jueves, 30 de junio de 2011

Qué y cuánto leer en la vida

Los aficionados a la literatura, no están libres de dudas a la hora de seguir sus planes, o trayectoria lectora, ante la enorme cantidad y variedad de obras y estilos que se le ofrecen. Elegir es, necesariamente, rechazar otras opciones. Según los datos oficiales de la edición en España, se producen más de 50 novedades literarias al día, incluidos festivos y vacaciones. Tras decenios de desarrollo editorial con versiones muy dignas de las mejores obras clásicas y modernas, a precios razonables, cabe preguntarse por qué tantos lectores adultos leen lo que leen que, en gran parte –lo digo con el mayor respeto–, no anda muy sobrado de calidad; ¿en qué fuentes críticas se inspiran o documentan sus predilecciones?; si se hubiera dado el caso, ¿qué crítica literaria les habría llevado alguna vez a desistir de determinada lectura que tuvieran in mente?; ¿siguen algún criterio particular, contrastado y razonado de elección o se fían de los impulsos provocados por el marketing publicitario y los capciosos e interesados consejos de los medios promocionales?.

Trataré de analizar brevemente alguno de esos interrogantes. De acuerdo con informaciones sugeridas y/o publicadas al respecto, he llegado a la conclusión de que, hoy día, el lector lee lo que tiene entre manos por su manipulada inclinación hacia lo nuevo, lo último, que suele ser de lo se habla en su entorno si la campaña de divulgación está bien orquestada. Antes que la calidad literaria, interesa su actualidad; a falta de otro criterio al “consumidor” de libros le suelen influir las cuatro cosas que ha visto o leído en los medios (TV, prensa, etc.) sobre el autor, su personalidad, el pretendido significado de la obra y… se deja arrastrar cómodamente. Desde luego con la seguridad de que está leyendo algo que miles de lectores, valoran positivamente y que él no puede ignorar. Para el éxito de esta estrategia cabe tener muy en cuenta la capacidad de la novela para “entretener”, que requiera poco esfuerzo de comprensión; mejor (es la moda), si se trata de ficción pseudo histórica (con algo de religión y sexo, por favor) sobre sucesos o mitos discutibles “ocurridos” hace 200, 300 ó miles de años. Quizás la trama argumental, incluso, refuerce sus convicciones, hasta ahora ignoradas por el propio lector. “Eso mismo pienso yo”, se dirá admirado e identificado secretamente. Alguna reseña leída a posteriori puede terminar de satisfacerle.

Si ese lector deseara documentarse, dudo mucho de que acuda a los cánones reconocidos. Sean el centenar largo de obras y autores que comenta Harold Bloom, o Vargas Llosa en “La verdad de las mentiras” donde reseña y apostilla brevemente, con magisterio, al filo de 40 grandes textos; ni se acercaría tampoco a “Por qué leer a los clásicos” de Italo Calvino y las razones que aporta, para empezar, por las perlas seleccionadas de los 35 autores que muestra a la luz. De alguno de esos cánones, o de otros similares, podría salir una línea lectora a seguir y sus “porqués”, sea éste el placer estético o la ampliación de perspectivas espirituales, conocer mejor ciertas conciencias o el desarrollo de unos personajes, al fin y al cabo seres humanos, verosímiles o en potencia. Pero lo más fácil es seguir la moda, o el “boca-oreja” amistoso, vecinal, de colegas, que casi nunca fallan o, mejor aún, su propia e irrefutable intuición que, con un vistazo a la portada, y a la lectura de la solapa, tiene suficiente.

Me preguntaba más arriba qué crítica literaria les habrá llevado alguna vez a desistir de autores, obras o géneros. Sería difícil que tal sucediera porque es evidente que encontrarse con alguna de ellas sería un raro fenómeno salvando alguna publicación minoritaria y algún crítico casi marginal en su difusión (no en su cualificación). Todo lo que se publica, se etiqueta de formidable, es un dechado de originalidad y, si se tercia, descubrimientos que no pueden pasarse por alto.

Sobre la capacidad lectora de una existencia dedicada, no profesionalmente, a ésta sana y nutritiva afición tengo hechos unos cálculos. Si uno, desde lo 25 años de edad, con sus estudios intensivos terminados (más o menos), leyera un promedio de una obra literaria al mes –que no es poco–, al llegar a la edad de jubilación (65 años), o sea, en 40 años, habría leído cerca de 500 libros. Más tarde, y ya jubilado, si conservara esa inclinación por la letra impresa podría, casi a plena dedicación, pasar a una media de lecturas de, pongamos, tres obras mensuales (ya sabemos que en algunas épocas de la vida esa cifra puede ser superada, pero me refiero a promedios), lo que si su salud mental y su vista le acompaña, podría alcanzar en 15 años (hasta los ochenta) la nada despreciable cantidad de 540 volúmenes más, sin contar relecturas y otros repasos. En total, así, una vida humana, con inquebrantable inclinación por la lectura, nos da para poco más de mil libros, a lo sumo, con mucha dedicación y constancia, dos mil libros. En resumen: una vida entera, no llegaría a absorber el equivalente a la décima parte de lo que se publica en España en un solo año.

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