domingo, 7 de marzo de 2010

El sepulcro de Don Quijote

Miguel de Unamuno, (¡don Miguel!), en las primeras páginas de “Vida de Don Quijote y Sancho” propone rescatar el sepulcro de Don Quijote “del poder de los bachilleres, curas, barberos, duques y canónigos que lo tienen ocupado”. Si bien la primera de las dificultades a vencer es que no se sabe dónde está enterrado el ingenioso hidalgo, esto no es obstáculo para que el indómito profesor arengue a los jóvenes y prometa que él mismo se unirá al grupo que inicie la búsqueda, que ponga manos a la obra.

Según cuenta Cervantes, traduciendo a Cide Hamete Benengeli, Alonso Quijano el Bueno había “muerto naturalmente” (de muerte natural), y nos da a conocer varios epitafios que ilustran su sepultura, “en un lugar de La Mancha”. De acuerdo pero, aparte del conocido óbito de Alonso Quijano, uno puede preguntarse: ¿qué fue de Don Quijote? ¿si murió, cuándo fue? y ¿dónde puede estar el sepulcro por el que pregunta Unamuno y sus muchachos?

Volvemos a las fuentes; a Cide Hamete, y escudriñamos detalles de la información que nos transmite. En los capítulos 73 y 74 de la Segunda Parte de su historia, al poco de regresar a su casa, Don Quijote enferma, lo que trastoca sus planes para cumplir la pena impuesta por su derrota frente al Caballero de la Blanca Luna. Durante el año de inactividad caballeresca a que le obliga la condena se dedicaría al pastoreo, y ya tenía pensado cómo hacerlo: se convertiría en el pastor Quijótiz. No obstante, ha de guardar cama, y pasa unos días débil y alterado y, tras unas jornadas, consigue por fin dormir “de un tirón más de seis horas. Despertó al cabo de ese tiempo y dando una gran voz…” Es aquí donde no estamos de acuerdo. No; eso es falso. Don Quijote ya no despertó de su sueño, quien lo hizo fue Alonso Quijano, traicionando su anterior personalidad. Sin duda se debió a un sortilegio o conjuro mágico. El sueño reparador, aburguesado, lo transformó, convirtiéndolo en el rico terrateniente preocupado por los bienes y la herencia que habría de dejar a sus deudos. Don Quijote, tengo para mí, nunca murió y su sepulcro, ¡claro!, no existe en ningún lugar del mundo. Que nadie lo busque.

Un encantamiento, alguna Casandra, ha confundido e impedido a Cide Hamete, enterarse y dar detalles del final de Don Quijote, contándonos en cambio los últimos momentos de la vida de Alonso Quijano, un personaje sin interés ni cualidades dignas de aparecer en los papeles. Don Quijote durante aquel sueño se debió de convertir en substancia o esencia que ha ido alojándose –como re-encarnándose, en un eterno retorno–, aquí y allá, en gentes desconocidas o no tanto, que ahora nadie sabe distinguir, o casi pero, no nos cabe ninguna duda, sigue vivo, inmortal, con otros nombres, con otras figuras, aquí y en otros países, desfaciendo entuertos, luchando contra gigantes con formas de molino o encastillados en lujosas fortificaciones, batallando contra la injusticia, el abuso, en defensa de la libertad, tutelando el honor de doña Dulcinea. Que nadie busque su sepulcro.

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