jueves, 10 de julio de 2014

"Madame Bovary", de Flaubert. El discurso del narrador

Recordemos que la joven Emma, llena de ideas románticas y novelescas, se ha casado con un médico, Carlos Bovary, rutinario y de pocas luces, lo que facilita que su mujer, más preparada, se aburra de su anodina y pueblerina existencia y decida vivir una vida más acorde con sus fantasías sentimentales, sin que su marido llegue nunca a sospecharlo. Así, entabla relaciones adúlteras con Rodolfo (un rico hacendado de la vecindad) y más tarde con León, a quien había tratado tiempo atrás y con el que mantiene sus últimos y borrascosos amoríos. La inclinación enfermiza de Emma al consumismo, al lujo y al lucimiento la han ido llevando a endeudarse hasta extremos insostenibles y no pudiendo hacer frente a los pagos, que ya no admitían más dilaciones, y a la vergüenza de la subasta inminente de sus bienes, decide que su única salida es el suicidio.

Aparte del interés de la propia historia, de los aspectos psicológicos de la personalidad de Emma Bovary y de las circunstancias que lo rodearon todo, lo más subyugante de la novela, quizás, es la tarea del narrador que, curiosamente, comienza la novela como si se tratara de un compañero de estudios de Carlos que lo cuenta en primera persona del plural: “Nos encontrábamos en clase cuando entró el director…”. Por cierto, no sabemos a quién le explica aquello de que ha sido testigo. En estas primeras páginas del Capítulo I la historia va alternando en el uso de un narrador en primera o tercera persona, de forma casi inapreciable pues a mitad de frase modula su voz. Vuelve a la tercera persona cuando “Los escolares prorrumpieron en grandes carcajadas…” y otra vez a la primera, en plural, para contarnos que “le veíamos trabajar concienzudamente….”, hasta finalizar el párrafo con

“Poseía rudimentos de latín, que le había enseñado el párroco de la aldea, pues sus padres, por economía, habían retrasado hasta el último límite su entrada en el colegio.”

Esto, claro, sólo podría saberlo un narrador omnisciente.

De forma más visible, unas líneas más abajo, esta especia de cronista sigue explicando, en tercera persona, quién era el padre de Carlos: un ex cirujano agregado. Pero no obstante recurre a la primera persona: “Actualmente sería imposible para cualquiera de nosotros, recordar algo de él” (de Carlos). Dice, ‘Actualmente’, por lo tanto se entiende que ha pasado un tiempo; según este informador estamos en otro momento muy posterior a la llegada de Carlos al colegio, porque ya es ‘imposible recordar algo de él’. Después reaparece el narrador en tercera persona, distinto de quien nos ha referido las primeras páginas; un tercero no testigo, que se mantendrá el resto de la novela; a partir del Capítulo II, no hay más cambios en el relator.

Pero a veces el lector, inmerso en la historia que se narra, se puede despistar y perderse, pasar sin percibir la estrecha distancia que existe entre el narrador y las voces de los personajes que nos dan a conocer sus pensamientos. Este es gran logro de Flaubert; es como si se fundiera el punto de vista del narrador con el de los tipos que imagina, con lo que da la sensación a quien leyere de penetrar en lo intimidad de los personajes, en lo que dicen y piensan. Los pensamientos, por ejemplo, ¿son los de Emma o los del narrador? O los recuerdos, sensaciones o fantasías, ¿de quién son? Flaubert nos los presenta “desde dentro” del héroe creado y, aunque ya se ha comentado a lo largo y lo ancho de la literatura, no deja de asombrarme.

Como muchos lectores sabrán, usa del estilo o discurso indirecto libre ganando en verosimilitud al dar la sensación de asistir a los procesos mentales (pensamientos, creencias, sentimientos, inquietudes y dudas) del personaje, sin intermediación, que sólo pueden ser propios de un determinado interlocutor. Suprime habitualmente, el verbo introductor y la partícula que señala la existencia de un intermediario (“dijo que”) (“explicó que”) (“añadió…”) propios del discurso indirecto simple. Así plasma frases como

«¿Qué juicio era aquél? La víspera, en efecto habían llevado otro papel que ella no conocía; también fue enorme su estupefacción al leer estas palabras: ‘En nombre de la ley…’»

Parece que el narrador y la voz del personaje (que en realidad no habla) es la misma persona, a lo que colabora, además, el uso (marca Flaubert) del pretérito imperfecto y de las interrogaciones (como si fueran monólogos interiores).

En el caso del interrogante: “¿Qué juicio era aquél?” un narrador tradicional, en discurso indirecto simple, habría escrito: Emma se preguntó qué juicio era aquél…” declarando la existencia de alguien que cuenta lo sucedido, que en la frase de Flaubert no consta o está fundido con la protagonista.

Por último, en este apartado, merece hacer mención especial de la soberbia utilización del contrapunto o la narración simultánea en planos distintos, sin advertir al lector. Me estoy refiriendo a las páginas (Parte II, capítulo VII) en la que Emma mantiene una conversación íntima con Rodolfo en el Salón de Sesiones en el primer piso del Ayuntamiento, que se había vaciado para asistir a la Feria de Agricultura, Comercio e Industria. Mientras la pareja conversaba, a solas, de sus secretos, y miraban por las ventanas lo que sucedía en la Feria, en el texto se van intercalando con sus cálidas palabras las frases entrecortadas de los discursos y el enunciado de los premios a “los buenos abonos”, “estiércoles”, “Setenta francos…”, etcétera mucho más toscas o vulgares. Con combinaciones como

–Así pues, su recuerdo no se apartará de mí.
–Por un carnero…

Para documentarse sobre este tipo de eventos Flaubert había asistido a una feria (de la que, por cierto, volvió “hastiado”), porque “necesitaba ver una de esas ineptas ceremonias rústicas para la segunda parte de mi Bovary”, según le cuenta en una carta a su amiga Colet en Julio de 1852 (carta número 95).