lunes, 28 de diciembre de 2009

"Rojo y Negro", de Stendhal y los profesores de moral (y II)

Me aventuro a dar un salto en el tiempo. Dejo por un momento a Stendhal y a Julián Sorel, conservando, eso sí, la hipótesis que lanza, y nos trasladamos a la agitada actualidad, al año 2009. Vamos a dar un breve repaso a la prensa contemporánea e, incluso, a otros medios de comunicación más modernos como televisión o radio.

Para empezar, realicemos con los periódicos un ensayo bien sencillo; un día, cualquiera, probemos a analizar el contenido, la información de tres o cuatro diarios distintos y comparemos las diferentes y aún opuestas opiniones e interpretaciones que les merecen los mismos hechos y noticias que nos transmiten. No es casualidad; cada uno describirá lo que ha sucedido en el mundo según su espectro de compromisos, intereses o ideario y, curiosamente, las conclusiones posibles se suelen agrupar, con simplicidad en culpables o víctimas (bueno-malo, mejores-peores, nosotros-ellos) para hacer “manejables” los acontecimientos, para que los entendamos a pesar de nuestra torpeza y limitaciones, y nos sugieren lo que debemos creer, rechazar, contra lo que hemos de luchar o por el contrario abrazar, defender... ¿Con qué potestad? ¿A qué tipo de periódicos se refería Sorel cuando hablaba de tomarlos como “profesores de moral”?

Además, ¡ay!, en paralelo, tenemos el magisterio de la radio o de la televisión que ni siquiera exigen una atención activa, sólo oír y mirar (tampoco precisa del esfuerzo de escuchar, pensar en lo que se oye). Programas de consumo, de evasión, –cualquiera que sea– informativos o culturales, siempre sesgados por el interés de los emisores, bien en lo político o por los grupos de presión dominantes o que se deben a quienes pagan la publicidad. Sin distinción de que las emisoras sean de propiedad pública o privada; no existe la ecuanimidad, el análisis desapasionado, y la calidad, en constante declive, es difícil de encontrar. Como profesores de moral tampoco sirven; nos facilitan información de “segunda mano”, controlada, censurada, sesgada o cuando menos reinterpretada según los intereses de quien les paga y de acuerdo con los criterios y convicciones personales del que lo suscribe.

Entonces, ¿Qué nos queda?. Es fácil que los “profesores de la moral” de que dudaba Julián Sorel, hoy, los tuviéramos que escoger entre las minorías selectas, que diría Ortega. Entre los grandes hombres implicados con la humanidad, activistas de la conciencia, algunos pensadores o filósofos formadores (sacudidores) de opinión, no contaminados; comprometidos sólo con la verdad, independientes auténticos, sin vínculos con ningún tipo de poder, libres de obligaciones. Sí, alguno debe de quedar; en tal caso, serán muy pocos. Volveríamos a estar como en los tiempos de Stendhal, si bien ahora (en Occidente) ha desaparecido el analfabetismo pero, mala suerte, los medios de comunicación han cambiado mucho y estamos muy distraídos para aplicarnos. Aunque tengamos buena provisión de las obras de aquellas lumbreras del pensamiento ético y moral de siglos pasados. Haría falta escuchar, leer, ponderar…¡ufff!

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