miércoles, 23 de junio de 2010

Ortega: la clase continúa

Tres días después de morir Ortega, celebrado el entierro oficial –lo cuenta Gregorio Morán en “El maestro en el erial”, pág. 522–, un grupo de estudiantes de la Universidad de Madrid se congregaron en el cementerio para depositar una corona de laurel y leer un texto en homenaje póstumo al profesor y guía intelectual de varias generaciones, universitarias o no. “Discípulos sin maestro” se autodenominan en ese escrito recitado con indudable determinación. Reivindican su certeza de que, a pesar de la ausencia física de Ortega, pueden (y quieren) seguir considerándose sus alumnos, y como en un conjuro, hacen su ofrenda que finalizan con estas palabras:

“Silencio. José Ortega y Gasset, hombre de España, filósofo universal, amigo de la juventud universitaria, ha muerto.

“Silencio. Quedan aún sus libros y podemos ser discípulos de él a través de ellos.

“Silencio. Sus libros va a hablar por él, sus libros ocupan hoy la cátedra que dejó vacía.

“La clase ha comenzado”.

Indudablemente, la clase no ha terminado y nunca se ha interrumpido para sus educandos o simples “oyentes” que ocupan los invisibles escaños de las aulas donde se escuchan sus palabras. Del mismo modo, por fortuna, tampoco se han extinguido las voces, en sus libros, de Unamuno, Marañón, Machado y tantos otros de dentro y allende nuestras fronteras; los Rousseau, Kant, Faulkner, Proust… hasta Homero, Aristóteles y Platón, por poner unos ejemplos.

No es tarde. Las puertas del paraninfo siguen abiertas.

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