallar.” (Cap. 2)

Esta secuencia se engarza, cierra el círculo, en el final del capítulo trece. Estamos otra vez, volvemos, al monólogo interior del capítulo segundo, en el arranque de la novela, con la mirada de Ramón observando la acera, entre los árboles, desde la ventana del despacho de su padre, mientras espera al “viejo”.

“No están inmóviles las hojas. Ni siquiera las caídas y secas, allá abajo, mezcladas en el mismo remolino con pedazos de diario…” 

Cerrado el largo inciso, quizás, debemos ensamblar las piezas dispersas, en desorden cronológico, que hay que ir vertebrando. Es el trabajo reservado al lector.

 Estilo

En muy particular el lenguaje poético empleado por Benedetti, de proximidad, sencillo, aunque (o por eso) use con frecuencia “hispanismos” propios de América Latina, palabras cuyo cabal entendimiento exige la ayuda del Diccionario, aunque en el contexto no supongan ningún problema para su interpretación (me estoy refiriendo, por ejemplo, a coima, punga, candombe, pucha, guajiro, chiripá, aparte de otras más fáciles de interpretar tal que sabés o querés ). Es, sin duda, una novela que aunque sea más importante el fondo que la forma, ésta no deja de tener su categoría, utilizando materiales autobiográficos que el autor “coloca” a los personajes, del mismo modo que pone en su boca mezcla de sentencias y pensamientos personales, por lo que sabemos de sus principios políticos: “Convénzase, abuelo –dijo Gustavo–. Los partidos tradicionales están en vías de descomposición”. Y el abuelo: “Creen que la revolución es andar sin corbata” (p. 96-97)

Y para concluir este apartado, se debe enfatizar otra característica estilística utilizada: la repetición de algunas escenas con lo que se acentúa la pauta “rutinaria” que la impregna, sin que ello afecte a la tensión narrativa. Se pueden citar como muestras de estas secuencias repetitivas el episodio de la tienda de juguetes, las conversaciones con clientes y con la secretaria en la Agencia de viajes, el episodio amoroso-iniciático con Rosario, entre el olor de los pinos, cerca del mar... y otros.

Espacio

            Nos encontramos como lectores, ante un relato donde priman los espacios que Benedetti pone en pie; aquellos lugares por donde se mueven o suceden los acontecimientos narrados, sean éstos paisajes, calles, edificios o ambientes que afectan a los personajes, lugares donde vivieron emociones o expresaron sus íntimos sentimientos. En muchas novelas estos aspectos son casi marginales o de un peso relativo pequeño, pero no es este el caso de “Gracias por el fuego”. Desde el primer capítulo en el que un narrador desconocido, en tercera persona, nos describe el restaurante y las viviendas del barrio de Broadway, –por cierto, con un énfasis social en la pobreza del lugar, en la humilde vida de los latinoamericanos en Nueva York, en “esas miserables casas de inquilinato”–, hasta el despacho de Edmundo Budiño en el noveno piso del edificio; el lector deambula en coche, a menudo por La Rambla, importante avenida próxima a la playa y “donde las olas salpican”, recordando cosas; puede caminar por las calles céntricas de… ¿ Uruguay?

También, quien leyere, puede acompañar a Ramón-niño en la tienda de juguetes donde su padre le compró los soldados de plomo, visitar su casa familiar de Punta Gorda, donde vive con su mujer y Gustavo, el hijo  revolucionario, y escuchar cómo le cuenta Susana la discusión que tuvo el joven con el abuelo, u optar por visitar a su hermano Hugo en su domicilio; o acercarse a la Agencia de viajes, adquirida con los 80.000 pesos del préstamo-afrenta de su padre, y departir con la secretaria-tentación y asomarse a su escote. Espacios que se distinguen también vinculados a la peripecia profesional de Edmundo Budiño, su despacho en el periódico, o de contenido “virtual” mediante la grabación de su discusión en la fábrica intentando chantajear a un empleado para obtener los nombres de los otros responsables de la reciente huelga. (pgs. 84- 86).  

Otras opciones permitirían conocer los apartamentos destinados a los escarceos amorosos. El más estable, en el que Gloria Caselli lleva veintidós años mirándose al espejo antes de que llegue a la cita Edmundo Budiño; luego, el alojamiento de las Tres Jotas, prestado, que acogió “por primera y última vez” a Ramón y Dolores (Dolly) para “el minuto feliz” a que tenían derecho… y donde se encerró con Marcela su compañera de mesa en Nueva York para completar el “acercamiento” allí iniciado.

                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                       

Tema.- ¿Qué quiso decir Benedetti?

Mi interpretación es que se trata de un examen crítico de la situación sociopolítica que se está viviendo en Uruguay en los años cincuenta del pasado siglo (más o menos fabulada), de la que se deriva una exposición de las “fuerzas” y discrepancias ideológicas que operan en el país. Se pueden observar tres niveles.

En primer término tenemos lo que representa el arbitrio inmoderado y autoritario, el uso y abuso del poder en manos de una minoría, el absolutismo imperante del que Edmundo Budiño es el icono. “¿Cómo querés que no desprecie a la gente si la gente me acepta como soy?” 

Su hijo Ramón (en la segunda cota), simboliza al ciudadano amante de la democracia, pero usuario y sometido a los códigos emanados de su padre y, por derecho “genealógico”, de aquella casta situada en la cima del dominio omnipotente. El hijo luchando frente a los esquemas y procedimientos del padre (“el viejo”) con sus convicciones a punto de reventar.

Y, por último, esbozado con sutileza en el tercer nivel,  aparece el hijo de Ramón y nieto de Edmundo Budiño, Gustavo, rebelde alucinado por una retórica  cargada de inútiles algaradas y activismo levantisco, de “credo” distinto al de los anteriores “Budiños”, pero capaces –todos– de una cierta convivencia, manteniendo un statu quo, que salvaguarda sus particulares puntos de vista. Quizás esta es la causa de que el mundo representado por “el viejo”–según lo que nos ofrece Benedetti con una aprobación que no se compadece con su conocida filosofía política–, y a pesar de la vileza del comportamiento del doctor y sus acólitos, se libren de un correctivo que los castigue.

Dificultades

 Como he señalado, “Gracias por el fuego” tiene páginas difíciles por la exigente atención que requiere su apretado texto y los meandros por los que navega el narrador que se mueve en un lenguaje pletórico de incisos, disquisiciones y la combinación de discursos descriptivos utilizados. No obstante, estamos ante una gran novela.

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 Nota.- Las citas de “Gracias por el fuego” proceden del texto de la edición de Alianza Editorial, Biblioteca Benedetti, sexta reimpresión de 2009, en la que se basan también los comentarios expresados en esta reseña.

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