martes, 29 de enero de 2019

"El guardián entre el centeno", de J. D. Salinger

Jerome David Salinger es conocido en el mundo literario, casi en exclusiva, por ésta novela que –solitaria– se ha convertido en una obra clásica de la literatura. Muestra, en primer término, la aparente contradicción que supone la coincidencia de intelectos ágiles y enérgicos en personas afectadas por alteraciones psicológicas y, a la vez, ejemplifica la capacidad que tienen los niños para superarlo y mantener un cierto equilibrio en sus vidas.

Salinger tuvo el cuidado de mantener en la más absoluta marginalidad su ocupación como escritor, incluso impidiendo que las múltiples ediciones de “El guardián entre el centeno” (1951) incluyeran cualquier información adicional sobre su actividad literaria o su existencia privada. No obstante, con el paso de los años se han ido conociendo pormenores que no han hecho sino incrementar el morbo sobre su “desaparición” del espacio cultural. Se sabe (aunque no se haya dado mucha publicidad a los datos) que era hijo de padres judíos, que, como escritor, admiraba a Herman Melville, que hizo algunos estudios sobre literatura en la Universidad de Columbia (EE UU) y que, en 1944, combatió en el desembarco aliado de Normandía. Estuvo casado dos veces, y divorciado en ambas ocasiones, y como su fama mediática reaparecía ante cualquier indicio noticioso que se relacionara con él, la publicación de unas memorias de su hija Margaret Salinger dieron lugar a un cierto escándalo. Ese libro es un auténtico ajuste de cuentas con su padre a quien critica y ridiculiza a fondo.

Titulado "El guardián de los sueños", en edición española de 2003 (Debolsillo), el diario El País (23-02-2002) cita un párrafo del libro en el que Margaret afirma: 'Para mi padre, tener algún fallo es motivo de repulsión, tener un defecto es ser un desertor, un traidor, o una traidora. No me extraña en absoluto que su mundo esté tan vacío de personas reales ni que sus personajes de ficción se suiciden tan a menudo'.



“El guardián entre el centeno” fue la primera novela de J. D. Salinger, antes y después, escribiría un buen puñado de textos, relatos breves en su mayor parte, que se publicaron de forma dispersa o todavía se mantienen en el anonimato: “…escribo para mí mismo y para mi placer”, declaró a The New York Times en 1974.

“El guardián…”, que tuvo una gran acogida internacional, refiere unos pocos días de la vida de un estudiante rebelde, inmaduro pero muy perspicaz, asomado (con peligro) al abismo de sus delirios de libertad. El título procede de una frase de las páginas finales, cuando el protagonista, Holden Caulfield, le revela a su hermana –al filo de una poesía que recuerdan– lo que le gustaría ser de mayor: vigilante de los niños que juegan en un campo de centeno, al borde de un precipicio, sin mirar a dónde van, sin nadie mayor que los cuide. “Yo sería el guardián entre el centeno”.

Hasta entonces, lo que sucede en la novela no guarda aparente conexión con el título y, sólo más tarde, es posible identificar esta metáfora relacionándola con los riesgos que ha corrido Holden en ese corto periodo de su adolescencia en el que ha gozado de total libertad. En ese tiempo ha gestado ideales tan críticos y agudos como el que pone de manifiesto cuando habla de los abogados, que es una profesión que le gustaría ejercer algún día, si fueran por ahí “salvando de verdad vidas de tipos inocentes pero, eso, nunca lo hacen”.

El personaje es un mozalbete con una extraña visión del mundo. Mantiene una sorprendente animosidad contra los seres humanos a los que considera –sin excepciones– unos hipócritas y, esa opinión de artificio que percibe, la falsedad de lo que le rodea, llega a deprimirle. En realidad ese es el asunto de fondo de la novela, visto desde la perspectiva de un adolescente: lo denunciable de la sociedad adulta, señalando sus componentes mezquinos, crueles y envilecidos. A la vez, Salinger, para acentuar el efecto, le hace evocar a Holden la época de la inocencia, la nostalgia de su infancia, el cariño de sus hermanos, la sinceridad, los grandes problemas “metafísicos” que le torturan como ¿adónde van los patos del parque en invierno? Pese a que su vocabulario es limitado su forma de hablar, rotunda y franca, permite que el muchacho resulte ingenioso, haciendo gala de un humor cáustico y mordaz.

No obstante Holden, a pesar de la vinculación afectiva con sus hermanos, encuentra en ellos cosas que no le agradan tanto. No le gusta la ocupación del mayor, guionista de Hollywood, porque odia el cine y por preservar el candor de Phoebe, la hermana más pequeña, por quien siente verdadera pasión y de quien se erige protector; para él su hermana es el símbolo de la inocencia.

La novela es el relato que el adolescente hace de sus aventuras. Nos lo cuenta, pues, en primera persona, mientras se repone de los problemas de salud que se derivaron de las peripecias que nos ha dado a conocer (incluyendo abundantes monólogos interiores). Esta historia narrada-pensada recoge tres únicos días de su vida; desde que se marcha del internado de Pencey, de donde le habían echado en vísperas de Navidad, hasta que volvió a casa (se supone que enfermo) tras las horas pasadas con su hermana Phoebe. Fue una huida a ninguna parte, al encuentro de lances amorosos, borracheras, amigotes a los que acaba aburriendo, bordeando la frontera del bien y del mal. Siente aversión hacia casi todo, excepción hecha de Phoebe, a la que profesa –como hemos dicho– honda ternura.

El argumento es verosímil. En síntesis, da forma a la contradicción o inconsistencia juvenil de un “hijo de papá” que, a través de un interesante flujo de conciencia, nos va dando cuenta de su primera crisis de adolescente, de su ansiedad y volubilidad extrema, incluidos despectivos sentimientos de superioridad. Sorprende, no obstante, la honestidad de sus divagaciones puesto que a veces sus sólidas ensoñaciones no le conducen a nada tras varias páginas de monólogos internos, como en el caso del proyecto de viaje al Oeste, que luego se desvanece, ante las lágrimas de su hermana de nueve años que quiere acompañarle a toda costa. Esos monólogos o flujos de conciencia utilizados por Salinger se van combinando con el dinamismo alocado propio del personaje, al que no dejan de sucederle cosas desde que abandona el colegio.

Es cierto que para que quepan en 226 páginas el número de incidentes y peripecias que le ocurren el ritmo ha de ser muy vivo. Lo es. El chico no acaba de salir de una aventura y ya está organizando o embarcándose en otra, a cuál más imprudente. Esto hace que la novela se lea muy bien, aunque en algún momento peque de reiterativa.

El lenguaje, uno de los ingredientes importantes, es coloquial y juvenil, ingenuo, con exclamaciones, interpretaciones y exageraciones propias de los dieciséis años: “[...] en cuanto recobré el aliento crucé a todo correr la carretera 204. Estaba completamente helada y no me rompí la crisma de milagro”. Siempre, fluido y ágil incluso en los monólogos.

Después de la vuelta a casa Holden, aun sintiéndose delicado de salud, no deja de elaborar especulaciones “[...] a qué colegio voy a ir…”. No parece convencido de lo que hará el próximo otoño, por lo que el final se me antoja abierto a toda posibilidad; en cualquier caso, es consecuente (o parece muy relacionado, pero no quiero desvelarlo) con lo acontecido a lo largo de la narración. Las borracheras, noches sin dormir, los dolores de cabeza, las mojaduras, el frío y sus otros actos pasados no podían ser inocuos.

Un invisible guardián entre el centeno pareció ocuparse, al final, de él; de que no se despeñara. Quizás fuera así. O no tanto. En todo caso deja unas cuantas ideas para que los lectores reflexionemos.

Este año, el 1 de Enero de 2019, se ha cumplido el centenario del nacimiento de J. D. Salinger.


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* J.D. Salinger, El guardián entre el centeno. Alianza Editorial. Literatura. L.B.

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