Como lector, a veces minucioso, me resulta difícil determinar qué cuento de Julio Cortázar es el que más me agradada, resistiendo el impulso inicial de citar Casa Tomada, uno de sus relatos más reconocidos, que surgió fruto de una pesadilla que tuvo mientras dormía, según ha dejado dicho el propio Cortázar. En el sueño sucedía algo que no pudo identificar; una cosa espantosa y ruidosa se desplazaba a lo largo de las habitaciones y le obligaba a ir retrocediendo hasta quedarse al borde de la calle, momento en que despertó. De inmediato lo puso sobre el papel y luego ese texto, surgido de forma tan fantástica, ha tenido diferentes lecturas y se ha interpretado en clave política, de signo peronista para ser más exacto.
De entre los cuentos de Julio Cortázar, que no son pocos ni fáciles de apurar en su contenido, me he querido centrar para este comentario en “Continuidad de los parques”, tal vez el más breve (poco más de una página, apenas dos) pero, seguro, que de los más difíciles de esclarecer su artificio en detalle; de lograr que el lector participe en el grado necesario para su óptima degustación.
Por mi parte lo he leído y analizado con detenimiento en varias ocasiones y, ahora, me decido a retomarlo y plasmar por escrito mi parecer, aunque sea con la brevedad que quiero ofrecer en estas notas.
Haciendo una lectura superficial, casi ociosa, enseguida llama la atención que Cortázar escribiera un relato tan breve si no existieran otros elementos ocultos de mayor dificultad de acceso que los que ofrece en primera instancia esta aventura. Empezando por el título sin duda extraño; plantea los límites donde se disuelven los dos hilos de una trama, la continuidad de lo que acontece en un parque, el del “lector” en la casa del “parque de los robles” y el encuentro de los amantes en la “cabaña del bosque” según la novela.
Desde mi punto de vista destaca la originalidad de la faceta argumental que nos ofrece el narrador, omnisciente y en tercera persona. Primero nos facilita algunas referencias y gustos del protagonista de la historia y, luego, cede la voz y sitúa el punto de vista en este personaje para que nos transmita algunos detalles de la ficción que está leyendo y cuyo contenido conocemos a través de sus ojos. La novela, avanzando en paralelo con el cuento, nos indica que el hombre, satisfecho, cómodamente sentado en su sillón de terciopelo, va leyendo y asimilando
“Palabra a palabra […] fue testigo del último encuentro en la cabaña del monte. Primero entraba la mujer, recelosa; ahora llegaba el amante, lastimada la cara por un chicotazo de una rama.”
Sigue un episodio del enredo novelesco, donde el hombre aclara a la mujer con la que se había reunido que aquella vez no estaban juntos para dedicarse a regocijos pasionales y que un puñal –“se entibiaba contra su pecho”– para conseguir una libertad que les estaba vedada. Hicieron repaso de todo lo que planeado, que no podía fallar, y tiene lugar la acción en la que se produce la fusión de los hilos conductores, de los dos espacios o ambientes: el parque que aparece en el libro que lee el personaje y el parque que nos describe Cortázar. Un sobresaliente ejemplo de literatura fantástica, en el que todo parece real, cotidiano, hasta que aparece el fenómeno inexplicable, trasgresor, de lo que “no puede ser”.
“Los perros no debían ladrar, y no ladraron. El mayordomo no estaría a esa hora, y no estaba. Subió los tres peldaños del porche y entró.”
El desenlace es súbito y abierto. El sillón verde nos sitúa. La historia acaba siguiendo un orden circular, enlazando con el principio. El hombre que está leyendo en aquella novela su propio asesinato, altera el realismo del texto.
Un juego literario de los que tanto gustaban a Cortázar.
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